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miércoles, 29 de octubre de 2014

LITERATURA PROLETARIA. OTRA ENTREGA. CONTINUACIÓN…

LUZ A LOS POETAS… FUERZA A LOS POETAS.

SELECCIÓN DE: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   El presente conjunto de poemas, representa la visión que los redactores de LUX. La revista de los trabajadores tuvo para comprender que tales creaciones significaban o expresaban desde una construcción tan especial como el verso, la dura realidad a la que se enfrenta el hombre en cuanto se somete o es sometido a una condición de trabajo. O al hecho de que este también es capaz de someter a la naturaleza, capaz, desde tan sensible imaginario de reprochar ciertas acciones incorrectas que acomete el propio ser humano (como lo veremos en El lináloe de Fernando Celada). Se trata de seis nuevos ejemplos literarios que van consolidando un propósito, el de concentrar en la presente intención, aquellos ejemplos cuya evidencia es una estela de insinuaciones que refieren –como telón de fondo-, la relación habida entre el hombre y el trabajo, entre el trato desigual que deviene explotación del hombre por el hombre y también el de un descarnado ambiente que resulta de cometer abusos en contra de la naturaleza, reflejo que podremos comprender en la intensa lectura que viene a continuación.

A UN PROFETA

Santa la poesía
Que a los parias anuncia el nuevo día
¡y es tan consoladora!
A tu ensueño de bardo el Sol ya sube:
el astro por vecino enciende aurora,
y desde abajo del confín colora
de topacio la nube.

Mas encorvas el pecho
y abates la cerviz. Nunca derecho
en surco el labrador que siembra el grano!
Creyérase que inclinas los tributos,
parecido al banano,
que dobla la cabeza con los frutos
y muere por servirlos a la mano!

Al ciego y al insano
brindas luz y razón, y al hambre a veces
multiplicas los panes y los peces.

¡Y lloras amargura!
¡E imprecas y te corres!
¡Y elevas los dos brazos, en figura
de templo que sublima un par de torres!

Y estímulos de pena
fecundan más la vena:
ondas acuden a la sed que abrasa,
tienen un surtidor en cada herida,
y no al flujo de vida
fierezas ponen con injurias tasa:
el río bulle y se desborda y pasa.

Virtud o vicio el estro
saca del corazón dulce o siniestro,
e induce al himno deleitable o torvo.
Brisa cambiante que del medio asume
el hálito en el sorbo!
De mecer un jardín toma el perfume
y de rasar un lodadero el morbo.

¿Laureles? No de iluso los desmanes:
ascensiones comienzan por caídas
para las desmedidas
envergaduras y los pesos grandes.
Así de cresta de tajada loma
el buitre de los Andes
brinca, y por un momento se desploma!

Buena la lid si al cabo
en el broquel del bravo
la gloria brilla hirsuta de saetas;
y propicio el volcán del horizonte,
si nevadas y grietas,
para linfas y vetas,
dañan la cumbre y el estribo al monte!

Pero no de la ira
traigas a la canción chispa que prenda
en la turba tremenda
furor que acuse de maldad la lira.
No al árbol de la senda,
no a la encina sagrada el trueno enrosque
llama que cunda por el viento al bosque!

En oscura contienda
la bronca Rebeldía
pugna con la implacable Tiranía.
Oh, que tu alma en su prez, hijo de Apolo,
se ostente al mundo cual antorcha pía;
y en la batalla de la fe y el dolo,
arda y no queme, sino alumbre sólo!

SALVADOR DÍAZ MIRÓN.

NERÓN

No maldigo a Nerón: su alma divina
sobre los siglos del espanto asoma
y su nefasto pebetero aroma
el consagrado altar de Mesalina.

No lo maldigo si a morir destina
entre el incendio y el terror a Roma,
ni lo aborrezco cuando el hierro toma
para rasgar el vientre de Agripina.

Aborrezco a la imbécil muchedumbre
que en medio del escándalo y la lumbre
al cielo mudo levantó sus manos.

Y no supo en sus cóleras divinas
“¡Que con almas se forman guillotinas
donde poder estrangular tiranos!”

FERNANDO CELADA.

LA CUNA VACÍA

¿Qué pule el carpintero con dicha tanta
que nunca más ufano me pareció?
Está haciendo una cuna, canta que canta,
para un hijo del alma que ayer nació.

¿Qué cosa el carpintero labrará ahora
que nunca más siniestro me pareció?
Está haciendo una caja, llora que llora,
para su hijo del alma que ayer murió.

El pobre carpintero, sin dicha alguna,
todas las tardes vuelve solo a su hogar…
se acuerda de su niño, mira la cuna
en silencio se pone triste a llorar…

FERNANDO CELADA.

¡POBRES RICOS!...

¡Pobres ricos…! Tan fatuos, tan pagados,
sin conciencia, sin Dios, sin caridad…
Un puñado de pesos mal pagados
es todo lo que valen. La humildad,

la confianza de los desamparados,
su prudencia, su fe, su estoicidad,
son diamantes ocultos, ignorados,
que valen por toda una eternidad.

Y pensar que hay tan hondas divisiones,
tan injustas, tan fuera de razón:
Por unos pesos más ¡qué de atenciones!

por pesos menos… ¡sólo humillación!
¡Ah, sociedad, destruye tus blasones
que la nobleza está en el corazón!

ALFREDO COELLAR GÓMEZ.

EL LINALOE

Cortó un leñador el tronco carcomido
de un lináloe,
y el pobre tronco envejecido
dijo con un gemido:
¿Por qué me cortas? ¿Por qué?
cuando el leñador lo había herido
y rodaban las hojas a su pie,
exclamó el lináloe adolorido:
¿Por qué me cortas? ¿Por qué?
¿No di mi perfume a las aves
que venían la aurora a alegrar?
¿No sirvieron mis festones de naves
a los pájaros cansados de aletear?
¿No hice a cada retoño
un nido y un hogar?
¿Y no en la primavera y el otoño
fue mi sombra un asilo secular?
¿Entonces, por qué hieres
mi tronco inofensivo?...
El hombre es más altivo,
más injusto y cruel, y lo prefieres.
Yo no haría daño alguno:
mi sombra era piedad
y tú eres importuno
y me has roto la vida con crueldad.
Y al aire el leñador, a Dios le plugo,
que una profunda compasión sintiera,
porque llevaba en su hacha de verdugo
un infinito olor de primavera.

FERNANDO CELADA.

A los héroes sin nombre

Milicias que en las épicas fatigas
caísteis, indistintas e ignoradas,
cual por la hoz del rústico segadas
en tiempo de cosecha las espigas;
que moristeis a manos enemigas,
fulgentes de entusiasmo las miradas,
tintas hasta los puños las espadas
y rotas por delante las lorigas.
¡Oscuros Alejandros y Espartacos!
La ingratitud de vuestro sino aterra
la musa de los himnos elegíacos.
En las cruentas labores de la guerra,
sembradora de lauros, fuisteis sacos
de estiércol, ¡ay! Para abonar la tierra.


SALVADOR DÍAZ MIRÓN.

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