RECOMENDACIONES y
LITERATURA.
SELECCIÓN DE: JOSÉ
FRANCISCO COELLO UGALDE.
La imprescindible LUX. La revista de los trabajadores, en su edición del año XXVIII,
2ª época, 1° de junio de 1956, N° 27, p. 33, nos recuerda la publicación del
opúsculo que llevaba por título:
En aquel año de 1956, se tiraron 15 mil
ejemplares de tal publicación, gracias a los buenos oficios del propio
Sindicato Mexicano de Electricistas quien hizo suya tal edición.
Fue el propio Senador y General Esteban B.
Calderón el que dejó en unos apuntes sus impresiones sobre la vivencia
experimentada en ambos casos. Así comienza:
Refiere el opúsculo que la guerra del Yaqui
fue un filón, un buen negocio para los políticos y militares de los Gobiernos
del Centro y local, que se enriquecían a costa del erario nacional, manteniendo
una guerra de exterminio contra una raza viril, a la vez que heroica y
trabajadora. Desde los tiempos de la conquista española y de sus voraces
encomenderos, esa raza, de macizos músculos y férreas convicciones, venía pugnando
por la justa y legítima posesión de sus tierras y ha sufrido lo indecible por
esta causa.
En cuanto al caso “Cananea”, el 31 de mayo
de 1906, dos mayordomos de la mina Oversigth de la “Cananea Consolidated Cooper
Co.” avisaron a los trabajadores que desde el día siguiente ellos –los mayordomos-
actuarían como contratistas y estarían facultados para reducir personal y
aumentar las tareas.
La indignación que causó este anuncio entre
los mineros mexicanos no se hizo esperar. En la madrugada del 1° de junio los
trabajadores se declararon en huelga y se concentraron a la salida de la mina
exigiendo 5 PESOS Y 8 HORAS DE TRABAJO, y unificándose todos a la voz de ¡Viva
México! Horas más tarde, los mineros nombraron una delegación de 14
trabajadores, encabezada por Manuel M. Diéguez y Esteban B. Calderón que se
presentó en la Comisaría del Ronquillo para discutir con los representantes de
la empresa, en presencia de las autoridades, la organización del trabajo y el
pago de los salarios.
Ese fue el principio de un largo y penoso
capítulo enfrentado por 1200 trabajadores que fueron reprimidos, a pesar de que
el contingente de obreros inconformes crecía y comenzaba a ser blanco de la
represión por parte de los contratistas. Una masacre se desató a las afueras de
aquella mina, pero también frente al Palacio Municipal de Cananea. Una actitud
completamente reprobable por parte del gobernador sonorense en turno, un señor
de apellido Izábal quien encabezó personalmente las maniobras, por lo que el 2
de junio, como a las 10 de la mañana llegó a Cananea con 5 carros de
ferrocarril pletóricos de soldados, entre ellos 275 “Rangers”, lo cual habla
muy mal de su actitud sumisa y entreguista a los intereses norteamericanos.
A pesar de un juicio en el Gran Jurado de la
Cámara de Diputados donde se le acusó de traición a la patria, Izábal, con el
apoyo de Porfirio Díaz y del vicepresidente Corral regresó a Hermosillo “limpio
de culpa”. Tanto manuel M. Diéguez y Esteban B. Calderón, luego de sus inútiles
intentos por dialogar con el “patrón”, fueron enviados a San Juan de Ulua.
Un año después de aquellos acontecimientos,
el caso de alguna manera reincidía en otro sitio laboral en condiciones
similares a las de Cananea. Me refiero a Río Blanco, donde también los
trabajadores sufrieron persecución y se asesinó a un buen número de tejedores
que “holgaron contra la explotación inicua de las tiendas de raya”.
Por todas estas razones “El comité central
del Sindicato Mexicano de Electricistas suscribe el prólogo de Juicio Sobre la Guerra del Yaqui y Génesis
de la Huelga de Cananea”, aseverando que “identifica sus luchas con el
pasado, de donde el presente ha bebido en las fuentes de su existencia”.
En mayo de 1956, el Sindicato Mexicano de
Electricistas tuvo a bien convertirse en anfitrión de dos muy especiales
personajes, tal y como puede observarse en la imagen que quedó convertida en
testimonio de aquella visita, la del combatiente de la huelga de Cananea,
Senador General Esteban B. Calderón y el amigo y correligionario de Ricardo
Flores Magón, Nicolás T. Bernal, quienes aparecen en compañía del Comité
Central y la Comisión de Hacienda del propio SME. Sentados, además aparecen
Agustín Sánchez Delint, entonces Secretario General del SME. De pie, se puede
identificar a Antonio Leal Díaz, Luis Alvarado Tello, Mario Martínez Brocado, Luis
Aguilar Palomino entre otros.
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