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jueves, 6 de junio de 2013

SOBRE TOMÁS ALVA EDISON Y LA LÁMPARA INCANDESCENTE.

LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA. DEL ANECDOTARIO ELECTRICISTA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Tomás Alva Edison, nació en Milán (Ohio), Estados Unidos el 2 de febrero de 1847 y murió el 18 de octubre de 1931. Durante su extraordinaria vida de trabajo produjo centenares de inventos, entre los que figura el fonógrafo y la lámpara incandescente, puntos de partida de las conquistas industriales de nuestra era.

El genio de “Menlo-Park”. Col. del autor.

   De tiempo en tiempo un solo nombre3 basta para llenar toda una época. El sabio, el artista, el filósofo se dan como una planta extraña; levantan su estatura por encima de lo común, y son objeto de admiración hasta en sus hechos más desconcertantes.

   Por el año de 1877, se desplegaba gran actividad entre los empleados de la Compañía de Ferrocarriles de Pensilvania. La afluencia de viajeros era inusitada. Trenes especiales salían constantemente con rumbo a Menlo-Park. Había una curiosidad irresistible por observar y escuchar el maravilloso objeto parlante y a su joven inventor, Thomas Alva Edison.

   Días antes, los periódicos habían publicado la noticia del fenomenal descubrimiento. Nadie le dio crédito… Una broma más, pensaron. Después, el rumor cobró fuerza y ahora que lo tenían ante sí, deslumbrados y absortos, solo atinaban a inquirir en los profundos ojos azules del inventor, una explicación que dejara satisfecha su curiosidad. En vano intentaba Edison hacer comprender a los curiosos el funcionamiento de su “fonógrafo”. Resultaba “aquello” tan increíble…
   De Washington lo habían llamado telegráficamente. Poco después diputados y personas notables de la época discurrían frente al aparato; lo examinaban, comentaban entre sí.
   El senador Roscoe Conkliing lucía su célebre tupé y el propio Edison, despreocupadamente, cantaba en el fonógrafo la tonadilla popular:
   “Había una niña que tenía un tupé / muy tieso en medio de la frente…”
   Los concurrentes trataban de disimular la risa. El senador M. Conkling, molesto, abandonó el salón.
   Eran las once de la noche. Desde la Casa Blanca, el Presidente de la República, Mr. Hayes, hacía llamar a Edison. Ahí, el fonógrafo despertaba la misma curiosidad, el mismo asombro. A las tres y media de la mañana terminaba la exhibición. Felicitaciones. Despedidas cariñosas, y nuevamente el genio en su laboratorio, escrutando las fuerzas de la naturaleza con una fe inquebrantable en su destino.

   Dos años transcurridos. La noche del 21 de octubre de 1879, Edison llamaba a sus ayudantes: “He logrado la victoria, amigos míos. Puedo construir una lámpara incandescente”.

Compartiendo el descubrimiento. 

   Los ayudantes se veían con incredulidad. La ampolla de vidrio estaba ahí, ante sus ojos, como cualquier objeto insignificante. De pronto, una viva luz brotó de la lámpara; brillaron los ojos de los escépticos y todo el laboratorio se inundó de “vida”.

   La gente acudió a contemplar esta hermosa conquista del genio humano. Todos se habían enterado por la prensa, de las exploraciones de Mr. MacGowan y Mr. Nanington, por las selvas vírgenes del Brasil, en busca de la especie de bambú que permitiera obtener el filamento de carbón más económico y durable para la lámpara incandescente.

He aquí una muestra antigua de esa “ampolla” de vidrio que luego se convirtió en algo a lo que la presente ilustración presenta como la lámpara incandescente. Col. del autor. 

   Era el triunfo de la electricidad y la victoria de Edison, el portentoso “Brujo de Menlo-Park”. En Nueva York, culminaba su obra con la instalación de las primeras mil trescientas lámparas incandescentes y, una vez más arrancaba al público exclamaciones de asombro.

   Cerca de su laboratorio, la nueva energía se transformaba en fuerza. Un tren eléctrico, el primero, arrastraba su carga humana, como símbolo del genio de Edison que, con su carga preciosa de ideas, de proyectos, de esperanzas, señalaba nuevos rumbos de progreso al mundo…

   Tomado de la Revista LyF, año I, N° II, de octubre de 1954, p. 22-24.
 
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