LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA Y SUS AUTORES INVITADOS.
SELECCIÓN DE: JOSÉ FRANCISCO
COELLO UGALDE.
¿CÓMO SE CREA LA LUZ? DE
CARLOS GÓMEZ CARRO.[1]
A partir de una serie de
metáforas, el autor, integrante de la comunidad en la Universidad Autónoma
Metropolitana, plantel Azcapotzalco, desborda sus personales inquietudes sobre
un tema que no sólo cae dentro de la explicación científica, sino eminentemente
literaria, en la que caben infinidad de posibilidades creativas para entender,
desde una y mil miradas, el sentido o el significado que la luz tendría en la literatura,
o en la visión personal de cada ser humano. Por ese solo motivo, cuando
encontré el texto que hoy se convierte en recomendación gozosa de lectura, sus
condiciones vienen a ser un despliegue de embarcaciones dispuestas a cruzar los
mares de la imaginación, enorme espacio donde caben, como en el universo, las
más infinitas posibilidades de crear y recrear la vida, a partir de la luz
misma.
He aquí el texto.
La luz es, ante todo, una de las metáforas mayores. El acto puro que
ilumina. La luz es la que nos permite ver –ver es creer– y de ahí surge
cualquier ganancia. Al dejarnos ver, nos crea; al permitir vernos, nos define. La
luz permite la definición. Definir es precisar lo
iluminado. Ser es ser iluminado, de cualquier modo que la luz se ubique sobre el objeto definido
por ella. De modo que el ser no puede ser sin la luz, de ahí que
la luz sea el origen de lo extraordinario.
Metáfora en el sentido más prístino posible: expresión de la conversión de la materia en energía. De ahí que sea el acto por excelencia.
Pues de actos se constituye el cosmos. Aquí, lo importante es que la luz, al
iluminar, separa; enajena la unidad, crea la diversidad absorta, perenne. Separa
los objetos entre sí y permite al sujeto contemplarlos en él. Extensa es la
discusión de si a un objeto se le contempla en sí o en quien lo observa. El objeto es definido por la luz en
el sujeto. La mirada –el sujeto mismo– es la otra
metáfora preferente de la luz. La mirada es luz dirigida hacia un objeto. Mirar
es iluminar o no es nada.
La luz, por así decirlo, “toca” al cuerpo al definirlo; lo penetra y funda. La luz es un ejercicio de penetración, una caricia suave en
cuanto que se posa sobre el cuerpo y sus hendiduras. Lo posee y esgrime su
naturaleza. Lo mismo hace la mirada sobre el cuerpo –sobre todo, sobre el
cuerpo amado–, destila en ella la cadencia de su forma, cala sus turgencias y
se abisma en los escotes hasta donde la sombra proyectada por la propia luz lo
permite. La mirada es la luz del ser.
No obstante, la mirada no es la
luz sino su percepción. La mirada observa el hacer de la luz, es su testigo. La
mirada analiza lo que la luz descubre. La mirada descubre con la luz el cuerpo iluminado.
La mirada describe lo que la luz descubre. La luz es la lámpara; la mirada, el
enfoque de la lámpara. La voluntad que apunta al objeto iluminado. La mirada
avanza con la luz, es su voluntad. La voluntad de ver, de transformar.
La mirada emplea, por así decirlo, a la luz para modificar el objeto. El
objeto es la finalidad de la mirada y la luz su método. La luz parte en todas direcciones; la mirada mira. Focaliza el
objeto iluminado. La mirada es la voluntad de la luz, dije, su punta
lanza. La conciencia de la luz. La conciencia del ser.
La luz crea al ser, la mirada lo testifica. Antes de la luz el ser no
era. No había ser. El ser se define por el acto de la luz. La luz historia la existencia del ser. El ser es el ser iluminado, incluyendo sus sombras. La luz
fluye por el cuerpo para que la mirada lo examine.
Totalice su existencia y lo descifre. Descifrar es percibir cómo la luz
transita sobre el cuerpo iluminado. La mirada mira la luz sobre los cuerpos. La
mirada desnuda los cuerpos con la luz. Al tocar la luz al cuerpo, lo delimita y
lo funda. Lo dimensiona y lo relativiza en relación con el resto de los cuerpos. Ser es ser el cuerpo
ordenado por la luz. La luz define el orden del mundo.
La luz define el modo como los objetos del mundo se relacionan entre sí. La luz se crea en la con-fusión de los cuerpos. En el
roce de los cuerpos. En la conjunción de los cuerpos. Mientras más intensa sea
la fusión, mayor la luz creada. La luz establece la relación de los cuerpos. La
luz es la consecuencia de los hechos. Actuamos en la luz, para la luz, con la
luz. La luz, el supremo misterio.
La metáfora se extiende sobre
otros territorios inconmensurables. Sobre el conocimiento mismo, y aun sobre la
inteligencia. Y es que no puede ser otra cosa más que metáfora, pues la luz se irradia
sobre el sujeto a través de sus sentidos. Nunca es ella en sí, sino en el
sujeto. El sujeto la llama luz por llamarla de algún modo. Nombrar la luz –como
todo lo demás– es nombrarla en él, en la especie, para la especie. Y es que el
lenguaje es la percepción de la luz. El lenguaje obra por la luz. Aunque
también, por la luz, ilumina.
Y si la luz es metáfora del
conocimiento, lo es porque al referirla aparece no la luz, sino el objeto iluminado
y a eso denominamos conocimiento. Al objeto iluminado en el sujeto. Iluminar es
saber. Descubrir, como inventar, es mostrar ante la luz el objeto antes
oscurecido. Lo oscuro es aquello que no hemos nombrado, de manera que nombrar
es iluminar, detener la luz sobre el objeto.
“Tesseract/Hypercube / 1024 Architecture”. Marzo, 2014. [en
línea], 2014, http://www.diedrica.com/2014/03/tesseracthypercube.html
[consulta: 16 de octubre de 2014]
Conocer es, entonces, mirar en
su diversidad el objeto iluminado. Mirar el objeto tocado por la luz. Con la
luz nombramos. Nombramos lo que la luz descubre. Nombrar es el ejercicio bautismal
que registra lo que la luz muestra. Puesto que sólo se comprende en el
lenguaje. El lenguaje es el instrumento con el que la mirada precisa el objeto
iluminado. El instrumento con el que descifra los hechos de la luz. Los hechos
se descubren con la luz. Los hechos se muestran con la luz. Con la luz, los
hechos son. Pero los hechos son los nombrados, los bautizados por la lengua.
Se dice de quien sabe que es un
iluminado. Que tiene la luz de su parte. Nada más cierto. El iluminado sabe por
la luz, porque ilumina con la luz. Con la luz del conocimiento. Porque describe
lo que la luz descubre. El conocimiento es la acción de descubrir, de iluminar,
de darle registro a los hechos dentro del lenguaje. Nombrar es el ejercicio
metafórico por excelencia. Nombrar es crear. Crear es creer.
En la metáfora se ejercita el
saber del mundo. El mundo es una relación metafórica por medio de la cual el
mundo se revela en su diversidad. Nombrar es encadenar los hechos en una
sucesión de figuras.
Nombrar es figurar el mundo. El sujeto de saber revela el mundo a través de
figuras. Figurar es relacionar los hechos por medio de la
razón. La razón es el reconocimiento de las causas. Comprendemos los hechos a través
de la figuración de sus relaciones causales.
La metáfora descubre el sentido
de los hechos. La poesía, así, se convierte en el ejercicio de revelación del
origen del mundo. La tarea
del poeta y del científico se funden en el acto de revelar el funcionamiento del mundo. El poeta inventa las relaciones metafóricas
que en el lenguaje acaecen. Los hechos son relaciones. Las metáforas nombran
esas relaciones. El poeta las enuncia. El científico, las explica. El filósofo, las
comprende. Revelación y comprensión son los términos de conocimiento del
mundo. Del conocimiento metafórico del mundo.
Revelar es un ejercicio, además
de metafórico, de desciframiento. El poeta al revelar, descifra en una nueva
cifra. En una nueva composición. La comprensión, complemento antinómico de la
revelación, sintetiza a partir de modelos. Un modelo es el procedimiento de un
mecanismo, la secuencia de un comportamiento. Los hechos se revelan a partir de
modelos de comportamiento sobre los que el sabio ensaya su comprensión. El
sabio muestra
al mundo los modelos de comprensión que figuran el mundo. El mundo es un modelo
figurado de comprensión en el que se muestra la
interacción entre sujetos y objetos. Entre hechos y objetos. Saber es modelar
esas relaciones. Mostrarlas es la tarea del sabio, poeta, filósofo o científico. El sabio
intenta a partir de la ejecución de los hechos –la ejecución es la
realidad– inferir el modelo.
Luz y mirada representan la
relación binaria sobre la que se monta el conjunto de dualidades
complementarias que explican los modelos bajo los cuales el mundo se muestra.
Un mundo que se muestra en la luz metafórica del lenguaje. El lenguaje es quien
modela el hecho iluminado, el complemento binario de la luz. En el lenguaje se
monta la mirada de la luz. El sentido de la luz.
El lenguaje funciona a modo de
sinestesia de la luz, en tanto que la alternancia eufónica que la sustenta
alude a la inundación luminosa. En el lenguaje escrito opera una segunda
sinestesia, la de escuchar el lenguaje con los ojos. Con los ojos escuchamos
los sonidos esparcidos sobre la página cifrada. Cifras oscuras que al negar la
luz, la muestran.
Mientras más negra la palabra,
mejor penetra la luz del lenguaje. Con ella, la mirada palpa, dirige, manipula
la luz en su juego melódico. Si todo acaece para ser libro, el libro se constituye de alternancias eufónicas
que figuran el mundo en una melodía. El libro, la melodía
del mundo. Lo dice Steiner, la melodía, el supremo misterio del mundo. Misterio
paralelo al de la luz.
Sólo que la música no es en sí,
como lo es la luz, sino en mí. En mí, la música se revela, en mí revela. La
música es el instrumento privilegiado con el que me relaciono con la luz. La
música explica en mí lo que la luz es en sí. La música es el entronque de la
razón y los sentidos. Porque la música se dilata en los sentidos. La música es
la luz del alma humana. La dialogante frente a la luz del mundo. La música es
el libro de la luz. En la música se muestra el sentido de la luz, en tanto que
la música es sombra de la luz. La letra de la luz. La composición de la luz, en
cuanto que muestra su organización. Su modelación.
“Tesseract/Hypercube / 1024 Architecture”. Marzo, 2014. [en
línea], 2014, http://www.diedrica.com/2014/03/tesseracthypercube.html
[consulta: 16 de octubre de 2014]
Modelar es musicalizar. La
música es la compañera inefable de la luz, de su misterio. Se compone para la
luz, para comprender la luz. Comprender la luz es acompañarla, solamente. Se
modela a partir de la música. La verdad es un modelo de representación, en el
que la realidad es la piel de esa representación. La verdad es su propia
representación. Representación pura. La verdad como tal, entonces, es una ficción, pues la
verdad es un ensayo de explicación de un hecho. Así, la verdad es un modelo
ficcional, un ensayo, en tanto que sólo representa lo que explica, y en su
eficacia explicativa reside su pertinencia. La realidad es
la piel, lo que envejece, pues es el modelo lo que en verdad queda.
El modelo es una composición
ejecutable que mediante error y acierto –más errores que aciertos– se ensaya en
la realidad. La realidad es la puesta en escena de los modelos. El mundo es la
totalidad de esos ensayos que llamamos hechos. La realidad es el resultado de
una composición, de su ejecución. Sartre se preguntaba si la melodía concluye
si la ejecución se interrumpe. No. La ejecución no es la melodía, sino que la
composición es la melodía. (La composición es melodía en potencia; ejecución, en
acto.)
De Troya nada queda sino lo que
está en los libros, en la composición de los libros sobre Troya. Lo mismo
ocurre con Atenas y con México Tenochtitlan. Roma sucede en los libros, aún. Roma
y México sólo son melodías registradas en los libros. (La tragedia de México
Tenochtitlan aún nos angustia.) Todo pasa en los libros, donde nada pasa. Sino
su música.
En su modelo que está más allá
de la letra. La letra de los libros ocurre fuera de los libros. Ocurren en mí
los libros. La oscuridad de los libros ilumina mi paisaje, pues lo hace
comprensible. La comprensión es la iluminación del paisaje. El paisaje
acompañado por la música, por el silencio de la música que resuena en mi sino.
En mi sino ocurre el paisaje que se comprende por la música. La música, tiempo
iluminado.
La razón sirve para componer
armonías, para precisar la composición de la armonía. La música es la armonía
de la música. La razón es el simulacro de la luz que se enfoca en armonías
sobre el objeto de la luz. La razón es el alma en acción. La función de la
razón es la de crear modelos armónicos entre los hechos y los objetos. Entre mi
sino y el mundo.
En la letra se concibe la
melodía del alma. El alma es el estilo con el que se crea la melodía. Un estilo
que teje y desteje, dispuesto a comprender mediante error y acierto en el
pautado de una hoja, como una historia que ocurre en un ciclo de veinte años. La armonía justifica al alma, al
estilo del alma. Es un procedimiento, una manera de hacer el
ser. El alma ocurre en el tiempo, como la armonía. La música se desplaza en el
tiempo, como la luz en el espacio. La música es tiempo; la luz, espacio.
El libro es la lectura del
libro como la composición se hace la ejecución de la melodía. El modelo se
cumple en un ejercicio de desplazamiento en el tiempo-espacio. El modelo es luz
que se hace tiempo; armonía en su desplazamiento temporal. En su lectura, el
libro se abre a sus posibilidades, como una partida de ajedrez en sus
movimientos. Los movimientos anuncian las posibilidades del juego y en ello el
dominio sobre el tablero y sobre el libro mismo. En la lectura, el lector
ejecuta lo que el autor ha compuesto. Los libros son, así, composiciones
ejecutadas.
El mundo –que otros llaman la
realidad– como un modelo ejecutado. Pero en un estadio, veintidós piezas, a
modo de grafías, ejecutan una melodía concebida por jugadores y espectadores en
un sueño colectivo. Un sueño con los ojos abiertos. El libro deja de ser del
autor y pasa a ser el de sus ejecutantes. El personaje ejecutante se
insubordina y exige ser el autor de su propia historia, del devenir del tiempo.
La melodía, la armonía musical se hace múltiple y anuncia la armonía de la
ejecución colectiva, de todos con el todo. El mundo como la ejecución armónica de
una composición múltiple que acompaña el paso de la luz. Aparece entonces el
espacio-tiempo de la luz y de la música.
[1] Carlos Gómez Carro: “¿Cómo se crea la luz?” México,
Universidad Autónoma Metropolitana. En Tema
y variaciones de literatura. Semestre I, 2014, N° 36. 264 p. (p. 259-264).
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