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domingo, 6 de septiembre de 2015

TESTIMONIO DEL CONDE DE LA CORTINA SOBRE NECAXA EN 1860…

LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA y SUS AUTORES INVITADOS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

José Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina, mejor conocido como el Conde de la Cortina (9 de agosto de 1799-6 de enero de 1860) fue un personaje convencido en impulsar los estudios científicos a través de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y otras instituciones. Entre sus innumerables aportaciones en ese orden de la ciencia, el Conde de la Cortina nos comparte la maravillosa experiencia de haber observado y descrito el imponente espacio de Huauchinango y Necaxa, mismo que aparece a continuación, y el cual se publicó en 1860.

CASCADA DE HUAUCHINANGO.

Imagen obtenida el 9 de mayo de 1903.

   Entre los objetos más grandiosos y magníficos con que la naturaleza ha querido enriquecer a la República Mexicana, debe incluirse, sin duda alguna, la cascada de que vamos a hablar, de la cual apenas tienen noticia unos cuantos mexicanos, y ninguna seguramente los extranjeros que residen en este país, o que lo han visitado, ya por curiosidad, ya para hacer de él un estudio científico.
   Mientras vemos ponderar en tan pomposas descripciones la Catarata del Niágara, el Salto de Tequendama, las cascadas de Montmorenci, las de Suiza y otras muchas, existe ignorada en lo interior de la República Mexicana, a la corta distancia de cuarenta y dos leguas de su capital, una cascada tan digna de atención por las disposiciones particulares que le ha dado la naturaleza, como por la frondosidad y hermosura del terreno en donde se halla.
   Esta cascada, tal vez la más alta de la República y acaso de todas las de la América septentrional, está situada a cuatro leguas del pueblo de Huauchinango, y a una del pueblecillo de Necaxa. El río que la forma es el Totolapa, el cual recibe en su curso otros afluentes antes de llegar a la primera caída de sus aguas, que se encuentra a cosa de una milla más allá de Necaxa y se llama La Ventana, en donde se precipitan aquellas, desde una altura de cincuenta y cinco varas. Dos millas y media más debajo de este lugar, haciendo el río una inflexión o vuelta de Sudoeste a Noreste, se halla el salto o la cascada grande, verdaderamente magnífica, llamada Ixtlamaca, y cuyas abundantes aguas se dividen en tres raudales, formando otras tantas caídas en un espacio de veintiséis varas, incluyendo los terrenos que las separan.

Imagen obtenida el 9 de mayo de 1903.

   La cantidad de agua que se precipita es (según el cálculo aproximado que pude hacer) de setenta pies cúbicos, con una velocidad de diez pies en cada segundo de tiempo, o doce mil varas por minuto, cayendo en un abismo, o formando un salto de ciento treinta y cinco varas de altura. El ruido que hacen las aguas en estas caídas se asemeja a un trueno atmosférico prolongado, y la niebla perpetua que forman es tan espesa y blanquecina, que impide distinguir los objetos con la vista a diez o doce varas de distancia. Los tres raudales caen separados por rocas coronadas de vegetación y formando cada uno una cascada distinta e independiente, por espacio de cerca de noventa varas, contadas desde el punto de desprendimiento hacia abajo; pero por la velocidad que adquieren las aguas, por la evaporación que experimentan y por otras causas, que influyen en ellas antes de llegar a la caldera, se confunden y convierten en una sola masa espumosa que va adquiriendo mayor densidad a medida que se acerca al punto del golpe, en donde es indescriptible la fuerza con que chocan, se agitan, hierven y se levantan enormes volúmenes y remolinos de agua, conmovidos, rechazados y trastornados en todas direcciones. Pero lo más admirable y extraordinario de esta cascada es la variedad de climas y de frutos que presenta en sus terrenos, según la situación o diferencia de nivel de cada uno de ellos. En la parte alta, se ven el ocote, el pino común, el encino, los helechos y otras producciones propias de las tierras frías y de las templadas, y en la parte baja, principalmente hacia elSudoeste, al pie de la cascada, crecen con lozanía hermosos platanares de diferentes especies, la caña dulce, el arbusto de la cera, la granadita de China y otros frutos de las tierras calientes.


Conde de la Cortina: “La Cascada de Huauchinango”, Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1860, vol.8, época 1., p. 155-156.

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