EDITORIAL.
POR: JOSÉ FRANCISCO
COELLO UGALDE.
La sola contemplación de esta imagen y en lo
personal, me conmovió hasta las entrañas.
La Jornada, D.F., del sábado 1°
de febrero de 2014, p. 29.
Necesidades vitales como el agua, recurso
que día con día se está convirtiendo no sólo en prioridad, sino en motivo de
posibles nuevos escenarios, como este, o como el inminente enfrentamiento
habido entre diversos sectores de la sociedad que no alcanzan o no tienen el
acceso seguro a tal servicio, serán asuntos cotidianos dentro de muy poco. Pero
no solo cotidianos, sin más. Se espera que detonen en conflicto que podría ser
de alto riesgo en la medida en que no exista planeación por parte de gobiernos
y autoridades por distribuirla en forma correcta, cobrándola también en su
justa dimensión. Pero para que eso sea posible, se necesita que exista un
fundamento que estamos sobreexplotando en forma voraz y desmedida: la propia
naturaleza. En cosa de unos cuantos años, los que van desde la primera
revolución industrial y hasta nuestros días, apenas dos siglos y medio
aproximadamente, respecto a la larga línea del tiempo y al punto en que el
planeta adquirió equilibrio luego de superar otras tantas perturbaciones
naturales, se ha visto alterado en forma tal que se ha perdido el control de
muchos ciclos naturales, se han ido exterminando mantos acuíferos, bosques,
manantiales, y un largo etcétera. De ahí que la naturaleza misma responda con
el ya muy conocido cambio climático que viene cimbrando a la humanidad toda en
forma contundente de un tiempo para acá. Si los gobiernos a nivel mundial, pero
sobre todo las potencias no expresan su voluntad por establecer medidas
preventivas, la naturaleza se confrontará con el ser humano de una forma
impensable.
Entre otros recursos donde la electricidad
tiene un protagonismo esencial, se requieren elementos naturales como el agua,
los vientos, la radiación solar para que ese complejo sistema produzca, genere,
transmite, distribuya y comercialice la energía misma, instalando toda su
infraestructura por aquí y por allá, en aras de que un país como el nuestro
siga avanzando, en medio de las limitadas oportunidades que hoy ofrece la
crisis, y de la que los más recientes pronósticos, como el que manifestó el
Presidente del Banco de México, Agustín Carstens, son desoladores.
No es deseable para nadie, y mucho menos
para las generaciones emergentes un escenario como el que a veces prevemos en
el sentido de qué futuro enfrentarán los demás.
Si en algo puede ser útil nuestra presencia,
desearíamos participar directamente en la reforestación urbana y rural, en la
limpieza de las miles y miles de toneladas de basura que se producen al día, de
sumarnos a la depuración de un ambiente que respiramos, no siempre sano
(¿imagínense qué respiramos?). Construir una nueva cultura urbana de
recuperación de la propia ciudad convertida en un monstruo insensible que
extiende sus tentáculos en forma desmedida, irracional, hasta convertirnos en
frágiles y vulnerables ciudadanos que merecemos una mejor vida, a pesar de que
la modernidad, o la postmodernidad y ese neoliberalismo rapaz han sido capaces
de convertirse en poderosos remolinos que acaban y acaban no sólo con la
naturaleza, sino también con las sociedades.
¡Que el futuro no nos alcance!
3 de febrero de 2014.
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