LUZ A LOS POETAS… FUERZA A LOS POETAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Entre los muchos personajes distinguidos que pasaron
por el edificio del Sindicato Mexicano de Electricistas, en Antonio Caso N° 45,
están el poeta chileno Pablo Neruda, nuestro “gran cocodrilo” Efraín Huerta y,
en versos suyos que aparecerán más adelante, sugiere también la presencia de
Juan Rulfo.
Luego de algunas especulaciones de mi parte, a falta
de una información precisa, esto me había llevado al punto de no poder ubicar
la fecha en que Pablo Neruda acudió al auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas para compartir su “Nuevo canto
de amor a Stalingrado”. Por fortuna, un maravilloso texto de José Francisco
Conde Ortega[1] ha
develado tan profundo misterio. De igual forma, otra luz al respecto fue un
poema de Efraín Huerta, el cual se alió a esa búsqueda afanosa.
“Un poeta que
desata y libera su idioma”. 1° de junio 2014. [en línea],
2014, http://www.nexos.com.mx/?p=21259
[consulta: 16 de octubre de 2014]
Desde hace días, al haber leído la sencilla
edición de “Permiso para el amor. Brevísima antología”, cuadernillo de obsequio
que hizo circular la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, encontré el
poema denominado “Almida[2]
de los viejos bares”, donde el poeta nacido en Silao, Guanajuato el 10 de junio
de 1914, nos transmite las siguientes sensaciones:
De bar en bar, como de ola en ola
(los mascarones hechos suaves pedacitos),
de Cinco de Mayo y Motolinía
(el Bar Alfonso,
donde lo conocí),
a la Ramón Guzmán hoy Insurgentes Centro
(el bar La
Castellana, donde corregimos,
entre trago y trago, antes del mítin
en el Sindicato Mexicano de Electricistas,
el Canto a
Stalingrado),
hasta los ríos y las ciudades
donde no coincidimos –y el saludo
que me mandó con Juan Rulfo.
los viejos bares me acosan como viejos leones,
como caballos verdes, como crepuscularios,
uvas, viento,
y hoy pienso y lloro a Pablo
y lo que no vi nunca en su Isla Negra me arde:
sus estrellas, sus campanas, sus herramientas
y su tan correspondido amor al alma, almida,
tan poderosa de la Poesía.
Pues bien, tanto aquel encuentro entre
Huerta, Neruda y, probablemente Juan Rulfo en La Castellana, como la célebre lectura al poema de referencia en
esta colaboración, sucedieron el martes 29 de septiembre de 1942 , por lo que esta
fecha es una efeméride más en honor al Sindicato
Mexicano de Electricistas.
Entre lo notabilísimo que nos aporta el
catedrático José Francisco Conde Ortega, se encuentran algunas citas en el
texto ya referido. Por ejemplo, menciona que
En Neruda se encuentran, como en cualquier poeta, el
tránsito que se va construyendo con los afanes del oficio. Del escenario léxico
modernista a la imaginería libérrima de sus últimos libros, pasando por los
afanes de la vanguardia y la subversión surrealista, el oficio poético de
Neruda se decanta y se afina su voz, personalísima desde el principio. Ésta es
una declaración de fe del poeta:
El mundo de las artes es un gran taller en el que
todos trabajan y se ayudan, aunque no lo sepan ni lo crean. Y, en primer lugar,
estamos ayudados por el trabajo de los que precedieron y ya se sabe que no hay
Rubén Darío sin Góngora, ni Apollinaire sin Rimbaud, ni Baudelaire sin
Lamartine, ni Pablo Neruda sin todos ellos juntos. Y es por orgullo y no por
modestia que proclamo a todos los poetas mis maestros.[3]
Neruda y Efraín
Huerta en la Av. Paseo de la Reforma. Foto, Hnos. Mayo.
A continuación, el autor reflexiona sobre el
legado que Neruda compartió con todos sus lectores y nos recuerda el hecho de
que
Es probable que, si se quisiera hacer una lista de
los poemas de Neruda que la gente ha hecho suyos, el elemento común fuera esa
capacidad persuasiva de esa “reducción estilística” de la expresión nerudiana,
buscada deliberadamente y muy pronto. Aquí me voy a referir a “Canto de amor a
Stalingrado”, incluido en Tercera
residencia. El poema coincide con la estancia de Neruda en México y suscita,
en dos diferentes momentos y épocas de este atribulado país, sendas historias
–acaso anodinas en cierto modo- de ardorosa complicidad histórica, fetichismo
literario y justa admiración por los involucrados en la primera.[4]
Pues bien, llegamos al punto central que
mueve esta nueva colaboración. El propio Conde Ortega nos ayudará a desentrañar
los misterios como sigue.
Huerta ya había
publicado Absoluto amor. Y en 1944 daría a la luz uno de los libros más
hermosamente trágicos de la literatura mexicana. El poeta mexicano corrige algunos
datos –“nada graves”, dice– de un acto, celebrado en el Teatro
del Sindicato Mexicano de Electricistas, en 1942. Lo que le interesa, entonces,
es la anécdota
previa al acto. Escribe Efraín Huerta:
El acto fue organizado por ocho agrupaciones:
electricistas, mineros, ferrocarrileros, petroleros, azucareros, tranviarios y
gráficos, más la SAURSS, y se celebró el martes 29 de septiembre. “Entrada
personal $0.50. Para el Fondo de Ayuda a la URSS.”
Tres oradores abrieron
el programa, y dos poetas lo cerraron: Pablo Neruda y yo. Poco antes de empezar el acto, Pablo me invitó a tomar una copa. Lo que
quería era leerme el poema que diría. Era el Canto a Stalingrado. La cantina donde brindamos con
tequila está allí todavía: La Castellana, en Antonio Caso e Insurgentes Centro. Yo sólo le recomendé a Pablo que
cierta palabra sucia la suprimiera, o que la pusiera en francés, por sonar más
belicosa. Se quedó en francés.
Sistema Nacional de Fototecas (INAH). Cat. SINAFO,
23075. Entre otros, pueden identificarse al propio Pablo Neruda, y a Seki Sano,
tercero de izquierda a derecha.
En septiembre de
1942 las tropas Nazis habían invadido Stalingrado. En la actualidad, los
analistas coinciden en que, invadir Rusia, fue un grave error de Hitler. Entre
tanto, la heroica defensa de la ciudad fue una suerte de confirmación histórica de la capacidad de
resistencia y dignidad de los pueblos. Se convirtió, así, en símbolo de lucha.
En febrero de 1943 fue liberada. Pablo Neruda publica Tercera residencia,
en 1947, e incluye el “Canto a Stalingrado” y “Nuevo canto de amor a
Stalingrado”. Los dos son cantos de amor y de rabia. Y de esperanza.[5]
Éste es el poema:
CANTO A STALINGRADO
En la noche el labriego duerme, despierta y hunde
su mano
en las tinieblas preguntando a la aurora:
alba, sol de mañana, lux del día que viene,
dime si aún las manos más puras de los hombres
defienden
el castillo del honor, dime, aurora,
si el acero en tu frente rompe su poderío,
si el hombre está en su sitio, si el trueno está en
su sitio,
dime, dice el labriego, si no escucha la tierra
cómo cae la sangre de los enrojecidos
héroes, en la grandeza de la noche terrestre,
dime si sobre el árbol todavía está el cielo,
dime si aún la pólvora suena en Stalingrado.
Y el marinero en medio del mar terrible mira
buscando ente las húmedas constelaciones
una, la roja estrella de la ciudad ardiente,
y halla en su corazón esa estrella que quema,
esa estrella de orgullo quieren tocar sus manos,
esa estrella de llanto la construyen sus ojos.
Ciudad, estrella roja, dicen el mar y el hombre,
ciudad, cierra tus rayos, cierra tus puertas duras,
cierra, ciudad, tu ilustre laurel ensangrentado,
y que la noche tiemble con el brillo sombrío
de tus ojos detrás de un planeta de espadas.
Y el español
recuerda Madrid y dice: hermana,
resiste,
capital de la gloria, resiste:
del suelo se alza toda la sangre derramada
de España, y por España se levanta de nuevo,
y el español pregunta junto al muro
de los
fusilamientos, si Stalingrado vive:
y hay en la cárcel una cadena de ojos negros
que horadan las paredes con tu
nombre,
y España se sacude con tu sangre y tus muertos,
porque tú le tendiste, Stalingrado, el alma
cuando España paría héroes como los tuyos.
Ella conoce la soledad, España,
como hoy, Stalingrado, tú conoces la tuya,
España desgarró la tierra con sus uñas
cuando París estaba más bonita que nunca,
España desangraba su inmenso árbol de sangre
cuando Londres peinaba, como nos cuenta Pedro
Garfias, su
césped y sus lagos de cisnes.
Hoy ya conoces eso, regia virgen,
hoy ya conoces, Rusia, la soledad y el frío.
Cuando miles de obuses tu corazón destrozan,
cuando los escorpiones con crimen y veneno,
Stalingrado, acuden a morder tus entrañas,
Nueva
York baila, Londres medita, y yo digo merde[6]
porque mi corazón no puede más y nuestros
corazones
no pueden más, no pueden
en un mundo que deja morir solos a sus héroes.
¿Los dejáis
solos? ¡Ya vendrán por vosotros!
¿Los dejáis solos?
¿Queréis que la vida
huya a la tumba, y la sonrisa de los hombres
sea borrada por la letrina y el calvario?
¿Por qué no respondéis?
¿Queréis más muertos en frente del Este
hasta que llenen totalmente el cielo vuestro?
Pero
entonces no os va a quedar sino el infierno.
El mundo está cansándose de pequeñas hazañas,
de que en Madagascar los generales
maten con heroísmo cincuenta y cinco monos.
El mundo está cansado de otoñales reuniones
presididas aún por un paraguas.
Ciudad, Stalingrado, no podemos
llegar a tus murallas, estamos
lejos.
Somos los mexicanos, somos los araucanos,
somos los patagones, somos los guaraníes,
somos los uruguayos, somos los chilenos,
somos millones de hombres.
Ya tenemos por suerte deudos en la familia,
pero aún no llegamos a defenderte, madre.
Ciudad, ciudad de fuego, resiste hasta que un día
lleguemos, indios náufragos, a tocar tus murallas
como un beso de hijos que esperaban llegar.
Stalingrado, aún no hay Segundo Frente,
pero no caerás aunque el hierro y el fuego
te muerdan día y noche.
¡Aunque
mueras, no mueres!
Porque los hombres ya no tienen muerte
y tienen que seguir luchando desde el sitio en que
caen
hasta que la victoria no esté sino en tus manos
aunque estén fatigadas y horadadas y muertas,
porque otras manos rojas, cuando las vuestras
caigan,
sembrarán por el mundo los huesos de tus héroes
para que tu semilla llene toda la tierra.
Sistema Nacional de Fototecas (INAH). Cat. SINAFO,
23077.
Conde Ortega vuelve a enfatizar respecto de
la lectura:
Cuenta Efraín
Huerta que el éxito de Neruda fue rotundo. Era natural. El poema significaba un canto de lucha, de
rabia y de esperanza. Sobre todo, de solidaridad. El punto
central del poema, en la
estrofa donde se encuentra la palabra “sucia”, es el lamento por sola a la ciudad de Stalingrado; y a los héroes; y a todos los que
simbolizan la resistencia ante los embates de la injusticia. No es el propósito
de estas líneas hacer un análisis del poema. Sí es, en cambio, advertir cómo,
un discurso rabiosamente amoroso y comprometido puede suscitar adhesiones y
homenajes vitales. Para Huerta, el brindis con tequila corroboró, seguramente,
su propio compromiso, poético y social.
Y José
Francisco Conde Ortega, hombre sensible si los hay, remató su hermoso texto,
entre otras cosas con el siguiente párrafo:
Neruda y Huerta
leyeron en la sede del Sindicato Mexicano de Electricistas. En los setenta aún
estaba allí. Ahora, la administración panista desapareció Luz y Fuerza del
Centro, dejó sin sustento a 40 mil familias y asegura que estuvo bien. Y han desaparecido
suplementos culturales y periódicos; y Mexicana de Aviación tiene un porvenir
incierto. Se habla de “calidad” en la educación y
desaparecen materias humanísticas en secundaria y bachillerato. Las
universidades públicas están amenazadas. Todo en nombre de un eficientismo ramplón. Lo peor: los
partidos políticos se descararon: es un gran negocio, la mejor manera de vivir sin trabajar. Y el ciudadano no tiene a dónde volver la cabeza.
PRI y PAN ya demostraron su cara atrozmente verdadera. La izquierda no existe.
Atomizada y sectaria, no supo responder a su responsabilidad histórica. El PRD no
es un partido de izquierda, pues sus cabezas son priístas resentidos.[7]
No puedo terminar sin decir:
gracias una vez más a Efraín Huerta, a Pablo Neruda y, en especial al Maestro
José Francisco Conde Ortega por tanta luz
y tanta fuerza declaradas en cada una de sus personales travesías que,
coincidiendo en forma luminosa, se ha depositado en este páramo, que desde hace
cinco años, busca alientos como el de Canto
a Stalingrado.
[1] José Francisco Conde Ortega: “Pablo Neruda: Canto de amor a Stalingrado”.
México, Universidad Autónoma Metropolitana. En Tema y variaciones de literatura. Semestre I, 2014, N° 36. 264 p.
(p. 131-144).
[2] Almida parece ser el nombre de un personaje femenino de los muchos que
amó y aduló Efraín Huerta en sus andanzas juveniles y ya no tan juveniles. En
un verso que denominó Almida del regreso
a Morelia, apunta: Almísima Alma amiga miísima: / cuídate en aquella curva
casi circular. / Detén el volks y mira hacia Janitzio / y dile al crepúsculo
que no me tardo, que tú llevas / mi ceniciento amor a las pequeñas flores
blancas / (las xaté, dijiste se
llamaban, se llaman) / que a esa hora, a la enloquecida media tarde, / se
cierran, pobrecitas, como mis ojos, / para no llorar tanto.
Más evidente no puede ser que
su encantamiento o enamoramiento se extendió por algún tiempo más, hasta
alcanzarlo en el mismísimo mítin del Sindicato Mexicano de Electricistas.
[6] Yo sólo le recomendé a Pablo que cierta palabra –sucia- la suprimiera, o que la pusiera en francés, por sonar más
belicosa. Se quedó en francés, merde.
excelente!!!!!
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