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jueves, 14 de marzo de 2013

LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA y SUS AUTORES INVITADOS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

ALFONSO DE ICAZA.

   Comenzamos esta serie bajo el impacto que nos han causado varias lecturas a textos donde esperando haber encontrado otros asuntos, de pronto íbamos de sorpresa en sorpresa respecto a las vivencias, anécdotas y otros testimonios que varias plumas nacionales (y no dudamos que lo sean también extranjeras) han dedicado al respecto del tema que para todos ellos causó o sigue causando el tema de la energía eléctrica. Lo mismo en prosa que en verso, o a la manera de una crónica o un perfil biográfico, con los autores elegidos primero. Y los que habrán de surgir –a no dudar- sobre la marcha después, nos permitiremos recoger sus apuntes, sus visiones y reflexiones que por una u otra circunstancia refieren sobre las labores a que se ha entregado tanto la empresa responsable del servicio de luz eléctrica como de sus empleados.
   Alfonso de Icaza, reconocido periodista (el mismo se identifica con el periodismo católico de su época. Además, como cronista taurino, fue conocido con el alias de Ojo) es autor del libro Así era aquello… Sesenta años de vida metropolitana.[1] En dicha publicación, aparecen diversos apuntes relacionados con lo que para Icaza significó la vida cotidiana de entre siglos (el XIX y el XX). Entre otros, menciona aquellos que tienen que ver con nuestra empresa. De ahí que valga la pena recoger esos datos para entrar en el territorio de la nostalgia.

Como era la ciudad…
   Abunda Icaza sobre lo que era aquella ciudad hacia 1895, cuando esta contaba trescientos sesenta mil habitantes; (y para cuando está culminando su obra, en 1957, ya eran cuatro millones).

   El México de entonces esta constituído por la parte vieja, que poco ha cambiado, y por unas cuantas colonias: las de Guerrero, Santa María, Arquitectos, e inicio de la de San Rafael.
   Por el norte, la parte construída llegaba hasta Peralvillo y por el este hasta San Lázaro, y donde está la estación que fue del F. C. Interoceánico comenzaban las zanjas que conducían al lago de Texcoco. Todavía se conserva enfrente de lo que era la Compañía de Luz, la puerta de entrada de las canoas, las que llegaban, hace muchos años, hasta la hoy calle de Soledad (…)

Vista de la planta ubicada en San Lázaro en el año de su inauguración. (1904).

   En otros apuntes relaciona don Alfonso lo que fue el Paseo de la Reforma, y en estos que descubrimos sigue sus remembranzas:

   (…) la hoy Colonia Juárez, en la que sólo existía, como construcción firme, la fábrica de Luz de Knight, en la hoy calle de Lucerna (…)
   (…) que a uno y otro la de la Calzada de la Verónica, hoy Melchor Ocampo, había numerosos ranchos; que donde es hoy la Colonia Anzures existía el bosque del mismo nombre, talado en una noche por los habitantes de la ciudad cuando, a la entrada de las fuerza del Gral. Obregón, hubo angustiosa escasez de combustible, así como llanos donde se efectuaban maniobras militares (…)

Casimiro Castro: La Tlaxpana a mediados del siglo XIX. Litografía de la época.

Sobre Los Tranvías de Mulitas.
   Varias son las ocasiones en que uno, como lector se encuentra de pronto los reportajes que aparecieron generalmente en la revista Electra[2] y que se ocuparon de las curiosas escenas ocurridas con aquel medio de transporte, también llamado como de “tiro de sangre”, debido, con toda seguridad, a la forma en que los jamelgos terminaban una ruta, vomitando sangre, luego de la exhausta carrera a trote por estas y otras calles de la otrora ciudad de México.

   Tenían los antiguos tranvías de México, de tracción animal, de unos cinco metros de largo, por unos dos de ancho, y estaban provistos, en su interior, de bancas corridas con asientos de madera perforada, en los que podían sentarse alrededor de treinta personas.
   Los había de primera y de segunda, y estaban pintados, aquéllos, de amarillo canarios, con techos blancos, y los otros, de verde.
 Despedida del último tren tirado por mulitas, también llamado “de sangre”.

   El letrero de la línea a que pertenecían estaba sobre el techo, pintado en una tira de madera, con letras negras, sobre fondos de distintos colores. Posteriormente se usaron unos letreros colgantes.
   Su piso era de madera, formado por tiras angostas; estaban provistos de agarraderas de cuero, para las personas que viajaban de pie; ostentaban anuncios comerciales, ya cerca de donde se iniciaba el techo, y su alumbrado consistía en dos lámparas de petróleo, incrustadas en uno y otro extremo, con lo que dicho está que reinaba en ellos una casi completa obscuridad, que hacía imposible, desde luego, la lectura, ya dificultada por el movimiento de ir y venir de aquellos carritos.
   Había como hoy, líneas urbanas y suburbanas, y a fin de que los troncos de mulas de tiro no se cansaran demasiado, eran “remudados” en sitios determinados, dándose el caso, en las líneas extensas, de que dichos cambios fueran varios, siendo de elogiarse lo bien organizados que estaban, debiéndose a esta circunstancia el que las mulas caminaran siempre al galope, fustigadas por los grandes látigos de los cocheros, que les dirigían además, frases no siempre “cariñosas”. Dichos cocheros vestían como les daba la gana, y además de manejar, tenían a su cargo el garrote, necesario en las paradas. Los conductores sí estaban uniformados, y no hacían sino cobrar los pasajes.
   Las líneas eran menos extensas que las de hoy; la de “Colonia”, por ejemplo, que era la de mi rumbo, partía del zócalo, y terminaba frente a la iglesia de San Cosme, donde había una “Y” griega, para el regreso.
   Una particularidad digna de ser mencionada. Hasta poco antes de que el servicio se transformara en eléctrico, lo que ocurrió, en parte de las líneas, el año de 1900, los tranvías paraban a solicitud del pasajero en cualquier lugar de las calles, frente a los domicilios, donde, también podían ser tomados, y no tan solo en las esquinas, como se estableció después.
   El último tranvía de mulitas fue uno que partía de espaldas de la Catedral, hacia el México viejo, perdurando esta línea hasta hace relativamente pocos años.
   El depósito de los tranvías de “mulitas” estaba en la calle de las Artes, cerrando la de Ramón Guzmán, y era tan extenso, que cerraba también, por el fondo, la calle de los Guardias, que partía de la de Gómez Farías a la de San Cosme.

Alumbrado.
   El tema con que ahora nos “deslumbra” quien fue familiar del famoso pintor charro Ernesto de Icaza, tiene que ver con una de las participaciones más directas habidas con la Mexican Light and Power Company, Limited. Sabemos que para la tarde del 6 de diciembre de 1905, con la energía que está siendo enviada desde la planta de Necaxa se iluminaron varios cientos de lámparas que se colocaron al efecto en un buen sector del centro de la ciudad de México. De los recuerdos que alguna otra persona ya mayor recordaba en su niñez, tiene que ver con aquel acontecimiento, pues habiendo venido de provincia poco tiempo antes, cual sería su sorpresa de haber sido cautivada por las “muchas lunas” que tuvo oportunidad de contemplar… y todo en un mismo sitio.

El zócalo de la ciudad de México en una vista nocturna (Ca. 1920)
Luces sobre México. Catálogo selectivo de la fototeca del INAH

   Dejemos nuevamente a don Alfonso que nos platique un poco sobre su experiencia en torno al alumbrado.

   Ya no alcancé otro alumbrado público que no fuera el eléctrico.
   Estaba la planta que lo producía en medio de los llanos que separaban al Paseo de la Reforma de las calles de Bucareli, a la altura de las hoy calles de Lucerna, y era propiedad de los señores Knight.
   Los focos tenían menos intensidad que los de hoy, y eran de carbón estando montados sobre postes de madera, provistos de una especie de tejado de lámina, para preservarlos de las aguas y del sol.
   Su aspecto no era muy atractivo que digamos, y menos después de que se iban haciendo viejos, ya que, para ponerles carbones nuevos, se subían a ellos los electricistas, clavándoles ganchos de fierro que llevaban en los pies y que dejaban huellas más o menos visibles.
   A principios del siglo vino la compañía alemana de Siemens y Halske a instalar los grandes postes metálicos que lució la capital por mucho tiempo, y que aún pueden verse en algunas calles, mucho más altos y airosos, así como los focos colgantes, que se emplearon en las calles angostas.
   Ya para entonces se había establecido la Mexican Light and Power Co. de la que era gerente un tudesco, de apellido Negebauer, la cual compañía estableció una planta de mucho mayor capacidad, en Nonoalco, datando de entonces que naciera, pudiéramos decir el alumbrado eléctrico en las casas, ya que antes eran muy pocas las residencias que habían dejado el petróleo, las velas y otros procedimientos antiguos.
   Los focos “incandescentes”  -así se les llamaba a los inventados por Edison- eran de “16 bujías”, y daban una luz amarillenta, que, no obstante, parecía entonces muy brillante.
   Posteriormente se instalaron tuberías de gas en las calles, pero no llegaron a usarse por haber adquirido la Compañía de Luz a la empresa que las puso.
   Debo mencionar, en este capítulo de alumbrado, el que todavía durante la época de mi niñez utilizaban los circos, y que según tengo entendido, fue inventado por mi abuelo materno, don Meter Green.
   Lo producían grandes lámparas de tubos de Hierro, en cuyos extremos había unos círculos perforados, saliendo de cada uno de los agujeros una llamita, que al multiplicarse en cada aparato, y más siendo estos varios, daban una claridad desusada entonces.

Los tranvías eléctricos.
   Al integrarse The Mexican Light and Power Company, Limited (esto el 10 de septiembre de 1902), fue gracias a un capital inicial de 12 millones de dólares dividido en 120 mil acciones de 100 dólares cada una con un objetivo: la generación, la distribución y la venta de energía eléctrica en la ciudad de México y en otras ciudades de la zona centro del país.
   Operó en las principales zonas mineras del centro del país: El Oro, Tlapujahua y Pachuca. Como se sabe, es hermana de sangre financiera de la Mexican Tramways, pues hasta 1933 compartieron oficinas administrativas, algunos talleres importantes como el de Indianilla, sin dejar de olvidar a muchos de los trabajadores de esos centros de trabajo, y por supuesto, al gerente general de las mismas. Es por estas razones que la convivencia de ambas empresas era común y el apoyo mutuo uno de sus fines para prestar el servicio a la ciudadanía. Quizá por estas razones, los testimonios que vienen a continuación reflejen ese estado de cosas.

   Recuerdo perfectamente cuando fue la primera vez que vi un tranvía eléctrico. Nos hallábamos algunos de la familia en el interior de una sombrerería de la hoy calle del 16 de Septiembre, cuando llegó hasta nosotros un rumor callejero. Salimos a la puerta del establecimiento y vimos que venían, del zócalo, dos trenes que nos parecieron casi fantásticos, pues hay que tener en cuenta que entonces no había automóviles.

Luces sobre México. Catálogo selectivo de la fototeca del INAH

   Los nuevos tranvías daban la impresión de ser muy grandes y, desde luego, mucho más cómodos que los de “mulitas”. Sus asientos transversales forrados de mimbre, su magnífico alumbrado, todo, en fin, contribuía a que se les recibiera con beneplácito.
   Sin embargo hubo gente contraria a ellos, entre la que se contaba mi tío materno don Juan Green, inolvidable por muchos motivos, el cual se negó siempre a subir a uno de esos vehículos, estimándolos peligrosos.
   Primitivamente vinieron unos treinta vagones de 4 ruedas y otros tantos de 8, y tenían las plataformas descubiertas, esto, sin puertas. A poco llegó otra remesa que llamó mucho la atención, pues era de tranvías de dos pisos. Se subía al segundo por una escalerilla colocada en la plataforma trasera, y desde el piso de arriba se dominaban los jardines de muchas casas, que estaban ocultos a las miradas del público, por las verjas.

   En aquel entonces el personal de los tranvías estaba pulcramente uniformado, y tanto el motorista como el conductor vestían trajes de paño azul, con botones dorados. Con la llegada de los tranvías eléctricos se establecieron las paradas únicamente e las esquinas.
   Después comenzaron a venir otro tipo de carros más grandes, así como algunos de remolque, varios de ellos descubiertos, llamados de “verano”. 
   También circularon por nuestras calles los “pericos” (…) pintados de verde y que cubrían el servicio de segunda clase entre San Ángel y México.
   Y así por años y años dieron servicio aquellos viejos tranvías, que hasta hace poco veíamos aún por nuestras calles, por las que circulan ahora, rápidos y silenciosos, los nuevos, color crema y verde, adquiridos últimamente y que tanto han mejorado el importante servicio público, llamado a desaparecer, quizás, en la ciudad misma, pero que habrá de perdurar, por quién sabe cuanto tiempo, en lo concerniente a las líneas foráneas.
   Desde allá por los años de 1908 hasta hace unos diez, hubo los trenes llamados “rápidos”. Estos tranvías grandes salían del Zócalo a las 1.05 p.m. para Tlalpan, Coyoacán, San Ángel, Mixcoac y Tacubaya. Al pasar los “rápidos”, se paraba todo tránsito; se les daba preferencia en su recorrido, y no paraban sino unas cuantas veces. Eran usados por todas las personas que vivían fuera de la metrópoli. DE regreso salían de sus lugares para entrar a la ciudad a las 3 en punto, y también se les daba el paso de toda preferencia. Olvidaba decir que estos mismos trenes hacían los viajes temprano, para llegar al Zócalo unos a las 8 y otros a las 9. Entre los clientes de los “rápidos” se contaban varios Ministros, inclusive el de Hacienda, don José Ives Limantour, que salía con prisa, diariamente de la Secretaría, a tomar el rápido de Mixcoac y gustaba de acomodarse en el primer asiento.
   El pago del pasaje podía hacerse por medio de abonos mensuales, que rebajaban casi a la mitad del valor del viaje. Sólo había necesidad de enseñárselos al conductor, quien los perforaba. Posteriormente se usaron “planillas”.
   Los periódicos de fines del siglo pasado (antepasado) y de principios del presente (el siglo XX), aprovecharon las oportunidades que les brindaron los “trenes eléctricos” para publicar caricaturas y dibujos alusivos a las desgracias que ocasionaban y que también ocuparon la atención de los autores teatrales, y fue así como, para clamar la opinión pública, la compañía dotó a los tranvías de “salvavidas” de distintos sistemas, que nunca dieron buenos resultados.

  Gratos recuerdos son los que evoca Alfonso de Icaza sobre un tiempo ido que parece ir al compás de aquella vieja canción que entonaba Pedro Vargas:

…quisiera que volvieran
los días de la infancia,
para vivir alegres
y sin preocupaciones…


[1] Alfonso de Icaza: Así era aquello… Sesenta años de vida metropolitana. México, Ediciones Botas, 1957. 318 p.
[2] Electra. El magazine de Luz y Fuerza y Tranvías. Se publicó entre los años de 1924 a 1933 con periodicidad quincenar mientras convivieron ambas empresas: Mexican Light and Power Company, Limited y la Mexican Tramway Company. Con el paso de los años, y ya sin la presencia de los electricistas, continuó apareciendo, quizá bajo otra u otras épocas hasta entrado 1950.

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