EDITORIAL.
POR:
JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
A pesar de las constantes peticiones que
hicieron públicamente diversos integrantes que provienen de la Secretaría de
Educación Pública o del Instituto Nacional de Antropología e Historia,
finalmente el jueves 10 de diciembre, y en la Cámara de Diputados se aprobó la
reforma presidencial a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal,
con lo que existen todas las condiciones para constituir una secretaría de
cultura, que sustituirá al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
(CONACULTA) que venía funcionando desde hace varios sexenios.
En estos tiempos, y después de la aprobación
de diversas reformas, como la energética, por ejemplo, ello supone que con la
nueva Secretaría de Cultura sucedan escenarios adversos a la cultura misma en
este país. Y es que desde hace años, las partidas presupuestales destinadas a
este sector mostraban una notable desigualdad, con lo que los diversos sectores
que dependían directamente de CONACULTA terminaban por hacer ajustes y recortes
en múltiples proyectos que quedaban cancelados, al punto de encontrarnos con un
resultado desalentador como balance, mismo que se refleja en esa imperiosa
labor de promover la cultura, la lectura y otras expresiones que nunca llegó a
concretarse, en un país que necesita este factor a gritos.
Es en la esfera de tales instituciones donde
se vive un ambiente de desánimo, donde el apoyo a las publicaciones
prácticamente no existe, salvo que se pida la ayuda de la iniciativa privada
para materializarlos en libros, por ejemplo. No dudo de la capacidad de muchos
funcionarios, pero lamentablemente esta gestión pasa por decisiones de terceros
que son quienes tienen que autorizar partidas importantes para concretar
proyectos que, en su mayoría abortan. Y sucede esto por la simple y sencilla
razón de que la cultura es motivo de desprecio, de ahí que quienes de una u
otra forma nos dedicamos a realizar una tarea cuyos propósitos van enfocados a
incrementar ese saber, nos vemos imposibilitados de este o aquel estímulo, por
el simple hecho de que no estamos integrados en algún coto de poder, o somos “favoritos”
de este o aquel funcionario capaz de “meter la muleta” con eficacia. Si han
ocurrido actividades que detonan en la presencia masiva de sectores importantes
de la población, como es el caso de algunas exposiciones que provocaron
tumultos (recuérdese el caso de la de Miguel Ángel y Leonardo da Vinci en
Bellas Artes, por ejemplo), fue gracias a la dimensión de semejantes artistas. Y
en segundo lugar, a un buen aparato publicitario. Pero otras exposiciones,
tuvieron pésimos resultados de asistencia, como ocurre también en el teatro, o
de aquellas obras impresas que están condenadas a la bodega y no a su
distribución inmediata.
En fin, que el tratamiento con que debe
manejarse la cultura es tan sensible, que no puede quedar limitado a pírricos presupuestos
, ni tampoco a la indiferencia del estado que no procura imponer un esquema de
cambios radicales, puestos al día sobre la necesidad que la población tiene al
respecto de este aspecto. Sobre todo con una mirada hacia las juventudes que se
mueven en medio de una incertidumbre, y que en este aquí y ahora necesitan
permearse sin ningún miramiento de todo aquello que signifique cultura, hasta
el punto de que cada uno de ellos haga suyo un abanico de conocimiento
envidiable.
Los esfuerzos hechos hasta ahora al respecto
del impulso de la cultura en nuestro país son insuficientes. Debe multiplicarse
en forma contundente esa noble tarea con objeto de que cumpla objetivos
precisos, puntuales. Tareas de esta naturaleza las impulsaron personajes como
José Vasconcelos o Jaime Torres Bodet, uno de los secretarios modelo, y del que
no se ha vuelto a dar otros ejemplo. La cultura está ávida de encontrar gente
comprometida (no dudo que el papel desempeñado por Rafael Tovar de Teresa haya
sido malo, sólo que en la mayoría de los tiempos en que estuvo al frente de
CONACULTA, tuvo que hacer, me lo imagino, malabares para el manejo de unos
cuantos pesos destinados al impulso de la cultura misma). Incluso, ha habido
año en que se destina más presupuesto al ejército que a la cultura misma, lo
cual habla de un desequilibrio en las prioridades de esta nación.
El problema actual estriba de que en tanto
Secretaría de Cultura, el manejo de su patrimonio se vea afectado por medidas
arbitrarias, y ya se plantean escenarios negativos, como el hecho de que
espacios arqueológicos se conviertan en grandes salones de fiestas. A esta Secretaría
le corresponderá de aquí en adelante la preservación de todo el patrimonio
cultural, histórico, estético, material o inmaterial que se ha generado en
México. ¿Llegarán a los puestos prioritarios las personas con el perfil que
exige tamaña responsabilidad? No olvidemos tampoco que en estos tiempos, priva
una serie de nuevas condiciones impuestas por el neoliberalismo, por la
postmodernidad, y en ello le va la vida a muchos de los integrantes del
gabinete en turno, que ensoberbecidos por el puesto mismo que ejercen desde sus
impecables oficinas aplican una política de represión (el caso de la prueba de
enlace a los maestros de este país, donde para su realización, se echó mano de
la fuerza pública, al punto de que la equivalencia eran tres policías por cada
maestro evaluado).
La cultura no se maneja detrás del
escritorio. Hay que ser uno de ellos, haber surgido de este noble gremio de
creadores y hacedores, para entender a profundidad de que está urgida esa
manifestación que puede ser capaz de que se enorgullezca un pueblo. Incluso,
quienes tenemos un compromiso con ese desempeño, y lo hacemos desde trincheras
marginales, tenemos enormes dudas al respecto. Siempre he dicho que dudo hasta
de mi propia sombra… así que cuanto venga en adelante, respecto al ejercicio
que se realice en y para la cultura tiene que ser bajo una entrega total, y no
sometidos a los dictados de la ignorancia que por acá abunda… y mucho.
12 de diciembre de 2015.
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