POR: JOSÉ FRANCISCO
COELLO UGALDE.
Difíciles tiempos los que se viven por estos
días. Pero este síntoma no es nuevo, luego del paso de varios sexenios en que
sus promesas se han quedado en mero recuento de engaños. En ese estado de
cosas, y en lo particular, los electricistas fuimos siendo víctimas de una persecución
mediática primero, de eliminación después por obra y gracia de uno de los
regímenes más oscuros que se hayan experimentado en el México de nuestros días.
Como ya lo había expresado en otra “Editorial”, la extinción de Luz y Fuerza del Centro experimentó un
comportamiento peculiar al interior de sus componentes humanos: se pulverizó la
comunidad, con lo que surgieron diversos frentes que ahora están perfectamente
diferenciados entre grupos de confrontación y no el de una condición unitaria. Esto
permite entender que el ataque del gobierno cimbró nuestra comunidad hasta el
punto de que hoy muchos nos vean o nos veamos ya no como compañeros, ni como
camaradas. El asunto es peor. Nos vemos o nos ven como enemigos, como
traidores, como personas “non gratas”. Lo que falta entender es que para ello
el detonante del 10 de octubre de 2009 vino a ser la causa principal de este
síntoma patológico. Esto, en lo personal me duele mucho pues en esa
desintegración los electricistas nos dispersamos pretendiendo encontrar una
nueva forma de vida, de acceder a una reinserción laboral la cual se nos cerró
a la gran mayoría pues se hizo presente un ambiente de hostigamiento. Nos veían
como “apestados”, como si hubiésemos cometido un gran delito, lo cual
evidentemente no era así. Pero el efecto de esos “daños colaterales” que se
encargó de alentar el gobierno anterior surtió efecto.
Hoy, cuando están por cumplirse ya largos
cuatro años de aquel “golpe de estado” a Luz
y Fuerza del Centro, hoy que estamos a poco más de un año para que se
celebre en forma digna el centenario del Sindicato
Mexicano de Electricistas justo el 14 de diciembre de 2014, se convierte en
un momento apropiado para limar asperezas entre nosotros, de alentar las
reconciliaciones a partir de lo que nuestra presencia significó allá adentro,
tanto en Luz y Fuerza del Centro
como en el Sindicato Mexicano de
Electricistas. Sé que será una tarea difícil. Las fibras están muy
sensibles, hay demasiada intolerancia en el ambiente, y es natural. Tampoco es
poca cosa.
Cada día que pasa, se va metiendo más en la
entraña el significado de lo que para nosotros, los electricistas significó en
nuestras vidas Luz y Fuerza del Centro.
Sucede como en aquella vieja canción que decía, entre otras cosas: “Un viejo
amor, ni se olvida ni se deja…” Y si a ello va unido el espíritu del Sindicato Mexicano de Electricistas que
nutría y sigue nutriendo de actitudes que tendrían y tienen que ver con el
derecho y la justicia del trabajador, eso termina por alentarnos de una u otra
forma.
El recurso que ahora está poniendo en
operación el actual gobierno con respecto a la Reforma Energética pone en un
predicamento el destino del país. Ayer mismo, apuntaba el Ing. Javier Jiménez
Espriú en su acostumbrada colaboración de La
Jornada: “Reunión con el secretario de Energía”[1]
su profunda preocupación por el que se podría cometer en uno más de los
dislates del gobierno peñista si pretenden consumar esta Reforma. Preocupa lo
que plantea este brillante universitario:
Luego de una
exposición del secretario sobre la iniciativa y su diagnóstico del sector, y
particularmente sobre Pemex, intervinimos los asistentes. A pregunta expresa de
mi parte sobre “hasta cuánto de la renta petrolera estaba el gobierno dispuesto
a ceder a las empresas que participaran en los contratos de utilidades
compartidas”, el secretario me contestó con un contundente: Nada, la renta
petrolera no se comparte. Ante mi asombro, me expresó que la renta petrolera
era la diferencia entre el precio en que se vende el producto y los costos en
que se incurre, y que de ese remanente que es la renta petrolera no se les
entregaría nada. Las utilidades a compartir están seguramente, según él, en los costos.
Sorprendido, le
manifesté que hablábamos dos lenguajes distintos: la privatización para mí no
es privatización para ellos, y las utilidades que piensan compartir, a
diferencia de lo que yo pienso, para ellos no son renta petrolera. Con esa
concepción, ahora entendía por qué hablaban de que no había privatización y que
no se entregaba nada de la renta petrolera. Pero obviamente me quedaron muchas
y preocupantes dudas sobre si quienes nos querían aclarar cosas tienen claro el
asunto delicadísimo que está en sus manos y con el que están jugando con fuego.
Sin embargo, el asunto no para ahí, pues el
propio Jiménez Espriú manifiesta haber tenido elementos suficientes, la
declaración del mismo Secretario de Hacienda, publicadas en Reforma del 23 de
agosto pasado:
“Entre más complejo
sea desarrollar un campo, mayores serán las utilidades de las empresas que
lleguen a México –obviamente extranjeras, porque llegarán a México– a extraer
crudo con los contratos de utilidad compartida”, lo que ya nos había dicho a
nosotros, pero agregó algo que no dijo en nuestra reunión: “Si el pozo produce
más petróleo del que se tenía estimado… pagarán un bono por los rendimientos
extraordinarios. Eso impide que el privado se lleve todo el rendimiento…., que
no se lleve toda la utilidad porque hay un pago al Estado”. Yo fui el que se
quedó casi privado al leer este despropósito. ¡Nos van a dar un
bono!, ellos a nosotros, por el mayor éxito de nuestro yacimiento, que
seguramente deberemos agradecerles amablemente. De lo aparecido, algo que
no se pierda, sería el nuevo dicho petrolero.
Por lo tanto, y así concluye Javier Jiménez
Espriú:
Expuse ante el
secretario la tragedia de los contratos de utilidades compartidas en Venezuela,
en Ecuador, en Bolivia, en Kazajstán en los que a cada nación le costaba, en
beneficio de las empresas, 50, 70, 82 y casi 98 por ciento de la renta
petrolera, respectivamente, a lo que me respondieron que esos contratos,
especialmente el último, eran un espléndido ejemplo de contratos mal
negociados. ¡Ellos seguramente los negociarán bien!
Todos expresamos, con
argumentos difíciles de contrarrestar, nuestra posición en contra de la
intención de modificar los artículos 27 y 28 de la Constitución, que quitan la
condición de estratégicos a los hidrocarburos y entregan a la inversión privada
el crecimiento de la industria y con gravísimas consecuencias para la nación, y
creo que a ninguna de las muchas inquietudes expresadas por los presentes se
dio una respuesta no ya que convenciera, sino simplemente que tranquilizara
nuestras preocupaciones.
Movilizaciones
como estas, son el resultado de la falta de gobernabilidad en este país. Imagen
tomada de La Jornada, del 25 de
agosto de 2013, portada.
Lo anterior nos pone en un brete: Si
pretenden manejarse con un doble discurso, lo mismo la Reforma Energética que
la Educativa o la Hacendaria tendrán consecuencias lamentables en la medida en
que quieran imponerlas bajo este lenguaje, pero sobre todo bajo esa oscura
intención de saberse los indicados para decir que con dichas reformas México
recuperará el camino que perdió en años.
Si no confío ni de mi propia sombra, menos de
la de los demás, o “hasta no ver… no creer”.
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