viernes, 22 de febrero de 2013

TRABAJADORES DE LUZ y FUERZA ANTE LA COYOLXAUHQUI.

PERFILES DE LUZ O GALERÍA DE PERSONAJES.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

HOMENAJE A LOS COMPAÑEROS DE OBRAS CIVILES DE DISTRIBUCIÓN A LOS 35 AÑOS DEL ENCUENTRO DE LA COYOLXAUHQUI CON TRABAJADORES DE LA COMPAÑÍA DE LUZ Y FUERZA EN FEBRERO DE 1978.

ESTA ES UNA INVESTIGACIÓN ESPECIAL PREPARADA EN SU MOMENTO POR PERSONAL DEL ARCHIVO HISTÓRICO DE LUZ y FUERZA DEL CENTRO. HOY, MÁS QUE NUNCA, UN MERECIDO HOMENAJE A NUESTROS COMPAÑEROS.

   Transcurre la segunda quincena del mes de febrero de 1978. En el Departamento de Obras Civiles de Distribución, Sector Centro, ubicado en la calle de Miguel Negrete Nº 11, colonia 10 de mayo, en el entonces centro de la ciudad de México, fue emitida la instrucción de realizar ciertas labores, que comenzaron la noche del 20 de febrero de ese año. Ya en horas de la madrugada del 21 de febrero, y precisamente a las 3:30 a.m., avanzaban las obras de excavación para construir un pozo de sondeo donde se instalaría un transformador para retroalimentar a la zona del Centro, exactamente en la esquina de Guatemala y Argentina.[1] Como en los cuentos de hadas, y a la luz de la luna, los compañeros Mario Alberto Espejel Pérez y Jorge Valverde Ledezma, integrantes de la “Cuadrilla 303” de la entonces Compañía de Luz y Fuerza del Centro, S.A. (y sus asociadas) en liquidación, golpeaban a pico y pala el piso, a muy corta distancia de, donde por conocimiento general, se sabía que estaban los restos del templo mayor… cuando de repente, y aquí la recreación más exacta del diálogo sostenido entre Espejel Pérez y Valverde Ledezma:
-¡Hey, mira!, ya no puedo seguir –le dice Mario Alberto a Jorge-, topé con algo muy duro,  es como una piedra.
Y responde Jorge Valverde:
¡A ver, óoorale! ¿Qué es?
De Nuevo  comenta Mario Alberto: Ya te dije que es como una piedra.
Jorge:  Síguele dando…
Mario Alberto: …que ya no, que es una piedra y tiene cositas…

  Detalle del penacho, primer segmento del monolito con el que se encontraron los elementos de la Cuadrilla 303.

Jorge: ¡Pues entonces hazle como quieras!
   Estas fueron, más o menos las primeras palabras que cruzaron en aquel momento los compañeros de la entonces Compañía de Luz y Fuerza y Fuerza del Centro, en liquidación (en adelante CLyFC), palabras que fueron confirmadas días más tarde, tanto al Ing. Orlando Gutiérrez, Supervisor de la obra, como al Dr. Raúl Martín Arana Álvarez, quien estaba en ese momento de guardia, en el Departamento de Salvamento Arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (en adelante INAH).
   De nuevo, tanto Jorge como Mario Alberto, decidieron limpiar un poco la piedra con unas cuñas de madera, objeto que estaba enterrado aproximadamente a 2 metros de profundidad del suelo. Al retirar un poco el lodo que estaba formado por la humedad de la tierra, se dieron cuenta de que era algo importante y extraño, se observaban a simple vista en la parte descubierta de dicha “piedra” unas plumas, lo que indicaba que eran parte de un penacho. Por la mañana del 21, los dos trabajadores, dieron aviso al Ing. Orlando Gutiérrez, quien a su vez acudió al sitio, ordenando lo cubrieran muy bien, y dejando indicado que él daría aviso al jefe, probablemente se trate de los ingenieros Ignacio Díaz Moreno o Jaime Castillo Velázquez.


  Diferentes momentos de la intervención realizada por integrantes de Salvamento Arqueológico del INAH, así como del Colegio de Arqueología de la misma institución. Con el paso de los días, las visitas se intensificaron. En la tercera fotografía aparece el ArqueólogoEduardo Matos Moctezuma, quien tomó las riendas del proyecto “Templo Mayor”. El mencionado arqueólogo Matos Moctezuma da una explicación a Gastón García Cantú y a Ángel García Cook.

   Efectivamente, pusieron unas tablas para que los autos circularan sin ningún problema por encima del pozo, lo cual ocultó por unos días más el secreto que guardaba dicho lugar, así que nadie podía darse cuenta de lo que había ahí.
   Por su parte, el Ing. Orlando Gutiérrez se dio a la tarea de avisar al INAH ya que por las características que le habían descrito los trabajadores, para él se trataba de algo importante sin saber qué valor real tendría. Sin embargo, nadie sabía informarle bien a que oficina debía acudir. Tras varias llamadas le dijeron que se comunicara a las oficinas de Salvamento Arqueológico y seguramente ahí le dirían que hacer.
   El llamó, tomaron el reporte y por la tarde acudieron tres arqueólogos, encargados de salvamento quienes fueron a inspeccionar la zona. Al llegar notaron que todo estaba en completo orden, los autos circulaban sin problema y no se veía movimiento alguno, por lo que  regresaron y reportaron que no era nada. E incluso, dijeron que se trataba de una “falsa alarma”.
   Esa noche los compañeros de la cuadrilla tenían instrucciones claras de no mover nada, que siguieran limpiando un poco más dicha piedra y volvieran a tapar. Al día siguiente, 23 de febrero, El Ing. Orlando Gutiérrez volvió a comunicarse con una señorita que le contestó en la oficina de Salvamento Arqueológico, le dijo que no había nadie, que “mejor se diera una vuelta en la tarde, porque no había quien le atendiera”. Paciente el ingeniero, llamó una vez más y por fortuna quien le contestó fue el Arqueólogo Raúl Martín Arana Álvarez que por casualidad estaba ahí. El ingeniero comentó que quedaron de ir a supervisar la obra y no había tenido respuesta a lo cual el Arqlgo. Arana le dijo que en ese momento estaba leyendo el reporte y que mencionaba que “no se encontró nada”. El Ing. Orlando le mencionó que tenían que ir de noche ya que la cuadrilla laboraba de las 23 p.m. a las 5 a.m. aproximadamente, debido al hecho de que hasta entonces, era una calle transitada por autos.
   Arana le dijo: ¿Está seguro de que se trata de algo importante? ¡Sí!, fue la respuesta inmediata del Ingeniero. “Entonces yo me comprometo a ir en la noche”, actitud contundente y decidida del arqueólogo.

  El Arqueólogo Raúl Martín Arana Álvarez, primer testigo presencial en el descubrimiento de la Coyolxauhqui, y quien atendió el llamado del personal de la CLyFC. A la derecha una fotografía actual.

   Aproximadamente a las 23:00 hrs. Arana Álvarez arribó al lugar, donde ya los trabajadores habían acordonado la zona y tenían descubierta la piedra, él se acercó y…
…Con un profundo silencio y a la luz de una curiosa luna llena, brillante a cual más, tuvo a su vista un maravilloso descubrimiento, y bastaron esas “plumas” (primera evidencia observada por personal de la CLyFC) para darse cuenta de la majestuosidad que tenía enfrente. Con la piel erizada, un nudo en la garganta y un vacío en su interior, cuando solo creía estar escuchando al Ing. Orlando Gutiérrez, regresó en sí después no de un par de minutos -¡sí de quince!-, como nos lo confiesa. Por fin, el arqueólogo le dijo: ¡Por favor, espéreme aquí, voy rápido por mi jefe (en ese entonces era el Dr. Ángel García Cook). Arana, al llegar en horas muy avanzadas de la noche, encontró despierto a García Cook, indicándole que estaban ante un hecho inusitado. García Cook insistió en preguntar si efectivamente se trataba de algo importante, a lo que el maestro Arana le respondió: ¡No sabe lo que se acaba de descubrir…!
   Ambos se dirigieron al lugar de los hechos[2], en tanto que la preocupación por parte del Ing. Orlando era evidente, por el hecho de una pregunta básica que hizo al Mtro. Arana, en el sentido de cuándo podrían seguir con la obra, a lo cual el propio Arana, sonriendo le contestó: ¡Jamás vuelven a tocar esta piedra, su obra aquí terminó, y ahora se queda esto en manos de la oficina de salvamento! Efectivamente, por órdenes de García Cook, dichos trabajos iniciaron la mañana del 23 de febrero mismo y hasta que concluyeron, el 15 de abril siguiente. De inmediato dio las gracias a todos los integrantes de la Cuadrilla 303, los despidió y se puso en marcha la investigación, misma que fue posible con ayuda de estudiantes del Colegio de Arqueología, quienes se dieron a la tarea de plantearse o cuestionarse sobre el personaje o la mitología que se encontraba tallada en aquel gran monolito recién descubierto, por lo que fue así que pudieron revelar que ese “personaje” en realidad era una mujer, además, decapitada y cuya leyenda, explica que se trataba de la Coyolxauhqui, diosa lunar que resurgió de la tierra haciendo honor a su posición, y a la luz de la luna brillante decidió salir.

  El Arqueólogo Ángel García Cook, y una imagen de la Coyolxauhqui, recién salida de un afortunado “baño”. Como se observa, fueron restañadas sus heridas hasta donde la medida de las posibilidades en la restauración lo permitieron.

   La leyenda como tal cuenta lo siguiente:
   Se dice que Coatlicue[3] se encontraba un día barriendo su templo en lo alto del cerro de Coatepec,[4] cuando cayó del cielo una bolita de plumas de colibrí. Tales plumas las guardó en su pecho, pero jamás imaginó que de aquella circunstancia quedaría encinta. Ese hecho misterioso, ofendió a sus 400 hijas, mejor conocidas como Centzon Huitznahua[5] que, influidas por Coyolxauhqui, decidieron darle muerte a su madre.
   Por su parte, Huitzilopochtli, dios del Sol,[6] desde el vientre de Coatlicue toma la decisión de defender a su madre.

 En nuevos descubrimientos, como el de Tlaltecuhtli, las cuadrillas de Luz y Fuerza del Centro siguen  paso a paso, los procedimientos “quirúrgicos” que realiza el INAH para la recuperación de piezas muy importantes en el “Templo Mayor”.

   Cuando la luna y las estrellas estaban a punto de asesinarla, nacio el Sol Huitzilopochtli, quien preparado para la guerra y armado con una serpiente de fuego llamada Xiuhcoatl, decapitó con esta a Coyolxauhqui, arrojándola desde lo alto del cerro. Al ir cayendo en cada giro se fue desmembrando, hasta quedar mutilada de brazos y piernas. Diversas manchas de de sangre quedaron como testimonio que pudieron observarse a la luz de las investigaciones de los arqueólogos que identificaron plenamente a la Coyolxauhqui.
   El monolito al que nos referimos fue ubicado en un espacio del Templo Mayor hacia 1480. Desde entonces, junto con otros, como el de Coatlicue, la piedra del sol o calendario azteca, tuvieron la fortuna de permanecer a una altura que permitió, luego de la destrucción de la ciudad de México-Tenochtitlan (13 de agosto de 1521); y más tarde la construcción de la primitiva ciudad de México, que los españoles se dotaran de materiales en piedra para la cimentación y los muros de sus primeros edificios. Así que los monolitos ya citados, poco a poco se fueron enterrando con dichos residuos, lo que permitió que hayan sido rescatados en muy buenas condiciones. Pero, ¿por qué aparece una severa fractura justo al centro de la piedra tallada de la Coyolxauhqui?



En aquella época, la revista Lux apuntaba lo siguiente: Es encomiable, desde luego, el hecho de que nuestros compañeros, al percatarse de la naturaleza del monolito, hayan procedido con esmerado cuidado para no dar margen a que por una mala maniobra, se pudiera causar daño a la pieza de cuyo hallazgo, se derivara que hasta el 22 de marzo, se tuvieran ubicados 170 elementos mayores que vinieron a enriquecer el vasto patrimonio cultural de nuestro pueblo.
   Diversas teorías y hasta rumores han corrido al respecto. Sin embargo el argumento más sólido nos fue confirmado por el Arqlgo. Raúl Martín Arana Álvarez, primer personaje que tuvo contacto con esta maravillosa evidencia del pasado prehispánico. Nos contaba que, por el hecho de encontrarse en un espacio fangoso, por lo que, al paso de los siglos, la pieza, se fue hundiendo. Debido al peso de las nuevas construcciones, y a la ligereza que adquiría la Antigua ciudad de México-Tenochtitlan, fue que dicha pieza emergió, al emerger, fue cuando se presentó la fractura que actualmente sigue siendo visible.

 Equipo que intervino en los trabajos de Salvamento Arqueológico bajo las órdenes de Ángel García Cook. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: primera fila: Kanamaye León, Huzitzilin León, Marco A. Martínez; segunda fila: Felipe Solís (quien identificó a la diosa), Carmen Chacón, Gerardo Cepeda, Raúl Arana, Maximiliano León, Carlos Salas, Evedith Araizaga, Elena Talavera, el trabajador Mario de la Torres. Abajo: Rafael Domínguez, Guillermo Ahuja, Arturo Chaires, José Francisco Hinojosa, Santiago Analco, Román López, trabajador Rodolfo Franco y Samuel Mata.

   A raíz de todo este recuento, fue que se puso en marcha el ambicioso proyecto hoy conocido como “Templo Mayor”. Afortunadamente, la colaboración de Luz y Fuerza del Centro en estos trabajos ha cobrado varios rescates más, debido al hecho de que estas dos instituciones pudieron establecer lazos de comunicación para dar aviso, inmediatamente después de que LyFC, y al realizar actividades relacionadas con el mantenimiento o la expansión, encuentren evidencia arqueológica, misma que de inmediato es reportada al Instituto Nacional de Antropología e Historia, y canalizada al área de Salvamento Arqueológico.


Con el descubrimiento de la Coyolxauhqui, se puso en marcha el ambicioso proyecto del “Templo Mayor”. A raíz de esa oportunidad, hemos tenido forma de conocer el pasado prehispánico y las siguientes etapas históricas, gracias también, al importante desempeño de arqueólogos, antropólogos y otros investigadores.
   La experiencia que dejó el descubrimiento de la Coyolxauhqui, quizá la de mayor dimensión, permitió que se pusiera en marcha el ambicioso proyecto del “Templo Mayor”, mismo que hasta el día de hoy sigue dando cara un área tan específica en la empresa, como es el Departamento de Obras civiles de Distribución, lo que no se reduce a este caso específico. En las diversas labores realizadas, sobre todo en el perímetro “Uno” del actual Centro Histórico, permanentemente son descubiertas diversas evidencias del pasado prehispánico o periodo colonial, lo cual significa el hecho de que tanto Luz y Fuerza del Centro, como el Instituto Nacional de Antropología e Historia, hayan establecido un convenio en el que luego de que personal de Luz y Fuerza localice cualquier tipo de pieza atribuible a razones arqueológicas, tiene como obligación dar aviso al Instituto Nacional de Antropología e Historia, institución que de manera oficial interviene en estos casos. Concretamente su área de Salvamento Arqueológico.

 El Presidente José López Portillo recibe explicaciones del prof. José Luis Lorenzo y de Raúl Arana, el 28 de febrero de 1978. Esta fue la primera visita oficial que recibía la diosa.

   Hoy día, la evidencia de diversos hallazgos sigue estando presente. Sabemos que nuestros compañeros seguirán cumpliendo no solo con sus tareas. También, han cobrado conciencia sobre todos los significados del patrimonio histórico con el que, en cualquier momento, pueden encontrarse.

 
 Visitantes distinguidos como los reyes de España o María Félix, eran motivo de recepciones y explicaciones eruditas por parte de los responsables en el Nuevo espacio, que vino a reafirmar su nombre con todo orgullo: Templo Mayor.

   Finalmente, queremos hacer un reconocimiento a los integrantes de la “Cuadrilla 303” que participó en aquel hecho histórico. Dicha cuadrilla, perteneció al Departamento de Obras Civiles de Distribución, sector Centro, ubicado entonces en la calle de Miguel Negrete Nº 11, Colonia 10 de mayo, centro de la ciudad de México, estuvo integrada en su totalidad por los siguientes trabajadores:


    Con este pequeño reportaje, la revista Lux de marzo-abril de 1978 dejaba evidencia sobre el reciente descubrimiento del monolito, y donde los compañeros de Obras Civiles de Distribución, jugaron un papel preponderante.

Ricardo Pérez Gómez, Edgar Nervis Páramo, Mario Alberto Espejel Pérez, Pablo Aldana Montiel, Fernando Guzmán González, Juan Roldán Lozano, Daniel González Núñez, Omar Labastida López, Alejandro López Garrido, Román Hernández Hernández, Herón Camerino Morales Martínez, José Refugio Jiménez Cardeño, Juan Nava Varela, Samuel Fabián Romero Valderrama, Porfirio Trejo Colín, Armando López López, Víctor Manuel Márquez Hernández, Rogelio Olivares Sotero, Gustavo Mayoral Borja y Rubén Olvera Solís.
   A todos ellos, nuestro reconocimiento, por haber participado en tan histórica ocasión.

Reconocimiento que fue entregado al C. Jesús Navarrete Méndez, quien en esa época ostentaba el puesto de “peón”.

CRÉDITOS Y AGRADECIMIENTOS

Agradecemos infinitamente el apoyo e información ofrecidos por el Arqueólogo Raúl Martín Arana Álvarez, maestro de generaciones, e integrante activo en el INAH.
De igual forma a Claudia Durán, responsable del Archivo Histórico de la revista Lux.
Colaboramos en la redacción y preparación de textos: Ángeles León Aguilar y quien esto escribe.

Octubre de 2009


NOTA:

Si desea entrar en contacto con el autor de estos trabajos de investigación, recopilaciones, y demás asuntos relacionados con la reconstrucción de la historia de Luz y Fuerza del Centro, o simplemente conocer su obra, con gusto lo remito a la "liga" en que aparecen sus datos curriculares:


En la cejilla "Acerca del autor", se encuentran todo mi perfil profesional, así como un archivo PDF que reúne toda mi obra, publicada desde 1987 y hasta nuestros días.

Muchas gracias.


[1] En esta zona del centro de la ciudad, las redes de los diferentes servicios son subterráneas (red automática en alta tensión, baja tensión, red privada de la Presidencia, teléfonos, etc.) y se tuvo necesidad de construir “pozos” para alojar los transformadores que suministraban el fluido eléctrico a los diferentes circuitos.
[2] Durante el trayecto, fue García Cook quien avisó a su jefe, el entonces Director del INAH, Gastón García Cantú, el que, a su vez, también dio aviso al Lic. José López Portillo de la trascendencia del asunto en altas horas de aquella noche.
[3] Coatlicue: Divinidad azteca, su nombre en nahuatl significaba “la de la falda de serpientes” Diosa terrestre de la vida y la muerte, tambien conocida con los nombres de Tonantzin (nuestra verdadera madre) y Teteoinan (madre de los dioses). Representada con una falda de serpientes y un collar de corazones que fueron arrancados de las víctimas de los sacrificios, con garras afiladas en las manos y los pies, diosa sedienta de sacrificios humanos, de ahí quizá, la figura que adquirió, en su momento,  el monolito de la Coyolxauhqui.
[4] Coatepec Harinas, Méx., Coatepec, Pue., Ver. En el cerro de las serpientes. Coa-tepe-c. De cóatl, serpiente, tépetl, cerro, -c, part. Locativa-.
[5] Centzon Huitznahua: Representando a las estrellas, todos ellos de origen mexica.
Cuenta la leyenda que Coatlicue se encontraba barriendo su templo en lo alto del cerro de Coatepec, cuando una bolita de plumas que cayo del cielo que guardo en su pecho y quedo embarazada. Ese hecho misterioso ofendio a sus hijos Centzon Huitznahua que influidos por Coyolxauhqui decidieron matar a su madre.
[6] Huitzilopochtli: “Colibri surdo” Dios de la guerra y el sol, patrono de los mexicas.

1 comentario:

  1. Wow, no sabia sobre esto. Muy interesante, espero algún día poder verla y cuando este allí ya sabré como fue descubierta.
    ¡Muchas Gracias por compartir!

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