Entradas populares

domingo, 17 de marzo de 2013

JOSÉ VASCONCELOS y FRED STARK PEARSON.

LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA y SUS AUTORES INVITADOS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

JOSÉ VASCONCELOS.



   Sin más preámbulo, demos paso a la opinión de Vasconcelos en sus

CAMINOS PARA LA JUVENTUD.[1]

   El señor Licenciado José Vasconcelos, Ex-Secretario de Educación Pública,[2] nos autoriza a insertar el presente artículo como muestra de simpatía a los jóvenes empleados y obreros de las Compañías esperando que saquen provecho de las observaciones que hizo el distinguido intelectual.[3]
   El Licenciado Vasconcelos da como ejemplo, actos de la vida del Dr.[Frederick Stark] Pearson, que fue uno de los principales creadores de la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz, S.A. y de Tranvías de México, S.A.

   Llevamos sesenta años de clamar contra la educación literaria y sin embargo todavía hoy estamos preparando generaciones de profesionistas literarios, es decir, médicos y abogados. [Gabino] Barreda[4] se hizo la ilusión de haber implantado el período científico que buena falta nos hacía, pero nosotros hemos hecho de la misma ciencia tan sólo literatura.[5] De la ciencia extrajimos una supuesta filosofía para barniz oratorio del profesionista, y la sustancia del conocimiento científico la olvidamos o la dejamos en manos de esa pequeña minoría laboriosa que siguió entrando a las cátedras, siempre un poco desiertas, de la antigua escuela de Ingenieros.[6] De la ciencia prendimos el ateismo, pero no llegamos a asimilar las matemáticas y es que, para lo primero basta un poco de audacia verbal y mucha pereza de pensamiento, y en cambio, para aprender la realidad de la ciencia elección [que] nada tiene de extraña, si se necesita estudio y esfuerzo. La considera que nuestro defecto fundamental es la pereza. Nuestros mismos hábitos sociales, nuestra inclinación espiritual, todo contribuye a estimular y apremiar la pereza propia y la ajena. Por eso mientras unos se inclinan por la empleomanía y vegetan oscuramente en las escasas obras materiales que nuestro afán destructor les permite levantar; los otros, los abogados y los médicos y los ingenieros presupuestívoros [sic], con aires de hombres de ciencia, no hacen otra cosa que mala literatura interpolada de jerga seudocientífica. Hemos hecho ya la exhibición parcial de la necedad en que se apoyan la mayor parte de las teorías médicas que prevalecen en la actualidad; de los abogados no hay ni que hablar y por lo menos no presumen de poseer la verdad absoluta; pero es necesario que esta campaña contra la falsa ciencia, no debilite el amor de la ciencia verdadera, no nos destruya la fe en el progreso humano.
   Nuestro pueblo no es, no parece estúpido, pero sí es loco. Sin embargo, aun los mismos locos, tienen un instante de cordura en que pueden recapacitar y es menester que ese instante lo aprovechemos nosotros para preguntarnos si en realidad no tenemos remedio. Esta pregunta, me ha vuelto a la mente, cuando supe algunos días que la inscripción en la Escuela de Ingenieros no pasa de cien alumnos,[7] en el primer año, en tanto que se han inscrito más de ochocientos en Medicina y unos trescientos en Jurisprudencia. ¿Qué va a ser de esta juventud, tenemos que preguntarnos, que sigue los mismos pasos de nosotros, no obstante que tantas veces se le ha advertido el peligro y se le han señalado las ventajas de las carreras realmente científicas?
   No es posible forzar a los jóvenes para que cambien de vocación, pero sí consideramos que es un deber dedicar unas palabras de elogio a esa minoría que ha optado valientemente por la carrera que prepara la civilización. Bien hace no de dejarse llevar de apariencias falaces. Ellos, los de Ingeniería y los de Mecánicos y Electricistas y los de Ciencias Químicas pueden estar seguros de que serán útiles a la patria si ser una carga futura del presupuesto. No sólo eso, sino que estarán más cerca del espíritu en la obra de transformación de la vida que sin cesar se consuma en el mundo. En la época moderna, los poetas de verdad se han hecho ingenieros; los inútiles hacen los versos, los inspirados construyen la belleza. No hay en toda la poesía mexicana, arte comparable al que trazó las líneas irregularmente armoniosas de las obras de captación de las aguas de Necaxa. Explende allí toda la sublime belleza del milagro que combina los elementos con el soplo divino de la inteligencia. Destreza, suavidad y gracia, grandiosidad y armonía en perpetuo temblor de vida y fecundidad misteriosa que se engendra en la turbina y corre por los alambres difundiendo la fuerza que creó el bienestar y redime al esclavo. Fuerza más generosa que la del amor, porque alivia y ennoblece lo que el ciego amor engendra sin tino y sin piedad para sus frutos!
   Y todo este misterio de bondad y de belleza procede de un concepto genial y de una paciencia de santo, de una de esas paciencias que exige el saber verdadero y sólo puede dar el hombre laborioso y sincero. El hombre que hizo todo esto se llamaba el Doctor Pearson, no recuerdo su primer nombre.[8] Doctor en matemáticas, no en medicina, me tocó conocerlo: era nervioso, casi eléctrico, delgado y pálido, y animado de una actividad inteligente y febril. No había tenido tiempo de ser malo; su vida fue toda una sucesión de acciones y descubrimientos geniales. Comenzó ganando cien dólares al mes como profesor de matemáticas en una modesta escuela de la dura Nueva York; pero estudiaba sin cesar. Un día ganó un concurso abierto por la Compañía del Subway [o tren subterráneo] para resolver un problema de construcción interior de una vía. El premio le produjo cincuenta mil dólares; tenía veinticinco años, pero estaba temporalmente agotado por el trabajo mental excesivo; por el ejercicio del cálculo que consume todas las energías, todo lo que hay en nosotros de bestia, pero afina y despeja la mente.
   Con los cincuenta mil dólares compró un yate y se fue al Brasil, de vacaciones. Pero el genio ni necesita ni tolera el descanso; en una excursión de paseo concibió el plan de aprovechar una caída para establecer una planta de luz y fuerza; volvió a los Estados Unidos o al Canadá para reunir capital y a los pocos años Río de Janeiro se convirtió en la ciudad más bien alumbrada del mundo.
   Ganó fama y ganó dinero; obtuvo uno de esos triunfos que no logró imaginar ninguno de los trágicos de la antigüedad; el triunfo por excelencia, el triunfo mágico, el único que supera a la poesía: transformar la fuerza elemental en beneficio del hombre. Por un instante se acercó a la divinidad en el grado en que se acercan los místicos. Y mientras esto hacían él y otros como él en el continente, nosotros nos hemos estado preciando que seguimos a Ariel y ellos a Calibán,[9] no obstante que hacemos mera oratoria, mientras los otros hacen poesía.
   Consumado su milagro en el Brasil, el Dr. Pearson, dueño de su destino y dominador benéfico del mundo, se trasladó a México donde se puso a concebir y a realizar Necaxa.[10] Después se fue a Barcelona donde logró dejar en pie otra planta que reparte no sé si seiscientos mil caballos que alimentan [también] no sé cuanta turbinas. Desde la época de las catedrales españolas y las exploraciones civilizadoras de los misioneros, no se había hecho en México obra de más alta poesía que la obra de Necaxa. En los últimos días de su vida, el Dr. Pearson se vio amargado por dificultades con sus accionistas: su genio lo llevaba a consumar planes cada vez más vastos, y el dinero se consumía y sus socios ricos le gruñían exigiendo dividendos. Pero el era un poeta, y seguía soñando y así, con sus sueños de gran mago de la realidad y de maestro de la verdadera ciencia, bajó al fondo del mar en un naufragio. ¡Se lo tragaron las aguas que el había vencido! De estos poetas quisiera yo para nuestra raza. Así son los héroes e los tiempos de la civilización.

José Vasconcelos.

   Metáfora con un enorme peso de sentencia, es la forma en que José Vasconcelos parece contemplar el fin de los días de un hombre al que, efectivamente ¡Se lo tragaron las aguas que él había vencido!
   Es la vida una profunda contradicción…


[1] Electroactividad. Vol. II, México, D.F., Mayo 1º de 1925, Nº 9, p. 2 y 6.
[2] El cargo como Secretario de Educación Pública fue de 1921 a 1924. Además, había sido Rector de la Universidad Nacional y candidato a la presidencia de la República en 1929.
[3] Puede apreciarse un sutil mensaje subliminal que deja ver la honda preocupación ya no sólo, como se verá del propio Vasconcelos. También de los redactores de la publicación a que acudimos, por la simple razón de que es un claro síntoma de las inclinaciones profesionales que se reflejaban hace más de 80 años en un país que está saliendo de la pesadilla revolucionaria, pero que necesita de nuevas y pujantes generaciones de estudiantes preparados bajo la égida de la Universidad, listos a emprender tareas de responsabilidad.
[4] El Dr. Gabino Barreda impulsó, desde 1867 y luego en la Escuela Nacional Preparatoria las teorías del positivismo, corriente filosófica de avanzada durante la segunda mitad del siglo XIX, primero en Europa. Después, en México. Aquella iniciativa no tuvo respuesta contundente más que al principio, puesto que después fue enfrentándose al modernismo. Pero sobre todo, a la Revolución mexicana.
[5] El instrumento ideológico de que se sirvió el maestro mexicano fue el positivismo. En el positivismo encontró Barreda los elementos conceptuales que justificasen una determinada realidad política y social, la que establecería la burguesía mexicana.
   Finalmente, la mencionada realidad queda señalada para funcionar como filosofía al servicio de una forma de gobernar que se puso en vigencia a partir de que el régimen juarista asume el poder definitivamente.
   De la ideología neutra, que Benito Juárez y los demás liberales querían que fuese, se transformó en lo que verdaderamente era: en una ideología que, al igual que todas las ideologías, pretendía tener un valor total, político como en el individual. Una ideología así no podía aceptar, como querían las leyes de Reforma, que el poder espiritual continuase en manos de la iglesia católica, ni tampoco estar subordinada al estado como instrumento de orden. La transformación del positivismo mexicano en una ideología de carácter total, puesto al servicio de un ideal positivista.
[6] E. A. Martínez Miranda y M. de la Paz Ramos Lara: “La física y la formación de los ingenieros mexicanos que colaboraron en el magno proyecto hidroeléctrico de Necaxa”, publicada en Revista Mexicana de Física, Nº 51, de junio de 2005 (p. 37-44). En este importante ensayo, los autores incluyen en una de sus partes el tema: “Formación en física de los Ingenieros Inspectores” del que entresacamos lo siguiente:
   Sin lugar a dudas, para poder desempeñar las funciones como Ingenieros Inspectores de las obras hidroeléctricas de Necaxa, los ingenieros mexicanos tuvieron que tener sólidos conocimientos de física, especialmente en mecánica, hidráulica y electromagnetismo. La mayor parte de los ingenieros mexicanos que participaron en las obras de Necaxa lo hicieron como Ingenieros Inspectores, o simplemente como ingenieros contratados para revisar planos, rehacer cálculos, o bien como ingenieros contratados por la compañía (como el caso de Federico Trigueros Glennie). La mayoría de estos ingenieros fueron egresados de la Escuela Nacional de Ingenieros (la más importante del país durante el siglo XIX) y en menor medida de la Escuela Nacional de Agricultura.
   Para fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la Escuela Nacional de Ingenieros ofrecía siete profesiones: Ingeniero de Minas y Metalurgista, Ensayador y Apartador de Metales, Ingeniero Topógrafo e Hidrógrafo, Ingeniero Geógrafo, Ingeniero Industrial (o mecánico), Ingeniero Civil e Ingeniero Electricista. La carrera de ingeniero electricista era la que más cursos de electricidad tenía incluidos en su plan de estudios (los ingenieros industriales también tenían que acreditar cursos de electricidad) y estaba estructurada para dos años. En el primer año (de 1891) se veían temas como: potencial eléctrico, capacidad eléctrica, condensadores, aparatos de medida electro-estática, máquinas eléctricas, pila eléctrica, corrientes eléctricas, termo-electricidad, magnetismo, magnetismo terrestre, electro-magnetismo, acciones electro-magnéticas, imantación por las corrientes, inducción, galvanómetro, determinación del ohm, máquinas de corriente constante, máquinas de corrientes continuas, máquinas de corrientes alternativas, alumbrado eléctrico, galvanoplastia, telegrafía eléctrica, electricidad atmosférica, líneas eléctricas, conductores, canalizaciones eléctricas, telegrafía y telefonía, teoría de la transmisión de señales, aplicaciones de la electricidad a la ingeniería civil, etcétera.
   En el segundo año se estudiaba alumbrado eléctrico, transporte eléctrico de la fuerza, tracción eléctrica, electrometalurgia y aplicaciones industriales diversas. Además de los cursos de electricidad tenían que acreditar los de matemáticas, de mecánica analítica y aplicada, y algunas veces estudiaban temas de termodinámica y óptica.
   Desafortunadamente fueron muy pocos los estudiantes que se inscribieron a la carrera de Ingeniero Electricista, y lo mismo sucedió con la de Ingeniero Mecánico, menos aún fueron los alumnos que se llegaron a graduar. Durante el siglo XIX sólo se graduaron tres ingenieros electricistas y representaron el 1% del total de graduados de la Escuela en el periodo de 1858 a 1899; de los ingenieros industriales sólo se graduó uno, a diferencia de otras profesiones donde se graduaban cientos de alumnos, como era el caso de los ingenieros topógrafos e hidrógrafos. Algún motivo existía para que los estudiantes no eligieran estas carreras, algunos ingenieros de la época consideraban que no tenían donde ejercer su profesión. Este hecho se reflejó totalmente en las formaciones que poseían los ingenieros que inspeccionaron las obras de la hidroeléctrica de Necaxa, ninguno de ellos tenía la profesión de Ingeniero Electricista, sólo uno llegó a terminar sus estudios de telegrafía como segunda carrera.
   La mayor parte de los ingenieros que colaboraron en las obras fueron egresados de la Escuela Nacional de Ingenieros y procedían de diversas profesiones, como: Ingeniero Topógrafo e Hidrógrafo; Ingeniero Geógrafo; Ingeniero de Caminos, Puertos y Canales (o civil); e Ingeniero de Minas. Ninguna de estas profesiones tenía como curso obligatorio el de electricidad, algunas veces solo se les pedía que acreditaran cierto número de conferencias. Algunas profesiones veían el tema en un curso que se llamaba física matemática.
   A excepción de la carrera de ingeniero topógrafo e hidrógrafo y de ensayador y apartador, todas las demás tenían la obligación de aprobar, al menos un curso de mecánica analítica, donde veían los principios fundamentales de la cinemática, la estática y la dinámica, y aplicaciones en hidráulica y diversos tipos de máquinas (como las de vapor). No en todas las profesiones era obligatorio el curso de física matemática, pero los que lo llevaban veían temas relacionados con la termodinámica, la acústica, la óptica, la física molecular y en algunas ocasiones se llegaban a ver temas de electricidad y magnetismo con aplicaciones.
[7] La física y la formación de los ingenieros mexicanos que colaboraron en el magno proyecto hidroeléctrico de Necaxa”. De: E. A. Martínez Miranda y M. de la Paz Ramos Lara. E. A. Martínez Miranda, Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México y M. de la Paz Ramos Lara, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM. Trabajo recibido el 29 de septiembre de 2004; aceptado el 17 de diciembre de 2004. Publicado en: Revista Mexicana de Física E 51 (I) p. 37-44 (Historia y filosofía de la física).
   Desafortunadamente fueron muy pocos los estudiantes que se inscribieron a la carrera de Ingeniero Electricista, y lo mismo sucedió con la de Ingeniero Mecánico, menos aún fueron los alumnos que se llegaron a graduar. Durante el siglo XIX sólo se graduaron tres ingenieros electricistas y representaron el 1% del total de graduados de la Escuela en el periodo de 1858 a 1899; de los ingenieros industriales sólo se graduó uno, a diferencia de otras profesiones donde se graduaban cientos de alumnos, como era el caso de los ingenieros topógrafos e hidrógrafos. Algún motivo existía para que los estudiantes no eligieran estas carreras, algunos ingenieros de la época consideraban que no tenían donde ejercer su profesión.
[8] José Vasconcelos se refiere, como ya se sabe, al Dr. Frederick Stark Pearson. (Nace el 3 de julio de 1866 en Lowell, Massachussets, E.U.A. El 7 de mayo de 1915, muere el Ing. F. S. Pearson en el desastre del que fue motivo el barco Lusitania, bombardeado y hundido durante una de las jornadas de la Primera Guerra Mundial en aguas del Atlántico)
[9] Personajes bíblicos.
[10] Frederick Stark Pearson fue el principal constructor de las obras hidroeléctricas de Necaxa. Así también, el principal interesado quien, desde 1900, había obtenido información sobre los recursos naturales de la zona de Necaxa, gracias a su amigo, el licenciado mexicano Luis Riba y Cervantes. Para 1903, Pearson había adquirido reconocimiento mundial por sus trabajos de ingeniería realizados principalmente en Estados Unidos, Canadá y Brasil, sus empresas estuvieron dirigidas hacia la explotación de la industria eléctrica, de los transportes (ferroviaria y de tranvías), de las comunicaciones (especialmente en teléfonos), del gas, de la minería, de la química, de las maderas y de la agricultura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario