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sábado, 5 de octubre de 2013

SALVEMOS AL MUNDO.

EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
  
   Hace apenas unos días, el Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (por sus siglas, IPCC), creado por las Naciones Unidas entregó un informe que tiene contenidos verdaderamente catastróficos, sí y sólo sí la humanidad puede seguir siendo indiferente e incapaz de hacer algo en su conjunto para detener esa pesadilla que es la alteración de la naturaleza en grado extremo.
   He aquí el informe que presentó EL PAÍS, en su edición del 28 de septiembre de 2013:

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   Si existiera un código recientemente descubierto por la humanidad, y luego de incesantes esfuerzos hechos por todos quienes la integran, se encontrara sensible y conscientemente la solución de todos los problemas que la aquejan, ésta sería la fórmula exacta para emprender tan importante reto que enfrentamos todos los habitantes de este peculiar planeta, único por ahora, en el espacio sideral; en el universo, capaz de haber generado registros de vida. Y a la vida misma se le unen todos aquellos procesos en que el hombre ha alcanzado la modernidad en medio de todas las batallas por la supervivencia, una capacidad que se relaciona con su contacto con otros hombres, con la naturaleza y todas las especies animales o vegetales que se han integrado perfectamente en diversos ciclos que desde hace un tiempo se mantienen bajo la amenaza de perder su control o desaparecer si no aplicamos la ecuación “Salvemos al mundo” como única opción para perpetuarnos en cuanto raza y todos sus elementos con los cuales debemos convivir en un equilibrio perfecto.
   “El 2 de febrero de 2007 pasará a la historia como el día en que desaparecieron las dudas acerca de si la actividad humana está provocando el cambio climático; y cualquiera que, con este informe en la mano, no haga algo al respecto, pasará a la historia como un irresponsable”. Así de tajante pero contundente fue la afirmación hecha por los comisionados del programa de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente quienes presentaron en París un informe lleno de profundas consideraciones que revelan el desquiciamiento total de la naturaleza, mismo que ocurrirá no en siglos ni en milenios. Será una realidad dentro de 60 años. Los datos duros que se manejaron nos obligan a tomar decisiones radicales, por lo que la generación que hoy predomina y las que fungirán ese papel dentro de dos o tres ciclos más adelante, tenemos en conjunto la responsabilidad de tomar en nuestras manos la salvación de procesos ecológicos de vital importancia así como defender diversas razas animales que hoy se encuentran amenazadas bajo la realidad del cambio climático.
   Hace tiempo, y con respecto al surgimiento de una nueva “revolución industrial”, Carlos Fuentes apuntaba sobre esta “…transformación técnico-informativa que impulsa y refleja lo que podemos considerar una tercera revolución de la modernidad. La primera fue la revolución de la tierra (Magallanes) y de los cielos (Copérnico). La segunda, la revolución industrial de los siglos XIX y XX. Y la tercera, la creciente globalización de la información, la ciencia y la tecnología como motores del desarrollo.
   “Sujetos de la primera revolución (descubrimiento, conquista y colonización), objetos de la segunda (reserva de materias primas y mano de obra barata), debemos ahora prepararnos para ser actores, partícipes plenos y no ya ancilares, de esta nueva y tercera revolución”.[1]
   Dióxido de carbono parece ser la emisión de gas más peligrosa que hoy por hoy amenaza los ya de por sí desquiciados sistemas del equilibrio ecológico que responden con dureza a la humanidad misma en condiciones atípicas como nunca antes se habían registrado. Y mientras se espera más sensibilidad de los hombres que gobiernan el mundo, se han puesto en marcha diversas empresas, como aquella de convertir el círculo polar ártico en la versión actualizada de un “arca de Noé”, espacio que resguardará los cultivos de alimentos que habrán de proporcionar un último suspiro en la lucha contra el calentamiento global. Asimismo ha surgido la convocatoria para el premio Earth Challenge con una atractiva bolsa de 25 millones de dólares para quien proporcione la solución más apropiada a este reto, bajo la consigna de que “La tierra no puede esperar 60 años. Quiero un futuro para mis hijos y para los hijos de mis hijos. El reloj sigue corriendo”.
   Si ese reloj dejara de correr nos enfrentaremos a situaciones poco convencionales. Es preciso sumar esfuerzos, permitirnos una mejor condición de vida, apoyar los mejores proyectos que buscan dar un respiro a la naturaleza en su conjunto. 60 años son una mínima porción de tiempo que le queda a la humanidad para resolver tan relevante conflicto. Demostremos la capacidad de discernir como nunca antes lo habíamos hecho. El hombre, a lo largo de muchas etapas que lo han traído hasta donde hoy somos esa parte que nos corresponde, se ha enfrentado consigo mismo en luchas fraticidas y de las que ha salido para continuar y continuar. Pero sentir la amenaza de que cuanto forma parte de nuestros alrededores en el sentido de mares, bosques, campos de cultivo y la presencia de una variedad inimaginable de especies animales, mismas que se encuentran a punto de desaparecer y que no portan un arma; ni son mensajeras de ninguna voz de guerra nos parece tremendo, difícil de entender. Lo que falta es asumir una conciencia plena de lo que somos, lo que tenemos y lo que podemos perder si no emprendemos la iniciativa, mágica iniciativa de aplicarnos de lleno en la solución perfecta: Salvemos al mundo.
   Así, seguiremos gozando de los más bellos significados que la naturaleza nos ofrece desinteresadamente, y es que la naturaleza en ese sentido es única, insustituible. Si logramos mantenerla nos quedará la satisfacción de haber hecho un esfuerzo donde debemos mover conciencias, mejorar los sistemas industriales que hoy son motivo de encuentros realizados por los máximos dirigentes de este planeta quienes al firmar el “Tratado de Kyoto” están más que comprometidas a dar un golpe de timón, el necesario y contundente para traer consigo un respiro. Y más que un respiro, el respiro de todos para sentir que ese aire que nos llega a nutrir sea un aire limpio. Aire que se una a las más empeñosas tareas que significa renovarlo todo si no queremos perderlo todo. Y nada de triunfalismos, pero tampoco de pesimismos. Estamos ante la más concreta de las realidades que la humanidad ha enfrentado en toda su existencia: Salvemos al mundo.
   Si como frase también funcionara como oración, nos uniríamos en una sola religión, en un solo credo que además tiene razones terrenables: Salvemos al mundo.
   No heredemos a quienes vendrán más adelante un mundo enfermo. Salvémoslo aquí y ahora.
   Nada mejor que el disfrute de la naturaleza y todas sus encantos, todos sus misterios.
   En ese sentido, México como país, goza de un privilegio sin igual. Playas, lagunas, bosques, campos de cultivo, todo, tiene todo para sentirse dispuesto a participar en esta gran tarea que es salvar el mundo.
  
LO APACIBLE DE LA NATURALEZA, SU HERMOSO EQUILIBRIO EN SEIS IMÁGENES.



[1] Carlos Fuentes: “Juan Ramón de la Fuente en la Cátedra Julio Cortázar”. En Revista de la Universidad de México, nueva época, Nº 26, abril de 2006, p. 82.

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