LUZ
y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA y SUS AUTORES INVITADOS.
POR: JOSÉ FRANCISCO
COELLO UGALDE.
José
Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina, mejor conocido como el Conde de la Cortina (9 de agosto de
1799-6 de enero de 1860) fue un personaje convencido en impulsar los estudios
científicos a través de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística y otras instituciones. Entre sus
innumerables aportaciones en ese orden de la ciencia, el Conde de la Cortina nos comparte la maravillosa experiencia de
haber observado y descrito el imponente espacio de Huauchinango y Necaxa, mismo
que aparece a continuación, y el cual se publicó en 1860.
CASCADA DE
HUAUCHINANGO.
Imagen obtenida el 9 de mayo de 1903.
Entre los objetos más grandiosos y
magníficos con que la naturaleza ha querido enriquecer a la República Mexicana,
debe incluirse, sin duda alguna, la cascada de que vamos a hablar, de la cual
apenas tienen noticia unos cuantos mexicanos, y ninguna seguramente los
extranjeros que residen en este país, o que lo han visitado, ya por curiosidad,
ya para hacer de él un estudio científico.
Mientras vemos ponderar en tan pomposas
descripciones la Catarata del Niágara, el Salto de Tequendama, las cascadas de
Montmorenci, las de Suiza y otras muchas, existe ignorada en lo interior de la
República Mexicana, a la corta distancia de cuarenta y dos leguas de su
capital, una cascada tan digna de atención por las disposiciones particulares
que le ha dado la naturaleza, como por la frondosidad y hermosura del terreno
en donde se halla.
Esta cascada, tal vez la más alta de la
República y acaso de todas las de la América septentrional, está situada a
cuatro leguas del pueblo de Huauchinango, y a una del pueblecillo de Necaxa. El
río que la forma es el Totolapa, el cual recibe en su curso otros afluentes
antes de llegar a la primera caída de sus aguas, que se encuentra a cosa de una
milla más allá de Necaxa y se llama La Ventana, en donde se precipitan
aquellas, desde una altura de cincuenta y cinco varas. Dos millas y media más
debajo de este lugar, haciendo el río una inflexión o vuelta de Sudoeste a
Noreste, se halla el salto o la cascada grande, verdaderamente magnífica,
llamada Ixtlamaca, y cuyas abundantes aguas se dividen en tres raudales,
formando otras tantas caídas en un espacio de veintiséis varas, incluyendo los
terrenos que las separan.
Imagen obtenida el 9 de mayo de 1903.
La cantidad de agua que se precipita es
(según el cálculo aproximado que pude hacer) de setenta pies cúbicos, con una
velocidad de diez pies en cada segundo de tiempo, o doce mil varas por minuto,
cayendo en un abismo, o formando un salto de ciento treinta y cinco varas de
altura. El ruido que hacen las aguas en estas caídas se asemeja a un trueno
atmosférico prolongado, y la niebla perpetua que forman es tan espesa y
blanquecina, que impide distinguir los objetos con la vista a diez o doce varas
de distancia. Los tres raudales caen separados por rocas coronadas de
vegetación y formando cada uno una cascada distinta e independiente, por
espacio de cerca de noventa varas, contadas desde el punto de desprendimiento
hacia abajo; pero por la velocidad que adquieren las aguas, por la evaporación
que experimentan y por otras causas, que influyen en ellas antes de llegar a la
caldera, se confunden y convierten en una sola masa espumosa que va adquiriendo
mayor densidad a medida que se acerca al punto del golpe, en donde es
indescriptible la fuerza con que chocan, se agitan, hierven y se levantan
enormes volúmenes y remolinos de agua, conmovidos, rechazados y trastornados en
todas direcciones. Pero lo más admirable y extraordinario de esta cascada es la
variedad de climas y de frutos que presenta en sus terrenos, según la situación
o diferencia de nivel de cada uno de ellos. En la parte alta, se ven el ocote,
el pino común, el encino, los helechos y otras producciones propias de las
tierras frías y de las templadas, y en la parte baja, principalmente hacia
elSudoeste, al pie de la cascada, crecen con lozanía hermosos platanares de
diferentes especies, la caña dulce, el arbusto de la cera, la granadita de
China y otros frutos de las tierras calientes.
Conde de la Cortina: “La Cascada de
Huauchinango”, Boletín de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, 1860, vol.8, época 1., p. 155-156.
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