POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Tomás Alva Edison, nació en Milán (Ohio),
Estados Unidos el 2 de febrero de 1847 y murió el 18 de octubre de 1931. Durante
su extraordinaria vida de trabajo produjo centenares de inventos, entre los que
figura el fonógrafo y la lámpara incandescente, puntos de partida de las
conquistas industriales de nuestra era.
El genio de “Menlo-Park”. Col. del autor.
De tiempo en tiempo un solo nombre3 basta
para llenar toda una época. El sabio, el artista, el filósofo se dan como una
planta extraña; levantan su estatura por encima de lo común, y son objeto de
admiración hasta en sus hechos más desconcertantes.
Por el año de 1877, se desplegaba gran
actividad entre los empleados de la Compañía de Ferrocarriles de Pensilvania. La
afluencia de viajeros era inusitada. Trenes especiales salían constantemente
con rumbo a Menlo-Park. Había una curiosidad irresistible por observar y
escuchar el maravilloso objeto parlante y a su joven inventor, Thomas Alva
Edison.
Días antes, los periódicos habían publicado
la noticia del fenomenal descubrimiento. Nadie le dio crédito… Una broma más,
pensaron. Después, el rumor cobró fuerza y ahora que lo tenían ante sí,
deslumbrados y absortos, solo atinaban a inquirir en los profundos ojos azules
del inventor, una explicación que dejara satisfecha su curiosidad. En vano
intentaba Edison hacer comprender a los curiosos el funcionamiento de su “fonógrafo”.
Resultaba “aquello” tan increíble…
De Washington lo habían llamado
telegráficamente. Poco después diputados y personas notables de la época
discurrían frente al aparato; lo examinaban, comentaban entre sí.
El senador Roscoe Conkliing lucía su célebre
tupé y el propio Edison, despreocupadamente, cantaba en el fonógrafo la
tonadilla popular:
“Había una niña que tenía un tupé / muy
tieso en medio de la frente…”
Los concurrentes trataban de disimular la
risa. El senador M. Conkling, molesto, abandonó el salón.
Eran las once de la noche. Desde la Casa
Blanca, el Presidente de la República, Mr. Hayes, hacía llamar a Edison. Ahí,
el fonógrafo despertaba la misma curiosidad, el mismo asombro. A las tres y
media de la mañana terminaba la exhibición. Felicitaciones. Despedidas cariñosas,
y nuevamente el genio en su laboratorio, escrutando las fuerzas de la
naturaleza con una fe inquebrantable en su destino.
Dos años transcurridos. La noche del 21 de
octubre de 1879, Edison llamaba a sus ayudantes: “He logrado la victoria,
amigos míos. Puedo construir una lámpara incandescente”.
Compartiendo el descubrimiento.
Los ayudantes se veían con incredulidad. La ampolla
de vidrio estaba ahí, ante sus ojos, como cualquier objeto insignificante. De pronto,
una viva luz brotó de la lámpara; brillaron los ojos de los escépticos y todo
el laboratorio se inundó de “vida”.
La gente acudió a contemplar esta hermosa
conquista del genio humano. Todos se habían enterado por la prensa, de las
exploraciones de Mr. MacGowan y Mr. Nanington, por las selvas vírgenes del
Brasil, en busca de la especie de bambú que permitiera obtener el filamento de
carbón más económico y durable para la lámpara incandescente.
He
aquí una muestra antigua de esa “ampolla” de vidrio que luego se convirtió en
algo a lo que la presente ilustración presenta como la lámpara incandescente. Col.
del autor.
Era el triunfo de la electricidad y la
victoria de Edison, el portentoso “Brujo de Menlo-Park”. En Nueva York,
culminaba su obra con la instalación de las primeras mil trescientas lámparas
incandescentes y, una vez más arrancaba al público exclamaciones de asombro.
Cerca de su laboratorio, la nueva energía se
transformaba en fuerza. Un tren eléctrico, el primero, arrastraba su carga
humana, como símbolo del genio de Edison que, con su carga preciosa de ideas,
de proyectos, de esperanzas, señalaba nuevos rumbos de progreso al mundo…
Tomado de la Revista LyF, año I, N° II, de octubre de 1954, p. 22-24.
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