LUZ… A LOS POETAS.
FUERZA… A LOS POETAS.
SELECCIÓN DE: JOSÉ
FRANCISCO COELLO UGALDE.
MARASMO y SUEÑO DE NIÑO. POR MAX RODRÍGUEZ SOTELO y UN ANÁLISIS A SU POESÍA POR ABRAHAM MONTES ARENAS.
PÁGINA LITERARIA.
MARASMO
Ya no acuden a mi
mente,
las parvas gaviotas
del ensueño,
aquellas que
suavemente,
cerraban mis párpados
en beleño.
Volaron hacia
regiones ignotas,
con las alas formando
una cruz,
dejando plumones,
hojas rotas
y el frío de la
ausencia, disuelto en la luz.
Ya no pueblan los
lagos de esmeralda,
ya no cruzan por el
mar azul,
ya no vibra su aleteo
en la falda
del monte, cobijado
en tul.
Para que el poeta
produzca
necesita el acicate
de la inquietud,
el dolor, la sacudida
brusca,
y no la perezosa
quietud.
Me he sumergido en la
indolencia
en esa suave y
lánguida lasitud,
se ha adormecido en
la sutil conciencia
el verso saturado en
plenitud.
¿Qué mi estro se
atrofia?
¡Bah!, duerme
escondido
como el microbio
temido,
que al menor impulso
agobia.
Pronto sacudirá su
marasmo,
pronto empezará a
arder,
seca revolución y
pasmo,
será el sol en gris
amanecer.
El olvido es la
derrota
del sentimiento
profundo y generoso,
es la senda remota,
de la cobardía y el
miedo tenebroso.
Yo volveré a tejer
bajo tus pies,
la alfombra suave de
mis versos,
y volcaré las
ánforas, capullos tersos,
de mi rima si así lo
quereis.
Vive en tus sueños
sabor de eternidad,
arrulla la quimera
del amor,
que en tus ojos
flotan residuos de perversidad
que estremecen tu
cuerpo en ardor.
SUEÑO DE NIÑO
Cual un niño en sus
sueños sin sombras
cerré mis ojos de
niño grande
dormían también las
alfombras,
tendidas, esperando
el paso amante.
En tus brazos me
quedé dormido,
cual un niño se
duerme en el regazo
materno, soñé en el
Paraíso perdido,
hundidos mis cabellos
sobre tu carne de raso.
Entre tus brazos me
quedé dormido,
soñando que era un
niño,
cerré los ojos
rendido,
caída mi cara sobre
tu corpiño.
Soñé que el mundo era
una senda florida,
que iba bebiendo la
miel de las rosas,
y así, absorbiendo la
vida,
caminaba, succionando
corolas hermosas.
Me sentí fuerte y
potente,
optimista, feliz y
contento,
me creí un niño
inocente,
con plétora de buenos
sentimientos.
En tus brazos me
quedé dormido,
en la tibia tersura
de tu seno,
no había sombras y me
sentí poseído
de una plenitud
tranquila, sin veneno.
Y así dormido y
soñando,
sobre el embeleso de
tu carne de armiño,
te seguí idolatrando
rezumante el alma de
cariño.
MAX RODRÍGUEZ SOTELO
Tesorería (Listas de Raya).
Primavera de 1945.
LUX. La revista de
los trabajadores. Año
XVIII, N° 3, 31 de marzo de 1945, p. 38.
Respecto al análisis, este fue presentado
por otro integrante de la comunidad de trabajadores de la Compañía Mexicana de
Luz y Fuerza Motriz, S.A. y sus Subsidiarias, así como afiliado al Sindicato
Mexicano de Electricistas. Me refiero a Abraham Montes Arenas, quien se
encontraba por entonces en “Operación – Laboratorio”, mismo que nos sorprende
con sus oportunas apreciaciones sobre el quehacer poético de su compañero,
mismas que pongo a la consideración de los amables lectores de “Luz y Fuerza de
la memoria histórica”.
COMENTARIO
Recién se han publicado en las páginas de
esta Revista en la Sección Literaria, algunas composiciones de nuestro
compañero Max Rodríguez Sotelo.
Heme impuesto la tarea de hacer un breve
análisis de las peculiaridades de la lírica, que por ser la obra de un joven
trabajador se impone por parte de alguien hacerlo; obra en la cual se
manifiesta toda la euforia, todo el ímpetu fogoso del estro como le llama
escondido, del deseo legítimo de expansión espiritual, orlado con la fácil y
grácil concatenación de ideas que constituye en esencia la conformación poética
de Max Rodríguez Sotelo.
Con esto no pretendo si es un si, un no es
ajustado a los cánones de la métrica establecida por la retórica, el arte
poética y demás; el propósito en sí es de diseñar la sensación que se
experimenta al leer el verso, que si rompe a veces revolucionariamente con la
tradición, no por eso deja de tener el sabor incitante, el deleite del erotismo
sin morbosidad, el sedante y sopor de droga de la tranquilidad; la muda contemplación
descriptiva de lo irreal dentro de lo real de la Naturaleza.
Marasmo,
Sueño de Niño, Panorama y Remembranza
son las composiciones que se han publicado en nuestra revista (la última con
este número), –y
que más adelante se reproducirán- florilegio
substancial de primicia del lirismo de Sotelo.
En Marasmo tenemos el anonadamiento integral
del espíritu, en espera de resurgimiento circunstancial en pos de una ella.
Sueño de Niño es la emoción de contacto
espiritual con el alma de mujer, miltoniano y sutil.
Cambia totalmente en Panorama, viene la
descripción bucólica del paisaje entrelazada con los sentimientos admirativos
de la euritmia de mujer, cuasi un poema sinfónico puesto en verso.
Remembranza, antañona y un poco lúgubre pero
necesaria para la idea tiene un giro distinto a las demás, de impresionismo
arquitectónico de provincia, junto con la semblanza del medio, muestra un
aspecto de dolor y tristeza.
Tales han sido las composiciones publicadas.
Existe un polimorfismo en ellas, pero se
advierte claramente la tendencia descriptiva de elementos secundarios para
llegar al fin de antemano deseado.
No se trata aquí de un “snobismo” pues cada
palabra, cada verso, no tiene ni con mucho, lo estridente o cursi que en nuestro
tiempo ha hecho presa no sólo en la poesía sino en otras esferas del
pensamiento humano en cuestión de arte.
Estas breves palabras son con el objeto de
estimular a un compañero joven hacia el camino de la superación y formación
literaria y como una exégesis de lo que pueden hacer en la medida de sus
fuerzas los compañeros que integran el Sindicato Mexicano de Electricistas.
LUX. La revista de
los trabajadores. Año
XVIII, N° 6, 30 de junio de 1945, p. 41.
PANORAMA
Sobre la alfombra
tejida por el césped
artista imponderable
la gran Naturaleza
me acogiste como
gentil huésped
ofrendándome tu regia
belleza.
En tus labios
florecía la sonrisa
en tus ojos, la sutil
promesa
en el aire desleía la
brisa
rumores y arrullos de
terneza.
Yo leía tu sutil
promesa
la entrega total,
absoluta,
y al admirar tu
egregia belleza
pensé en la nieve
impoluta.
La vida fluía en el
espacio,
todo era canto,
perfume y color,
fuimos juntando los
labios despacio,
para no quemarnos en
el gran calor.
Los rizos rebeldes
retozaban coquetos
sobre tu blanca
frente,
y al acariciar
indiscretos,
me ofuscaba la mente.
Así, acostada sobre
el verde tapiz,
los brazos en excelsa
cruz,
tenías el solemne
matiz
de la tarde cargada
de luz.
Algo de liturgia en
el fondo de tu ser,
la vida en reposo
momentáneo
como si en el sagrado
recinto del querer,
hubiera penetrado un
miedo extraño.
Tuviste miedo de lo
perecedero,
quisiste que la tarde
fuera eterna
que después sólo
quedaría el recuerdo
de una sonrisa, de
una caricia tierna.
En ese momento de
unción,
pisamos el umbral del
infinito,
nuestros labios
musitaron la misma oración,
para no despertar del
instante bendito.
En ese momento fuimos
una sola alma,
un solo pensamiento,
un solo sentimiento,
la brisa oreaba los
pinares con suave calma,
quedamente sin ecos
de lamento.
Oh, qué tarde aquella
tan majestuosa,
tan serenamente
augusta,
allá lejos la mar
golpeaba impetuosa.
Anfitrita sugestiva y
robusta.
El Dios Pan dejaba
entre el bosque
el eco de su flauta
misteriosa,
la cadencia semejaba
un retoque
a la naturaleza,
bella y voluptuosa.
En la mar azul,
serena,
rizaba sus ondas el
viento,
una secreta pena,
albergaba en lo hondo
el firmamento.
Parecías muñeca de un
cuento,
de una historia
remota,
yo silencioso bebía
tu aliento,
perfume de una aurora
rota.
Oh, suave figulina,
de tenues saudades;
pintada en tersa
cartulina,
con el albor de las
ingenuidades.
Te fuiste minuto
regio,
huiste para no
volver,
me dejaste el
privilegio
de vivir en mi ser.
Allá en la montaña te
amé con locura,
teniendo de escenario
al mar,
en tus ojos leí toda
la ternura,
que un hombre en la
vida puede desear.
Rudo y selvático el
panorama,
bravío, gallardo y
fiero,
solo tú eras suavidad
y calma,
al decirme
quedamente: “Te quiero”.
Vibrantes se clavaron
las palabras,
como garfios se
incrustaron en mi ser,
mientras tú extasiada
mirabas
morir en cendales, el
embrujo del atardecer.
En tu carne fluye el
aroma,
de selva y mar, de
fruto y flor,
y sobre tus labios
asoma,
la prístina sonrisa
del amor.
Nunca ha sido tan
intenso un instante
como ahí en la
montaña altiva,
el sol ardía en
llamarada gigante,
esplendiendo en la
arena, su llama viva.
Fuiste inmensidad,
luz e infinito,
aroma, cadencia y
oración,
fuiste el poema
exquisito,
que brotó espontáneo
en mi corazón.
Fuiste rumo, fuiste
brisa,
sembraste en mí la
exquisita flor,
fuiste la excelsa
poetisa,
que va por el mundo
derramando amor.
Allá tendida sobre el
césped,
en la boca dibujada
tu mejor sonrisa,
esperas todavía al
gentil huésped
con los ojos
entrecerrados, dulce y sumisa.
Así te llevo yo en el
alma,
una diosa de nácar
recostada,
en el verde bramante
de la grama
con destellos de gema
recamada
MAX RODRÍGUEZ SOTELO
TESORERÍA (Listas de Raya)
Primavera de 1945.
LUX. La revista de
los trabajadores. Año
XVIII, N° 4-5, 31 de mayo de 1945, p. 52.
REMEMBRANZA
POR MAX RODRÍGUEZ SOTELO.
Yo vi de pequeño
jugando a los cuervos,
descansar misteriosos
sobre los pinares,
tenebrosos y negros
con gritos acerbos
regando tristeza
sobre los tejados.
Me acuerdo de una
casa de beneficencia,
en que todo era
tristeza y dolor,
enfermos que ponen su
anhelo en la ciencia,
con la débil llama
del último amor.
Amplios corredores,
anchos ventanales,
arcadas austeras,
prados silentes,
grama verdeante,
soberbios pavos reales,
en medio una fuente y
patos silvestres.
Todo está enmarcado
por grises tapiales,
alfombras de flores,
regios pinares,
en barrocas puertas
lujosos vitrales,
figuras inciertas,
altivos pilares.
En cuartos olorosos a
limpio y a droga,
yo vi al abuelito
sufrir de dolor,
los rudos espasmos
sacudían su boca,
abrasada y exangüe
por férvido ardor.
Mi choza de niño era
presa de hondo temor,
una muda congoja
ahogaba mi pecho
al oír de los cuervos
su ronco clamor,
taladrando cruento
las tejas del techo.
Yo vi jugando a los
cuervos
en regios pinares
olorosos a muerto,
el viento mecía sus
cónicos cuerpos
tirando sus ramas
sobre el huerto.
Casa de beneficencia,
mansión de tristeza,
cuántas tardes grises
pasé dentro de ti,
las blancas
vestimentas en mística belleza
seguían mis pasos
febles, cuando yo partí.
LUX. La revista de
los trabajadores. Año
XVIII, N° 6, 30 de junio de 1945, p. 41.
Como fin de estos apuntes, puede apreciarse
que los versos de Max Rodríguez Sotelo, corresponden al quehacer de un joven
poeta que desvela una continuidad en la línea de los poetas mayores que fijaron
desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, partiendo del hecho de un hacer
y un quehacer ligado con los últimos soplos del romanticismo, o de aquella
imponente presencia del impresionismo. Incluso de lo naturalista y hasta de las
intensas veleidades del postromanticismo cercanas ya a movimientos como el
estridentista. Sin embargo, este último no permeó en Rodríguez Sotelo, quien
parece seguir modelos como los de Manuel M. Flores, Amado Nervo o Luis G.
Urbina.
En cuanto al análisis crítico de Abraham
Montes Arenas, se descubre en ese antiguo compañero el amplio conocimiento
literario que le daba suficientes elementos para realizar una recomendable
esperanza al poeta en cierne.