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viernes, 16 de mayo de 2014

NARRACIÓN DE HECHOS SOBRE EL AMARGO CASO DEL “VERONICAZO” EN JULIO DE 1952. SIGUE...

EL SINDICATO MEXICANO DE ELECTRICISTAS. A 100 AÑOS DE SU FORMACIÓN Y CONSOLIDACIÓN. (1914 – 2014). PARTE XVIII.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
  
   Como ya sabemos, este importante capítulo tuvo su mayor clímax el 21 de julio de 1952. Para el 28 de agosto siguiente, y como apuntó en su momento Agustín Sánchez Delint (en tal fecha) “se levantaron, llenos de vigor y animados por un sentido unitario asombroso, los puños de nuestros camaradas obreros para dar el golpe de muerte a la brutal dictadura gangsteril enseñoreada, durante toda una década, de vidas y economías de nuestros agremiados”.[1]
   Aquel movimiento, que no fue poca cosa, conmovió las estructuras del Sindicato Mexicano de Electricistas, sacudiéndose una pesada carga de corrupción en todas sus expresiones, lo que vino a darle aires de renovación al propio Sindicato, de modo que pudo depurarse y reiniciar una nueva época que, de entonces acá ha sido valorada en diversas circunstancias, siendo la más reciente el duro, durísimo golpe que enfrentó aquella “noche triste” del 10 de octubre de 2009, cuando un personaje “non grato” hizo el anuncio de la extinción de Luz y Fuerza del Centro, arropado por otros del mismo grupo, mismos que se encargaron de realizar labores de delincuencia de estado, la cual consistió en aplicar, al pie de la letra, las instrucciones de no dejar piedra sobre piedra. Y así lograron su objetivo.
   Volviendo al capítulo del que fue conocido como el “Veronicazo”, me parece oportuno recoger otros testimonios, los que aparecieron en la memorable publicación del S.M.E. y de la cual hoy tengo el gusto de compartir con ustedes la siguiente editorial:

YA CONOCEMOS EL CAMINO DE SER LIBRES.
AHORA NOS FALTA APRENDER EL CAMINO DE SER FELICES.

   Ya conocemos el camino de ser libres, y lo hemos aprendido en forma ruda, pero segura. Jamás olvidaremos que el camino de la libertad lo recorren:

LA DIGNIDAD

   El grito que el 21 de julio de 1952 lanzaron, en primer lugar, los compañeros Villanueva (David Villanueva Zárate), Fernández (Primitivo Fernández Huerta), Valadez (Luis Valadez Campos), y otros, que por abreviar no se mencionan, fue un grito de dignidad. Un grito de rebelión ante la ya intolerable humillación que nuestra dignidad ya no de trabajadores sino de hombres, había sufrido durante muchos años. Pero a la vez que en estos compañeros, se despertó en todos la noble llama de la indignación, y el camino de la libertad fue tomado por los miembros del Sindicato.

LA UNIDAD

   La jefatura del movimiento fue entregada a los compañeros Vargas (Julio Vargas Herrera) y Chanín (José Tobías Chanín), no con el servilismo que en otro tiempo se entregaba a caudillejos indignos, sino con la cohesión libre y consciente de quienes saben que en la unidad y la disciplina está el triunfo. La libertad con que se procedió y la conciencia con que se obedeció, recuerdan lo que en otro tiempo se dijera del democrático ejército ateniense que venciera a los persas: Nobles soldados que siguen a nobles jefes.

EL VALOR

   Fue inconmovible. En ningún momento lo quebrantaron la agresión, la amenaza, la mentira, la calumnia, ni el rumor insidioso.

LA TENACIDAD

   Nunca movimiento libertario alguno diera pruebas de mayor tenacidad. Se pidieron cédulas, y abundaron en poco tiempo; se exigieron listas firmadas, y en veinticuatro horas se tenían cuatro mil adhesiones; se procedió al recuento, y por tercera y postrera vez los trabajadores del Sindicato mostraron su poderosa tenacidad en mantener sus principios.
   Es que el movimiento de Verónica no era un desahogo fugaz de amargados, ni un entusiasmo violento de motín, ni un grito ocasional e irreflexivo: era la tenaz voluntad de los miembros del Sindicato para recuperar su LIBERTAD y su DIGNIDAD.
   Sí, compañeros, YA CONOCEMOS EL CAMINO DE SER LIBRES.

   Pero nos falta aprender el camino de ser felices.
   Hemos ganado la guerra; pero ¿si perdemos la paz…!
   Ahora emprenderemos una lucha mucho más difícil, dura, y peligrosa que la anterior; la lucha por la felicidad.
   Recurramos a las enseñanzas de la Historia.
   El epígrafe de este editorial está inspirado en la célebre frase que pronunciara don Agustín de Iturbide el 27 de septiembre de 1821, cuando en el estruendo de júbilo se consumaba la Independencia de México, y por primera vez en el Palacio de los Virreyes flameaba nuestra Enseña Tricolor.
   Entonces la Patria, como nosotros, conocía el camino de ser libre. Pero posteriormente, aquella ebriedad de libertad trajo por consecuencia una funesta desunión. Y cuando era más necesaria la unidad nacional para echar los cimientos sólidos de aquella joven y gran nación, el pueblo se dividió en partidos que furiosamente se disputaban la posesión del poder: imperialistas y republicanos, federalistas y centralistas, yorkinos y escoceses. La conclusión final fue la invasión extranjera y la desmembración de nuestro territorio.
   ¡Terrible lección! ¡Trágica y dolorosa experiencia!
   El camino de la felicidad de los pueblos es muy semejante al camino de la libertad. Porque también aquí se exige la Dignidad: proceder, no como células de cualquier partido, sino como HOMBRES, y HOMBRES LIBRES.
   La Unidad: Estar estrecha e indisolublemente unidos, no a los hombres que pasan, sino a la organización que perdura y sus principios que buscan DERECHO y JUSTICIA, en beneficio de los cuales nunca es demasiado sacrificio alguno.
   El Valor: Ese valor que hace a los hombres positivamente nobles. Nunca la intriga subterránea, la murmuración insidiosa, el “se dice” cargado de malicia felona. Valor para enfrentarse abiertamente ante lo que parezca injusto y denunciarlo, y valor (acaso el más grande de todos), para saber reconocer cuándo no se tiene la razón y plegarse a la voluntad de los que la tienen.
   Y la Tenacidad: Tenaces en la Dignidad; tenaces en la Unidad, tenaces en el Valor, y tenaces en la lucha para conseguir LA JUSTICIA Y EL DERECHO DEL TRABAJADOR.
   Si así procedemos, acaso muy pronto podremos decir que también conocemos el camino de ser felices.

   Antes de terminar, por ahora, me permito traer una breve consideración que determinó, en buena medida el destino del siglo XIX mexicano. Tales ideas fueron planteadas por el Dr. Edmundo O´Gorman en su célebre libro: México. El trauma de su historia.
   En el mismo, plantea que la novedosa situación del país (a partir de su independencia) quedó sometida a aspectos muy dispares. Dejaba de ser lo que fue durante tres siglos, según la opinión optimista de liberales y se resistía a un nuevo concepto, que atentaba el sistema establecido; que así puede entenderse la visión de los conservadores.


   Ante esos dos frentes de lucha se incrustaron esquemas que aprovechaban el caos para influir ideológicamente entre la sociedad. Desde 1806 hay indicios de la masonería en México, pero es hasta la llegada de Joel R. Poinsett cuando esta acaba por tomar una fuerza notable. Recordemos que el fin de la masonería es y ha sido llevar la razón del concepto, luchar contra la ignorancia, el fanatismo y el dogmatismo.[2]

CONTINUARÁ.


[1] Lux. La revista de los trabajadores. Año XXV, 2ª época, 15 de septiembre de 1952, N° 1, p. 25.
[2] Edmundo O´Gorman: México. El trauma de su historia. México, Universidad Nacional Autónoma de México (Coordinación de humanidades), 1977. XII-119 p., p. 32.

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