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viernes, 30 de agosto de 2013

EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Difíciles tiempos los que se viven por estos días. Pero este síntoma no es nuevo, luego del paso de varios sexenios en que sus promesas se han quedado en mero recuento de engaños. En ese estado de cosas, y en lo particular, los electricistas fuimos siendo víctimas de una persecución mediática primero, de eliminación después por obra y gracia de uno de los regímenes más oscuros que se hayan experimentado en el México de nuestros días. Como ya lo había expresado en otra “Editorial”, la extinción de Luz y Fuerza del Centro experimentó un comportamiento peculiar al interior de sus componentes humanos: se pulverizó la comunidad, con lo que surgieron diversos frentes que ahora están perfectamente diferenciados entre grupos de confrontación y no el de una condición unitaria. Esto permite entender que el ataque del gobierno cimbró nuestra comunidad hasta el punto de que hoy muchos nos vean o nos veamos ya no como compañeros, ni como camaradas. El asunto es peor. Nos vemos o nos ven como enemigos, como traidores, como personas “non gratas”. Lo que falta entender es que para ello el detonante del 10 de octubre de 2009 vino a ser la causa principal de este síntoma patológico. Esto, en lo personal me duele mucho pues en esa desintegración los electricistas nos dispersamos pretendiendo encontrar una nueva forma de vida, de acceder a una reinserción laboral la cual se nos cerró a la gran mayoría pues se hizo presente un ambiente de hostigamiento. Nos veían como “apestados”, como si hubiésemos cometido un gran delito, lo cual evidentemente no era así. Pero el efecto de esos “daños colaterales” que se encargó de alentar el gobierno anterior surtió efecto.

Timbre postal conmemorativo por el centenario de LyFC en 2003.

   Hoy, cuando están por cumplirse ya largos cuatro años de aquel “golpe de estado” a Luz y Fuerza del Centro, hoy que estamos a poco más de un año para que se celebre en forma digna el centenario del Sindicato Mexicano de Electricistas justo el 14 de diciembre de 2014, se convierte en un momento apropiado para limar asperezas entre nosotros, de alentar las reconciliaciones a partir de lo que nuestra presencia significó allá adentro, tanto en Luz y Fuerza del Centro como en el Sindicato Mexicano de Electricistas. Sé que será una tarea difícil. Las fibras están muy sensibles, hay demasiada intolerancia en el ambiente, y es natural. Tampoco es poca cosa.
   Cada día que pasa, se va metiendo más en la entraña el significado de lo que para nosotros, los electricistas significó en nuestras vidas Luz y Fuerza del Centro. Sucede como en aquella vieja canción que decía, entre otras cosas: “Un viejo amor, ni se olvida ni se deja…” Y si a ello va unido el espíritu del Sindicato Mexicano de Electricistas que nutría y sigue nutriendo de actitudes que tendrían y tienen que ver con el derecho y la justicia del trabajador, eso termina por alentarnos de una u otra forma.
   El recurso que ahora está poniendo en operación el actual gobierno con respecto a la Reforma Energética pone en un predicamento el destino del país. Ayer mismo, apuntaba el Ing. Javier Jiménez Espriú en su acostumbrada colaboración de La Jornada: “Reunión con el secretario de Energía”[1] su profunda preocupación por el que se podría cometer en uno más de los dislates del gobierno peñista si pretenden consumar esta Reforma. Preocupa lo que plantea este brillante universitario:

Luego de una exposición del secretario sobre la iniciativa y su diagnóstico del sector, y particularmente sobre Pemex, intervinimos los asistentes. A pregunta expresa de mi parte sobre “hasta cuánto de la renta petrolera estaba el gobierno dispuesto a ceder a las empresas que participaran en los contratos de utilidades compartidas”, el secretario me contestó con un contundente: Nada, la renta petrolera no se comparte. Ante mi asombro, me expresó que la renta petrolera era la diferencia entre el precio en que se vende el producto y los costos en que se incurre, y que de ese remanente que es la renta petrolera no se les entregaría nada. Las utilidades a compartir están seguramente, según él, en los costos.
Sorprendido, le manifesté que hablábamos dos lenguajes distintos: la privatización para mí no es privatización para ellos, y las utilidades que piensan compartir, a diferencia de lo que yo pienso, para ellos no son renta petrolera. Con esa concepción, ahora entendía por qué hablaban de que no había privatización y que no se entregaba nada de la renta petrolera. Pero obviamente me quedaron muchas y preocupantes dudas sobre si quienes nos querían aclarar cosas tienen claro el asunto delicadísimo que está en sus manos y con el que están jugando con fuego.

   Sin embargo, el asunto no para ahí, pues el propio Jiménez Espriú manifiesta haber tenido elementos suficientes, la declaración del mismo Secretario de Hacienda, publicadas en Reforma del 23 de agosto pasado:

“Entre más complejo sea desarrollar un campo, mayores serán las utilidades de las empresas que lleguen a México –obviamente extranjeras, porque llegarán a México– a extraer crudo con los contratos de utilidad compartida”, lo que ya nos había dicho a nosotros, pero agregó algo que no dijo en nuestra reunión: “Si el pozo produce más petróleo del que se tenía estimado… pagarán un bono por los rendimientos extraordinarios. Eso impide que el privado se lleve todo el rendimiento…., que no se lleve toda la utilidad porque hay un pago al Estado”. Yo fui el que se quedó casi privado al leer este despropósito. ¡Nos van a dar un bono!, ellos a nosotros, por el mayor éxito de nuestro yacimiento, que seguramente deberemos agradecerles amablemente. De lo aparecido, algo que no se pierda, sería el nuevo dicho petrolero.

   Por lo tanto, y así concluye Javier Jiménez Espriú:

Expuse ante el secretario la tragedia de los contratos de utilidades compartidas en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia, en Kazajstán en los que a cada nación le costaba, en beneficio de las empresas, 50, 70, 82 y casi 98 por ciento de la renta petrolera, respectivamente, a lo que me respondieron que esos contratos, especialmente el último, eran un espléndido ejemplo de contratos mal negociados. ¡Ellos seguramente los negociarán bien!
Todos expresamos, con argumentos difíciles de contrarrestar, nuestra posición en contra de la intención de modificar los artículos 27 y 28 de la Constitución, que quitan la condición de estratégicos a los hidrocarburos y entregan a la inversión privada el crecimiento de la industria y con gravísimas consecuencias para la nación, y creo que a ninguna de las muchas inquietudes expresadas por los presentes se dio una respuesta no ya que convenciera, sino simplemente que tranquilizara nuestras preocupaciones.

Movilizaciones como estas, son el resultado de la falta de gobernabilidad en este país. Imagen tomada de La Jornada, del 25 de agosto de 2013, portada.

   Lo anterior nos pone en un brete: Si pretenden manejarse con un doble discurso, lo mismo la Reforma Energética que la Educativa o la Hacendaria tendrán consecuencias lamentables en la medida en que quieran imponerlas bajo este lenguaje, pero sobre todo bajo esa oscura intención de saberse los indicados para decir que con dichas reformas México recuperará el camino que perdió en años.
  Si no confío ni de mi propia sombra, menos de la de los demás, o “hasta no ver… no creer”.

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