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domingo, 10 de febrero de 2013

ARNOLD VAQUIÉ Y FRED S. PEARSON EN MÉXICO.

LÍNEAS DE TRANSMISIÓN… O LÍNEA DEL TIEMPO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
  
   En los albores del régimen porfirista dos eran las tareas prioritarias en nuestro país: la estabilización de la situación política y la estructuración de la economía nacional.
   Por lo que toca a la primera, fue necesario llevar a cabo una serie de acciones tendientes a la consolidación del Gobierno y la preservación de la paz en todo nuestro territorio.
   Por lo que se refiere a la segunda, aunque ya habían empezado a desarrollarse las industrias minera y textil y, en menor grado, algunas fábricas –como las de papel, zapatos, sombreros, hielo, cerveza, acero y muebles-, la falta de recursos financieros y de experiencia en el incipiente empresario mexicano llevó al General Porfirio Díaz a abrir las puertas de la economía de México al capitalismo extranjero, otorgando máximas facilidades, garantías y ventajas a los inversionistas de otros países, en aras de una verdadera estructuración económica propia.
   Así fue como arribaron al país los capitales extranjeros para hacerse cargo de la explotación en gran escala de nuestros abundantes recursos naturales mediante el desarrollo de las industrias minera y textil, la extracción de hidrocarburos, la generación de energía eléctrica y la construcción de la red ferroviaria.
   Los ferrocarriles fueron construidos y explotados por empresas inglesas y estadounidenses, a las que el Estado hizo enormes concesiones: subvenciones que iban desde seis mil pesos por kilómetro de vía construido en terreno llano hasta veinte mil pesos por kilómetro de vía construido en terreno montañoso; aprovechamiento gratuito de las tierras indispensables para construir las vías; utilización de trabajo obligatorio de las poblaciones por donde atravesara la vía, a cambio de salario no mayores de cincuenta centavos por día; exención de impuestos durante veinte años a sus capitales y de derechos aduanales a los materiales que importaran y, en varios casos, la organización de su propia policía interna con las mismas atribuciones que la policía estatal.
   Concesiones y facilidades de la misma índole en todas las áreas de la economía donde el Estado dio libertad de acción a los inversionistas extranjeros, les permitieron a éstos consolidar sus empresas, acumular capital e ir construyendo verdaderos monopolios, a todo lo cual contribuyó en no poco su constante preocupación por introducir innovaciones en sus instalaciones y sistemas de producción que los hicieran más lucrativos.
   Esta búsqueda de nuevos procesos para el mejoramiento de la producción y de las utilidades llevó a las industrias textil y minera a introducir en México la energía eléctrica, poco después de que en Europa occidental y en los Estados Unidos se iniciara su aplicación industrial.
   Ya en el año de 1879 se utilizó por primera vez en México la energía eléctrica en la fábrica de hilados y tejidos “La Americana”, propiedad de los señores Meyser y Portillo, en la ciudad de León, Guanajuato.
   A partir de 1879 otras fábricas textiles fueron introduciendo el uso de la electricidad, y para el año de 1889 ya se utilizaba en las fábricas de Durango, Puebla, Guanajuato, Aguascalientes, Veracruz, México y Coahuila.
   Debido a la producción de energía eléctrica derivada del aprovechamiento de los recursos hidráulicos de la vertiente oriental de la Mesa Central, se produjo una concentración de la industria textil en los estados de Puebla, México y Veracruz.
   En 1895, Ernesto Pugibet adquirió la fábrica de San Ildefonso junto con algunos saltos de agua, que utilizó para general los 2000 HP que consumía la misma, y un excedente que se vendía a fábricas y a poblaciones cercanas. En 1897 la Compañía Industrial de Orizaba aprovechó la caída de Rincón Grande para surtir de energía a sus cuatro fábricas, situadas en Río Blanco, San Lorenzo, Cerritos y Cocolapam. Paulatinamente las demás fábricas textiles se fueron modernizando con el uso de la energía eléctrica, que se convirtió así en el factor más importante de la producción en las fábricas de hilados y tejidos.
   En el año de 1889 la minería inició la utilización de la energía eléctrica en las minas de “Batopilas” con el funcionamiento de dos turbinas hidroeléctricas de 15 HP y dos generadores de vapor acoplados a los molinos de trituración. En 1892, en la más importante explotación minera del estado de San Luis Potosí, “La Mina de Santa Ana”, se aplicó la electricidad generada por vapor para las labores de desagüe.
   En 1895 la planta de “Guggenheim Corporation de Aguascalientes” usó por primera vez la energía eléctrica en la fundición de metales.
   En 1897, en las minas “El Boleo” de Santa Rosalía, se instaló una planta de vapor para surtir de energía a algunas propiedades adyacentes, y la corriente se utilizó en el bombeo, la ventilación, el arrastre, el alumbrado y la molienda. En este mismo año, en las minas del “Real del Monte”, del estado de Hidalgo, se inició la utilización de la energía eléctrica generada por la caída de agua de La Regla para el bombeo de los tiros más profundos y para la molienda.
   Dos decenios después de la electrificación de la mina de “Batopilas”, toda la minería mexicana utilizaba ya la energía eléctrica en sus procesos de extracción de mentales como el oro, la plata, el cobre y el zinc. Algunas compañías la generaban por su cuenta y otras la compraban, importándola a veces de los Estados Unidos, sobre todo en el Norte, como ocurrió en 1911 con la mina de “El Tigre”, que se vio precisada a surtirse, a través de una línea de 44,000 voltios (o 44 Kv) y de 104 kilómetros de extensión de la energía que le vendió la “Copper Queen Mining Company”, de Douglas, Arizona.
   En esta forma la minería mexicana fue reemplazando con energía eléctrica la tracción animal y el empleo del vapor en los procesos extractivos y de refinación de metales, con lo que obtuvo pingües ganancias.
   El mayor impacto de la aplicación de la electricidad se experimentó, sin embargo, en el bombeo, en virtud de que el gran problema para el desarrollo pleno de la industria lo constituían los tiros inundados.
   Las antiguas máquinas de vapor que se utilizaban para desaguarlos no representaban una solución eficaz, aparte los problemas que significaban por ser demasiado voluminosas, estorbosas y caras. Además su transporte era difícil y tardado, las refacciones eran escasas y de sus combustibles, el carbón mineral era escaso y la leña demasiado cara.
   La electricidad vino a resolver todos estos problemas, pues se proporcionaba mediante cables conductores alimentados por pequeñas plantas hidroeléctricas o por líneas de transmisión de alto voltaje que las compañías comerciales tendían sobre las zonas mineras. Así, las enormes calderas fueron reemplazadas por modernos motores compactos con una mayor capacidad de bombeo, lo que permitió que minas que habían permanecido inactivas por más de cinco décadas volvieron a la actividad. Gracias al bombeo eléctrico, minas como las de San Rafael volvieron a funcionar en 1892, luego de dos años de inundación.
   Otras actividades industriales también se fueron actualizando con el uso de la energía eléctrica en sus instalaciones. La fábrica de papel “San Rafael”, cercana a la Ciudad de México, en 1892 instaló dos generadores eléctricos. En 1894 la fábrica de yute “Santa Gertrudis” se conectó por medio de un conmutador a una estación hidroeléctrica construida en Río Blanco; cabe señalar que ésta fue la primera fábrica de yute en el mundo movida por electricidad. En 1889 la fábrica de sombreros “Carcano”, de la ciudad de Puebla, impulsó su proceso productivo con un generador de vapor de 40 HP, y en México y Toluca se adaptó la electricidad a los molinos de harina; en Hermosillo Ramón Corral la utilizaba para alumbrar sus almacenes, fabricar hielo y mover las pesadas piezas del molino “El Hermosillense”.
   Así, para 1900 ya existían por lo menos 15 plantas hidráulicas generadoras de electricidad, con capacidad de 8000 HP, que abastecían diversas industrias y fábricas. Mediante estas modestas plantas, propiedad de mexicanos, nuestro país entraba, a finales del siglo XIX, en la era de la electricidad.
   Sin embargo, en la primera década del siglo XX, al calor de las prerrogativas y ventajas ofrecidas a los inversionistas extranjeros por el gobierno dictatorial del General Díaz, es cuando realmente se inicia el desarrollo en gran escala de la industria eléctrica.
   En virtud de la creciente demanda de energía eléctrica para la industria y servicios públicos como alumbrado, bombeo de agua, tranvías, etc., se empezaron a organizar empresas privadas con el objeto de generarla. Así, en el Distrito Federal se constituyeron una subsidiaria de la firma alemana “Siemens y Halske” para el alumbrado público, la “Compañía Mexicana de Gas y Luz Eléctrica” y la “Compañía Mexicana de Electricidad”; en Monterrey, la “Monterrey Electric Railway Company”; en Querétaro, la “Compañía Hidroeléctrica Queretana”, etc.
   Pero el avance progresivo de la economía del país hizo ver la necesidad de plantas generadoras de mayor capacidad para hacer frente a la demanda eléctrica. Así, pues, se pensó en aprovechar recursos hidráulicos de importancia que se localizaran en el país. En esa búsqueda un empresario francés, el Dr. Arnold Vaquié, conoció la región de Necaxa y vislumbró la posibilidad de aprovechar la caída del río Necaxa para la generación de energía eléctrica. Para ello organizó la compañía “Societé du Necaxa” y obtuvo del Gobierno mexicano la concesión para utilizar dichas aguas en usos industriales dentro de la región.
   La “Societé du Necaxa” inició sus construcciones y operaciones, pero se vio imposibilitada para concluir las obras destinadas a conducir la energía eléctrica a la Ciudad de México, por lo que se decidió a enajenar sus derechos de concesión sobre el río de Necaxa. Se interesó en ello el ingeniero electricista Frederick Stark Pearson, quien a la postre fue el pionero de la industria eléctrica. Visitó la región de Necaxa en 1900 y comprobó la riqueza y fortaleza natural de la afluencia del río, por lo que de inmediato se dio a la tarea de estudiar, calcular y planear la capacidad de generación de energía eléctrica y los costos de transmisión de la misma al Distrito Federal y al centro minero del Oro. Una vez concluidos sus estudios, inició las gestiones para lograr que se le otorgara la concesión para utilizar las aguas del río Necaxa y, al mismo tiempo, procuró la ayuda financiera necesaria. Para ello, se dirigió a Canadá, donde junto con algunos inversionistas canadienses amigos suyos y con base en las cartas de patente de 1902, vigentes en ese país, constituyó la empresa Mexican Light and Power Company Limited, que con el tiempo se convertiría en la trasnacional más importante de la industria eléctrica en México.
   La idea principal de los accionistas de la Mexican Light and Power Company Limited era desarrollar el potencial hidráulico de la cuenca del Necaxa para la generación de energía eléctrica y transmitir ésta de ese punto a la Ciudad de México, a través de una línea de transmisión y de una subestación al final de dicha línea. De allí, la energía producida se vendría a las compañías que en los alrededores tuviesen concesiones para distribuir y vender energía eléctrica en la Ciudad de México.
   Esa idea quedó plasmada como obligación de la compañía en el contrato de concesión que fue aprobado y publicado mediante Decreto Presidencial el día 20 de mayo de 1903, en el Diario Oficial de la Federación. En efecto, en el Art. 1° del contrato mencionado, se otorgó a la Mexican Light and Power Company Limited, la autorización para ejecutar y conservar las obras hidráulicas, mecánicas y eléctricas necesarias o convenientes, para el aprovechamiento como fuerza motriz, tanto de las aguas como de las caídas naturales actualmente existentes y las que pudieran producirse en los ríos Tenango, Necaxa y Catepuxtla, situados en el Distrito de Huauchinango, del estado de Puebla.
   El art. 3° estableció la obligación, para la concesionaria, de usar las aguas de los ríos Necaxa y Tenango para el aprovechamiento de la fuerza desarrollada por ellas, y el compromiso de establecer dentro de un plazo de cuatro años las obras mecánicas, hidráulicas y eléctricas suficientes para producir 15,000 HP de fuerza mecánica y, dentro de un plazo de diez  años, tener establecidas las obras que fueren necesarias para producir un total de 30,000 caballos de fuerza mecánica en una o más estaciones generadoras, en la vecindad de Necaxa y dentro de los límites especificados en el contrato de concesión.
   Y la empresa se obligó a establecer dentro de los plazos respectivos antes fijados, los aparatos eléctricos apropiados, así como las líneas de transmisión que fueren necesarias para conducir la energía eléctrica producida en las estaciones generadoras a la Ciudad de México o a los demás centros de consumo que la concesionaria eligiere.
   El art. 4° del contrato establecía la facultad a favor de la concesionaria, de erigir y conservar líneas aéreas y de transmisión, para conectar las estaciones generadoras y las subestaciones distribuidoras que pudiera establecer en la Ciudad de México y en cualesquiera otros puntos en que se proyectara o pudiera distribuir o vender o usar la energía eléctrica para fuerza motriz, alumbrado u otras aplicaciones.
   Estos primeros datos, fueron tomados de la publicación: “La nacionalización de la industria eléctrica. Victoria democrática del pueblo mexicano”, en la que la Comisión Federal de Electricidad celebraba su 25 aniversario, esto en 1985.

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