EL SINDICATO MEXICANO DE ELECTRICISTAS. A 100 AÑOS DE SU
FORMACIÓN Y CONSOLIDACIÓN. (1914 – 2014). PARTE
XVIII.
POR:
JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Como
ya sabemos, este importante capítulo tuvo su mayor clímax el 21 de julio de
1952. Para el 28 de agosto siguiente, y como apuntó en su momento Agustín
Sánchez Delint (en tal fecha) “se levantaron, llenos de vigor y animados por un
sentido unitario asombroso, los puños de nuestros camaradas obreros para dar el
golpe de muerte a la brutal dictadura gangsteril enseñoreada, durante toda una
década, de vidas y economías de nuestros agremiados”.[1]
Aquel
movimiento, que no fue poca cosa, conmovió las estructuras del Sindicato
Mexicano de Electricistas, sacudiéndose una pesada carga de corrupción en todas
sus expresiones, lo que vino a darle aires de renovación al propio Sindicato,
de modo que pudo depurarse y reiniciar una nueva época que, de entonces acá ha
sido valorada en diversas circunstancias, siendo la más reciente el duro,
durísimo golpe que enfrentó aquella “noche triste” del 10 de octubre de 2009,
cuando un personaje “non grato” hizo el anuncio de la extinción de Luz y Fuerza
del Centro, arropado por otros del mismo grupo, mismos que se encargaron de
realizar labores de delincuencia de estado, la cual consistió en aplicar, al
pie de la letra, las instrucciones de no dejar piedra sobre piedra. Y así
lograron su objetivo.
Volviendo
al capítulo del que fue conocido como el “Veronicazo”, me parece oportuno
recoger otros testimonios, los que aparecieron en la memorable publicación del
S.M.E. y de la cual hoy tengo el gusto de compartir con ustedes la siguiente
editorial:
YA
CONOCEMOS EL CAMINO DE SER LIBRES.
AHORA
NOS FALTA APRENDER EL CAMINO DE SER FELICES.
Ya conocemos el camino de ser libres, y lo
hemos aprendido en forma ruda, pero segura. Jamás olvidaremos que el camino de
la libertad lo recorren:
LA DIGNIDAD
El grito que el 21 de julio de 1952
lanzaron, en primer lugar, los compañeros Villanueva (David Villanueva Zárate),
Fernández (Primitivo Fernández Huerta), Valadez (Luis Valadez Campos), y otros,
que por abreviar no se mencionan, fue un grito de dignidad. Un grito de
rebelión ante la ya intolerable humillación que nuestra dignidad ya no de
trabajadores sino de hombres, había
sufrido durante muchos años. Pero a la vez que en estos compañeros, se despertó
en todos la noble llama de la indignación, y el camino de la libertad fue
tomado por los miembros del Sindicato.
LA UNIDAD
La jefatura del movimiento fue entregada a
los compañeros Vargas (Julio Vargas Herrera) y Chanín (José Tobías Chanín), no
con el servilismo que en otro tiempo se entregaba a caudillejos indignos, sino
con la cohesión libre y consciente de quienes saben que en la unidad y la
disciplina está el triunfo. La libertad con que se procedió y la conciencia con
que se obedeció, recuerdan lo que en otro tiempo se dijera del democrático
ejército ateniense que venciera a los persas: Nobles soldados que siguen a nobles jefes.
EL VALOR
Fue inconmovible. En ningún momento lo
quebrantaron la agresión, la amenaza, la mentira, la calumnia, ni el rumor
insidioso.
LA TENACIDAD
Nunca movimiento libertario alguno diera
pruebas de mayor tenacidad. Se pidieron cédulas, y abundaron en poco tiempo; se
exigieron listas firmadas, y en veinticuatro horas se tenían cuatro mil
adhesiones; se procedió al recuento, y por tercera y postrera vez los
trabajadores del Sindicato mostraron su poderosa tenacidad en mantener sus
principios.
Es que el movimiento de Verónica no era un
desahogo fugaz de amargados, ni un entusiasmo violento de motín, ni un grito
ocasional e irreflexivo: era la tenaz
voluntad de los miembros del Sindicato para recuperar su LIBERTAD y su
DIGNIDAD.
Sí, compañeros, YA CONOCEMOS EL CAMINO DE SER LIBRES.
Pero nos falta aprender el camino de ser
felices.
Hemos ganado la guerra; pero ¿si perdemos la
paz…!
Ahora emprenderemos una lucha mucho más
difícil, dura, y peligrosa que la anterior; la lucha por la felicidad.
Recurramos a las enseñanzas de la Historia.
El epígrafe de este editorial está inspirado
en la célebre frase que pronunciara don Agustín de Iturbide el 27 de septiembre
de 1821, cuando en el estruendo de júbilo se consumaba la Independencia de
México, y por primera vez en el Palacio de los Virreyes flameaba nuestra Enseña
Tricolor.
Entonces la Patria, como nosotros, conocía
el camino de ser libre. Pero posteriormente, aquella ebriedad de libertad trajo
por consecuencia una funesta desunión. Y cuando era más necesaria la unidad
nacional para echar los cimientos sólidos de aquella joven y gran nación, el
pueblo se dividió en partidos que furiosamente se disputaban la posesión del
poder: imperialistas y republicanos, federalistas y centralistas, yorkinos y
escoceses. La conclusión final fue la invasión extranjera y la desmembración de
nuestro territorio.
¡Terrible lección! ¡Trágica y dolorosa
experiencia!
El camino de la felicidad de los pueblos es
muy semejante al camino de la libertad. Porque también aquí se exige la Dignidad: proceder, no como células de
cualquier partido, sino como HOMBRES, y HOMBRES LIBRES.
La Unidad:
Estar estrecha e indisolublemente unidos, no a los hombres que pasan, sino
a la organización que perdura y sus principios que buscan DERECHO y JUSTICIA,
en beneficio de los cuales nunca es
demasiado sacrificio alguno.
El Valor: Ese
valor que hace a los hombres positivamente nobles. Nunca la intriga
subterránea, la murmuración insidiosa, el “se dice” cargado de malicia felona. Valor
para enfrentarse abiertamente ante lo que parezca injusto y denunciarlo, y
valor (acaso el más grande de todos), para saber reconocer cuándo no se tiene
la razón y plegarse a la voluntad de los que la tienen.
Y la Tenacidad:
Tenaces en la Dignidad; tenaces en la Unidad, tenaces en el Valor, y
tenaces en la lucha para conseguir LA JUSTICIA Y EL DERECHO DEL TRABAJADOR.
Si así procedemos, acaso muy pronto podremos
decir que también conocemos el camino de ser felices.
Antes de terminar, por ahora, me permito
traer una breve consideración que determinó, en buena medida el destino del
siglo XIX mexicano. Tales ideas fueron planteadas por el Dr. Edmundo O´Gorman
en su célebre libro: México. El trauma
de su historia.
En el mismo, plantea que la novedosa situación del país (a partir de su
independencia) quedó sometida a aspectos muy dispares. Dejaba de ser lo que fue
durante tres siglos, según la opinión optimista de liberales y se resistía a un
nuevo concepto, que atentaba el sistema establecido; que así puede entenderse
la visión de los conservadores.
Ante esos dos frentes de lucha se incrustaron esquemas que aprovechaban
el caos para influir ideológicamente entre la sociedad. Desde 1806 hay indicios
de la masonería en México, pero es hasta la llegada de Joel R. Poinsett cuando esta acaba por tomar una fuerza notable.
Recordemos que el fin de la masonería es y ha sido llevar la razón del
concepto, luchar contra la ignorancia, el fanatismo y el dogmatismo.[2]
CONTINUARÁ.
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