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lunes, 26 de mayo de 2014

POEMAS DE MAX RODRÍGUEZ SOTELO.

LUZ… A LOS POETAS. FUERZA… A LOS POETAS.

SELECCIÓN DE: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

MARASMO y SUEÑO DE NIÑO. POR MAX RODRÍGUEZ SOTELO y UN ANÁLISIS A SU POESÍA POR ABRAHAM MONTES ARENAS.

PÁGINA LITERARIA.

MARASMO

Ya no acuden a mi mente,
las parvas gaviotas del ensueño,
aquellas que suavemente,
cerraban mis párpados en beleño.

Volaron hacia regiones ignotas,
con las alas formando una cruz,
dejando plumones, hojas rotas
y el frío de la ausencia, disuelto en la luz.

Ya no pueblan los lagos de esmeralda,
ya no cruzan por el mar azul,
ya no vibra su aleteo en la falda
del monte, cobijado en tul.

Para que el poeta produzca
necesita el acicate de la inquietud,
el dolor, la sacudida brusca,
y no la perezosa quietud.

Me he sumergido en la indolencia
en esa suave y lánguida lasitud,
se ha adormecido en la sutil conciencia
el verso saturado en plenitud.

¿Qué mi estro se atrofia?
¡Bah!, duerme escondido
como el microbio temido,
que al menor impulso agobia.

Pronto sacudirá su marasmo,
pronto empezará a arder,
seca revolución y pasmo,
será el sol en gris amanecer.

El olvido es la derrota
del sentimiento profundo y generoso,
es la senda remota,
de la cobardía y el miedo tenebroso.

Yo volveré a tejer bajo tus pies,
la alfombra suave de mis versos,
y volcaré las ánforas, capullos tersos,
de mi rima si así lo quereis.

Vive en tus sueños sabor de eternidad,
arrulla la quimera del amor,
que en tus ojos flotan residuos de perversidad
que estremecen tu cuerpo en ardor.

SUEÑO DE NIÑO

Cual un niño en sus sueños sin sombras
cerré mis ojos de niño grande
dormían también las alfombras,
tendidas, esperando el paso amante.

En tus brazos me quedé dormido,
cual un niño se duerme en el regazo
materno, soñé en el Paraíso perdido,
hundidos mis cabellos sobre tu carne de raso.

Entre tus brazos me quedé dormido,
soñando que era un niño,
cerré los ojos rendido,
caída mi cara sobre tu corpiño.

Soñé que el mundo era una senda florida,
que iba bebiendo la miel de las rosas,
y así, absorbiendo la vida,
caminaba, succionando corolas hermosas.

Me sentí fuerte y potente,
optimista, feliz y contento,
me creí un niño inocente,
con plétora de buenos sentimientos.

En tus brazos me quedé dormido,
en la tibia tersura de tu seno,
no había sombras y me sentí poseído
de una plenitud tranquila, sin veneno.

Y así dormido y soñando,
sobre el embeleso de tu carne de armiño,
te seguí idolatrando
rezumante el alma de cariño.

MAX RODRÍGUEZ SOTELO
Tesorería (Listas de Raya).
Primavera de 1945.

LUX. La revista de los trabajadores. Año XVIII, N° 3, 31 de marzo de 1945, p. 38.

   Respecto al análisis, este fue presentado por otro integrante de la comunidad de trabajadores de la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz, S.A. y sus Subsidiarias, así como afiliado al Sindicato Mexicano de Electricistas. Me refiero a Abraham Montes Arenas, quien se encontraba por entonces en “Operación – Laboratorio”, mismo que nos sorprende con sus oportunas apreciaciones sobre el quehacer poético de su compañero, mismas que pongo a la consideración de los amables lectores de “Luz y Fuerza de la memoria histórica”.

COMENTARIO

   Recién se han publicado en las páginas de esta Revista en la Sección Literaria, algunas composiciones de nuestro compañero Max Rodríguez Sotelo.
   Heme impuesto la tarea de hacer un breve análisis de las peculiaridades de la lírica, que por ser la obra de un joven trabajador se impone por parte de alguien hacerlo; obra en la cual se manifiesta toda la euforia, todo el ímpetu fogoso del estro como le llama escondido, del deseo legítimo de expansión espiritual, orlado con la fácil y grácil concatenación de ideas que constituye en esencia la conformación poética de Max Rodríguez Sotelo.
   Con esto no pretendo si es un si, un no es ajustado a los cánones de la métrica establecida por la retórica, el arte poética y demás; el propósito en sí es de diseñar la sensación que se experimenta al leer el verso, que si rompe a veces revolucionariamente con la tradición, no por eso deja de tener el sabor incitante, el deleite del erotismo sin morbosidad, el sedante y sopor de droga de la tranquilidad; la muda contemplación descriptiva de lo irreal dentro de lo real de la Naturaleza.
   Marasmo, Sueño de Niño, Panorama y Remembranza son las composiciones que se han publicado en nuestra revista (la última con este número), –y que más adelante se reproducirán- florilegio substancial de primicia del lirismo de Sotelo.
   En Marasmo tenemos el anonadamiento integral del espíritu, en espera de resurgimiento circunstancial en pos de una ella.
   Sueño de Niño es la emoción de contacto espiritual con el alma de mujer, miltoniano y sutil.
   Cambia totalmente en Panorama, viene la descripción bucólica del paisaje entrelazada con los sentimientos admirativos de la euritmia de mujer, cuasi un poema sinfónico puesto en verso.
   Remembranza, antañona y un poco lúgubre pero necesaria para la idea tiene un giro distinto a las demás, de impresionismo arquitectónico de provincia, junto con la semblanza del medio, muestra un aspecto de dolor y tristeza.
   Tales han sido las composiciones publicadas.
   Existe un polimorfismo en ellas, pero se advierte claramente la tendencia descriptiva de elementos secundarios para llegar al fin de antemano deseado.
   No se trata aquí de un “snobismo” pues cada palabra, cada verso, no tiene ni con mucho, lo estridente o cursi que en nuestro tiempo ha hecho presa no sólo en la poesía sino en otras esferas del pensamiento humano en cuestión de arte.
   Estas breves palabras son con el objeto de estimular a un compañero joven hacia el camino de la superación y formación literaria y como una exégesis de lo que pueden hacer en la medida de sus fuerzas los compañeros que integran el Sindicato Mexicano de Electricistas.

LUX. La revista de los trabajadores. Año XVIII, N° 6, 30 de junio de 1945, p. 41.


PANORAMA

Sobre la alfombra tejida por el césped
artista imponderable la gran Naturaleza
me acogiste como gentil huésped
ofrendándome tu regia belleza.

En tus labios florecía la sonrisa
en tus ojos, la sutil promesa
en el aire desleía la brisa
rumores y arrullos de terneza.

Yo leía tu sutil promesa
la entrega total, absoluta,
y al admirar tu egregia belleza
pensé en la nieve impoluta.

La vida fluía en el espacio,
todo era canto, perfume y color,
fuimos juntando los labios despacio,
para no quemarnos en el gran calor.

Los rizos rebeldes retozaban coquetos
sobre tu blanca frente,
y al acariciar indiscretos,
me ofuscaba la mente.

Así, acostada sobre el verde tapiz,
los brazos en excelsa cruz,
tenías el solemne matiz
de la tarde cargada de luz.

Algo de liturgia en el fondo de tu ser,
la vida en reposo momentáneo
como si en el sagrado recinto del querer,
hubiera penetrado un miedo extraño.

Tuviste miedo de lo perecedero,
quisiste que la tarde fuera eterna
que después sólo quedaría el recuerdo
de una sonrisa, de una caricia tierna.

En ese momento de unción,
pisamos el umbral del infinito,
nuestros labios musitaron la misma oración,
para no despertar del instante bendito.

En ese momento fuimos una sola alma,
un solo pensamiento, un solo sentimiento,
la brisa oreaba los pinares con suave calma,
quedamente sin ecos de lamento.

Oh, qué tarde aquella tan majestuosa,
tan serenamente augusta,
allá lejos la mar golpeaba impetuosa.
Anfitrita sugestiva y robusta.

El Dios Pan dejaba entre el bosque
el eco de su flauta misteriosa,
la cadencia semejaba un retoque
a la naturaleza, bella y voluptuosa.

En la mar azul, serena,
rizaba sus ondas el viento,
una secreta pena,
albergaba en lo hondo el firmamento.

Parecías muñeca de un cuento,
de una historia remota,
yo silencioso bebía tu aliento,
perfume de una aurora rota.

Oh, suave figulina,
de tenues saudades;
pintada en tersa cartulina,
con el albor de las ingenuidades.

Te fuiste minuto regio,
huiste para no volver,
me dejaste el privilegio
de vivir en mi ser.

Allá en la montaña te amé con locura,
teniendo de escenario al mar,
en tus ojos leí toda la ternura,
que un hombre en la vida puede desear.

Rudo y selvático el panorama,
bravío, gallardo y fiero,
solo tú eras suavidad y calma,
al decirme quedamente: “Te quiero”.

Vibrantes se clavaron las palabras,
como garfios se incrustaron en mi ser,
mientras tú extasiada mirabas
morir en cendales, el embrujo del atardecer.

En tu carne fluye el aroma,
de selva y mar, de fruto y flor,
y sobre tus labios asoma,
la prístina sonrisa del amor.

Nunca ha sido tan intenso un instante
como ahí en la montaña altiva,
el sol ardía en llamarada gigante,
esplendiendo en la arena, su llama viva.

Fuiste inmensidad, luz e infinito,
aroma, cadencia y oración,
fuiste el poema exquisito,
que brotó espontáneo en mi corazón.

Fuiste rumo, fuiste brisa,
sembraste en mí la exquisita flor,
fuiste la excelsa poetisa,
que va por el mundo derramando amor.

Allá tendida sobre el césped,
en la boca dibujada tu mejor sonrisa,
esperas todavía al gentil huésped
con los ojos entrecerrados, dulce y sumisa.

Así te llevo yo en el alma,
una diosa de nácar recostada,
en el verde bramante de la grama
con destellos de gema recamada

MAX RODRÍGUEZ SOTELO
TESORERÍA (Listas de Raya)
Primavera de 1945.

LUX. La revista de los trabajadores. Año XVIII, N° 4-5, 31 de mayo de 1945, p. 52.

REMEMBRANZA
POR MAX RODRÍGUEZ SOTELO.

Yo vi de pequeño jugando a los cuervos,
descansar misteriosos sobre los pinares,
tenebrosos y negros con gritos acerbos
regando tristeza sobre los tejados.

Me acuerdo de una casa de beneficencia,
en que todo era tristeza y dolor,
enfermos que ponen su anhelo en la ciencia,
con la débil llama del último amor.

Amplios corredores, anchos ventanales,
arcadas austeras, prados silentes,
grama verdeante, soberbios pavos reales,
en medio una fuente y patos silvestres.

Todo está enmarcado por grises tapiales,
alfombras de flores, regios pinares,
en barrocas puertas lujosos vitrales,
figuras inciertas, altivos pilares.

En cuartos olorosos a limpio y a droga,
yo vi al abuelito sufrir de dolor,
los rudos espasmos sacudían su boca,
abrasada y exangüe por férvido ardor.

Mi choza de niño era presa de hondo temor,
una muda congoja ahogaba mi pecho
al oír de los cuervos su ronco clamor,
taladrando cruento las tejas del techo.

Yo vi jugando a los cuervos
en regios pinares olorosos a muerto,
el viento mecía sus cónicos cuerpos
tirando sus ramas sobre el huerto.

Casa de beneficencia, mansión de tristeza,
cuántas tardes grises pasé dentro de ti,
las blancas vestimentas en mística belleza
seguían mis pasos febles, cuando yo partí.

LUX. La revista de los trabajadores. Año XVIII, N° 6, 30 de junio de 1945, p. 41.

   Como fin de estos apuntes, puede apreciarse que los versos de Max Rodríguez Sotelo, corresponden al quehacer de un joven poeta que desvela una continuidad en la línea de los poetas mayores que fijaron desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, partiendo del hecho de un hacer y un quehacer ligado con los últimos soplos del romanticismo, o de aquella imponente presencia del impresionismo. Incluso de lo naturalista y hasta de las intensas veleidades del postromanticismo cercanas ya a movimientos como el estridentista. Sin embargo, este último no permeó en Rodríguez Sotelo, quien parece seguir modelos como los de Manuel M. Flores, Amado Nervo o Luis G. Urbina.

   En cuanto al análisis crítico de Abraham Montes Arenas, se descubre en ese antiguo compañero el amplio conocimiento literario que le daba suficientes elementos para realizar una recomendable esperanza al poeta en cierne.

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