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sábado, 7 de junio de 2014

PAISAJE DE NECAXA ANTES DE TODO.

LA LUZ y LA FUERZA DE UNA FOTOGRAFÍA. IMÁGENES HISTÓRICAS PUBLICADAS EN EL BLOG: LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA.
  
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Antonio García Cubas dejó entre su gran legado Escritos diversos de 1870 a 1874, mismos que forman parte de sus impresiones de viaje por diversos puntos del país, con objeto de integrar su “Estadística general de la República Mexicana”. Uno de ellos fue indudablemente la zona de la Sierra de Huauchinango, en Puebla, la cual incluye entre sus extensiones a Necaxa. De sus Impresiones de un viaje a la Sierra de Huauchinango, que luego dedicó a su querido amigo Ignacio Manuel Altamirano, dejó escrito que:

   Existen en la República Mexicana lugares muy notables y dignos de un estudio especial, ya sea que se les considere como sitios en donde la naturaleza se manifiesta pródiga y rica, ya sea que se les estudie con respecto a la importancia de la población que contienen. Uno de esos lugares es, sin duda, la parte Norte del Estado de Puebla, ocupado por la Sierra de Huauchinango. Aquellas montabas elevadas y cubiertas de una exuberante vegetación; aquellos ríos que en tiempo de crecientes corren con impetuosidad, ora abriéndose paso por entre los riscos que se han despeñado de las montañas, ora precipitándose de alturas considerables y formando bellas cascadas como el salto del Necaxa; aquellos bosques enmarañados, en donde la multitud de bejucos pendientes de las frondosas copas de los árboles oponen grandes obstáculos al paso del atrevido viajero; aquellas aves que con su armonioso canto ahuyentan la tristeza que las soledades infunden; y en fin, aquellas risueñas aldeas, habitadas por indígenas oriundos de la verdadera raza azteca, todo convida a la meditación en tan pintorescos sitios.
   Comienza la Sierra de Huauchinango a ocho o diez kilómetros al Noreste de Tulancingo (Estado de Hidalgo); desde ese punto el camino, atravesando por una serie de eminencias de suaves pendientes, conduce al pueblo de Acaxochitlán (cañaveral florido). Las poblaciones desde este lugar adquieren ese aspecto nuevo, ese carácter peculiar a todas las demás de la Sierra, así por su situación como por la forma y orden de su caserío. Situadas en un terreno accidentado, las casas se hallan edificadas con irregularidad; y a causa de las nevadas, que son tan frecuentes en el invierno, los techos inclinados que las cubren son muy elevados. La vegetación que en todo y por todas partes se manifiesta, hace desaparecer el feo y triste aspecto que en lo general presentan los otros pueblos indígenas que no gozan de iguales favores de la naturaleza. De Acaxochitlán el camino se dirige a Huauchinango, atravesando terrenos sucesivamente más accidentados, los cuales ofrecen siempre al viajero objetos dignos de admiración.
   Huauchinango, que según algunos viene de la palabra Houachinamil (Casa de caña de amilpa) y según otros de Cuatchinamil (Palo para flechas), puede considerarse como un inmenso ramillete de flores, pues abundan tantas en aquel bello recinto, que el verde follaje de los arbustos y plantas desaparece casi por completo, bajo sus matices y colores. Situada como las demás poblaciones de la Sierra en terrenos fragosos, sus calles o avenidas no se encuentran en un mismo plano. La parte principal de la población ocupa la más baja del suelo; en tanto que la avenida de las carreras, formada por dos hileras de casas y jardines, descuella en la superior. Desde esta avenida se ve, por una parte, la población con su caserío de techos elevados, sus calles y jardines; y por la otra, una tan profunda barranca, que la vista apenas puede penetrar al fondo. Esta población, que tanto sufrió en la última guerra extranjera, se halla rodeada de ásperas y elevadas montañas, a las que domina por la parte S. E., la cumbre del Zempoala.
   Desde Huauchinango el camino desciende hacia el río Necaxa, que más adelante forma el Tecolutla. Las montañas que a uno y otro lado del camino se encuentran, y la vigorosa vegetación, encubren los objetos distantes; la impetuosa corriente de las aguas, produce un ruido monótono, que a veces se aleja y a veces se escucha más cercano, según es la fuerza y dirección de las brisas; solamente esos ecos armoniosos de las selvas anuncian la proximidad de algún torrente. El viajero no descubre el río de Necaxa sino hasta el momento casi en que toca con el pie la cristalina linfa de su corriente. Indeciso delante de tantos primores reunidos a la vez en aquel pintoresco sitio, el viajero no sabe qué admirar antes, si las montañas que forman el valle, revestidas de una vegetación lozana, o las vegas del río con sus plantas y flores; si la impetuosidad de la corriente que en su curso nada respeta, o el atrevido y esbelto puente de bejuco, que sirve allí de medio de comunicación. Este puente endeble, si bien de una forma graciosa, no es colgante como se observa en otros lugares; y particularmente en la América del Sur; es un gran arco formado de troncos y ramas gruesas de árbol, ligados con bejucos; apóyanse en ambas márgenes del río las extremidades del arco, y dos árboles corpulentos las afirman; sus barandillas, que alejan todo temor de peligro, están formadas de ramas y bejucos entrelazados. Pasado el río, el camino asciende de nuevo por el cerro de Necaxa, que es un importante punto fortificado; el río por el Sur y Oriente rodea este cerro y algunas montañas más elevadas que él, y precipicios y desfiladeros lo limitan por Occidente y Norte; por esta parte son tan considerables los desfiladeros, que el río, perdiendo su nivel, se precipita a una profundidad de más de 130 metros, y forma la bellísima cascada o salto de Necaxa, que algunos conocen con el nombre de Huauchinango. En este sitio son más notables los contrastes que el suelo de la República ofrece en otros muchos lugares. El río Necaxa, después de despeñarse en tan profunda barranca, se abre camino en el fondo de ella, por entre una vegetación enteramente tropical, en tanto que en la elevada mesa, cuya base baña el mismo río, se cultivan las gramíneas propias de las regiones templadas.
   En la cumbre del Necaxa existe una fortificación con almacenes y depósitos de agua, y en las montañas inmediatas hay caminos cubiertos; circunstancias todas que convierten en un lugar inexpugnable este punto fortificado; nada extraño es, por tanto, que la historia de la intervención le consagre algunas páginas.
   El camino se convierte en un sendero abierto en las fuertes pendientes de las montañas. Desde allí se contempla en toda su grandeza el famoso salto de Necaxa, y los accidentes y detalles de un suelo bello y feraz. El camino desde donde se observa la cascada, es extraordinariamente más elevado que el lugar en que el agua se precipita para formarla. El observador puede contemplar desde allí, la corriente del río antes de precipitarse en el abismo, perder su nivel y despeñarse con grande estruendo, dividiendo sus aguas en tres ramales; seguir con la vista y contar las ondulaciones que éstas forman en su caída, y ver desprenderse de lo más profundo de la barranca con un movimiento ascensional el agua en forma de vapor, que envuelve y descubre alternativamente como con una gasa el follaje de las plantas. Si se aparta la vista de aquel espectáculo sorprendente, encuentra, cualquiera que sea el punto a que se dirija, otros tan dignos de admiración, porque en aquellos lugares reina por completo la armonía de la naturaleza; eminencias casi verticales, cuyo pie bañan las aguas, y en cuyas cumbres se extienden fértiles praderas; grietas profundas, y valles en cuyo fondo cruzan las aguas, unas veces tranquilas, y otras en impetuosos torrentes; y en fin, la vegetación tan abundante y espesa que apenas deja entrever los precipicios. Algunas veces el viajero ve formarse las tempestades bajo sus pies, extenderse las nubes y ocultar como con un velo los primores de la naturaleza, con los que está engalanada aquella cuenca prodigiosa, al mismo tiempo que sobre su cabeza se extiende un cielo puro, límpido y sereno.

   La sola descripción de García Cubas (1832-1912) sirve como indudable marco de referencia a la presentación de la siguiente imagen, que corresponde a la visión que tuvieron pobladores, viajeros y luego, todo aquel equipo de técnicos que estuvieron in situ en Necaxa, antes de que comenzaran los trabajos que luego dieron vida a una obra de ingeniería y arquitectura que se consideró en su tiempo como de las más ambiciosas e impresionantes por su magnitud y extensión.

                                                         Col. del autor.

Lo que puede contemplarse es una vista hacia el sitio de la represa más baja en Necaxa, desde el lado de la corriente arriba, mostrando los promontorios entre los cuales se construiría la presa, a partir de 1903. ¿Quién iba a imaginar que luego, este mismo sitio quedaría cubierto por las aguas del río Tenango?
    Por tanto, la hermosa fotografía es un onírico vistazo por las tierras de la Necaxa hacia finales del siglo XIX o principios del XX.

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