LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA. DEL
ANECDOTARIO ELECTRICISTA.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
La
“Nana” en su sentido o visión más entrañable, significa “la madre”. Desde el
ámbito de los electricistas, es decir, quienes formamos parte de la
desaparecida Luz y Fuerza del Centro y nos sentimos orgullosos de pertenecer al
Sindicato Mexicano de Electricistas, sabemos que la “Nana” fue ese espacio
urbano, cuyo cruce en las actuales calles de Pensador Mexicano y el 2º Callejón
de San Juan de Dios representa, en términos simbólicos el parto, el
alumbramiento del SME, hoy hace 100 años cabales. Por tal motivo, era más que
justificado un rendido homenaje a todos aquellos quienes se reunieron para
gestar a la institución que en nuestros días, sentenciada a muerte, como
Ernesto Velasco en su momento, enfrenta el juicio sumario de ese capitalismo
salvaje y voraz que no es otra cosa que ese síntoma del neoliberalismo que
priva en el orbe, en estos tiempos que corren.
En
nuestros días, la “Nana” es un centro cultural, cosa que se agradece.
Lamentablemente se encuentra dirigido por autoridades insensibles que no
supieron escuchar nuestros argumentos y es a Lucina Jiménez y a Rocío García a
quienes les envío este mensaje para que se permitan leerlo, si es que es de su
interés saber en qué consistió aquel capítulo honroso, el de diciembre de 1914,
donde dicho espacio fue teatro y escenario de aquellos primeros acontecimientos
que gestaron la creación de nuestro sindicato.
Días
previos al 14 de diciembre, un grupo de inquietos trabajadores provenientes de
varias especialidades: telegrafistas, telefonistas, tranviarios y electricistas
manifestaban su deseo de constituirse ya no necesariamente en una sociedad
mutualista, sino en algo más allá que eso. Aspiraban por la creación de un
sindicato. Pero dicha “constitución!, en el caso de los electricistas se daba a
partir de una gran necesidad, la cual partía del hecho de que un conjunto de
trabajadores estaba realizando actividades tanto en Necaxa como en plantas e
instalaciones que poco a poco configuraban el perfil y la presencia del
“patrón”. Me refiero a la Mexican Light
and Power Company, Limited que, al detentar el poder y control, con un
importante respaldo de capital extranjero, perdían de vista los derechos y
condiciones laborales de aquellos obreros quienes se vieron en la necesidad de
hacer notorios los tratos a que eran sometidos, fruto de las diferencias, lo
que trajo consigo una auténtica injusticia. Tamaña referencia fue hecha suya
por otros “camaradas”, quienes tomaron la iniciativa de forzar la creación del
que fue, apenas unos días el Sindicato de empleados y obreros del ramo
eléctrico, para luego adquirir su nombre definitivo: Sindicato Mexicano de
Electricistas.
Las
primeras reuniones ocurrieron en casa del Ing. Salvador F. Domenzain quien era,
a la sazón, operador de la Subestación la “Nana”. Aquel espacio, el de su
domicilio fue insuficiente ante el número de interesados que aumentaba conforme
se celebraban nuevas reuniones, por lo que para el día 12 de diciembre de 1914,
la cita se concertó en la “Nana”.
¿Qué
fue lo que pasó en la “Nana” aquel día?
Acudo a Rojo y Negro, el
primer vocero impreso emitido por el SME en 1915, y que en su primer número se
incorporó una colaboración firmada por Luis N. Morones, quien recuerda ese
momento esencial de la historia sindical.
BOSQUEJO
ACERCA DE NUESTRO SINDICATO.
Difícil
tarea en verdad la que me ha sido encomendada, hacer aunque sea a grandes
rasgos la historia de nuestro sindicato, que en un año de vida ha tenido tantos
hechos, tantos incideentes que seguramente no podré detallar con la amplitud
que merecen; dar a la publicidad la historia de una agrupación obrera que en
varias etapas de su vida ha atraído sobre sí la atención general; ofrecer a
nuestros hermanos proletarios el informe de nuestros trabajos haciéndolos
copartícipes de nuestras angustias y nuestras satisfacciones; presentar a la
miopía de la cateva burguesa el ejemplo para ellos terrorífico de lo que puede
la unión; someter al criterio de propios y extraños nuestros actos, ¡he ahí la
obra! Reconozco que es superior a mis fuerzas. Mi notoria incapacidad es el
mayor de los obstáculos para cumplir como quisiera, la misión que se me ha
conferido. Sólo tengo mi voluntad, mi voluntad sin límites y el amor que
profeso a nuestra agrupación como únicos elementos con que cuento para
emprender la tarea. Si esto no es bastante, tómese cuando menos en
consideración para disculpar mi falta de conocimiento en esta clase de
trabajos.
Fueron 56 o 60 empleados y obreros de la
Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz, de esta ciudad los que lanzaron la
iniciativa de asociarse para buscar su mejoramiento, y, sin tendencias
definitivas, se reunieron por primera vez el día 5 de diciembre de 1914 en la
casa habitación del compañero Salvador F. Domenzáin, ubicada en la 5ª Calle de
Dr. Lucio, Nº 102, departamento 28.
Algunos de los asistentes a aquella reunión
pertenecieron a la Sociedad que en el año de 1911 comenzó a fundarse y que hubo
de suspender sus trabajos por la infame presión que los altos jefes de la
referida Compañía ejercieron sobre los que justamente pretendíamos unirnos,
para defendernos de la inmoderada explotación que veníamos sufriendo. Se hizo
necesario que pasaran algunos años, que varias agrupaciones obreras comenzaran
a obtener éxito en sus gestiones, que una excitativa lanzada por la Federación
de obreros y empleados de la Compañía de Tranvías de México pusiera de
manifiesto una vez más la imprescindible necesidad de unirse, para que el
personal de la Compañía de Luz convocara a la junta a que me he referido.
Fue
allí donde por primera vez el elemento obrero, en un momento de clarividencia,
decidió oponer al soberbio empuje de sus infames opresores el poderoso dique de
la fuerza colectiva. Pero hasta ese grupo de trabajadores no había llegado la
buena nueva; acostumbrados a asociarse para auxiliarse mutuamente, no pensaron
nunca en el tremendo error en que se han basado apolilladas sociedades
mutualistas, y, consecuentes con la rutinaria costumbre de quitar lo poquísimo
que tiene el trabajador para darlos al que no tiene nada, acordaron como
primera providencia la fundación de una Sociedad Mutualista y a pesar de que
hasta a algunos de los miembros de la reciente sociedad había llegado la buena
nueva, la palabra prodigiosa a cuyo solo enunciado habían caído postergados los
ladores de energías y los acaparadores de conciencias, todavía se pronunciaba
con temor, con el espanto de todo lo desconocido, la palabra mágica de
sindicalismo. Y sucedió lo que había de suceder: que desconocido el sistema de
trabajo de los Sindicatos Obreros y habiendo llegado alterados en su totalidad
los datos que acerca de esta clase de sociedades de resistencia decían tener
los que se consideraban bien enterados, el error presistió, nombróse la mesa
directiva y el señor presidente, amo y señor, tuvo a bien citar para una
próxima reunión que tuvo verificativo el día 10 del mismo mes, en el Centro
Cosmopolita de Dependientes, sito en la 4ª calle de S. Juan de Letrán, Nº 60.
Asistió gran número de obreros y empleados de la Compañía de Luz dándose cuenta
a los que no estaban enterados de los trabajos comenzados.
En aquella reunión pudo observarse que en el
elemento obrero encontraron eco las ideas avanzadas, el sistema nueo de lucha
explicado por varios compañeros, haciendo notar las inconvenientes e
innumerables desventajas que acarrearía la sociedad mutualista al trabajador, y
la mayoría anónima, con esa previsión que caracteriza a las multitudes, vaciló,
y cuando se pidió la sanción de lo llevado a cabo tuvo la más hermosa de las protestas:
abandonar el salón, mostrando así su inconformidad con lo acordado
anteriormente y haciendo patente con este hecho la inclinación que había por
adoptar otro sistema, otra nueva ruta de reivindicación y de progreso. Apenas
si unos cuantos se dieron cuenta de que el presidente citaba a nueva reunión en
el Salón de Sesiones del Departamento del Trabajo para el día 14 del mismo mes.
En vista de la divergencia de opiniones y
ante el temor, muy justificado por cierto, de que una gran mayoría no concurriera
a la reunión del día 14, dando por resultado que la unificación no se llevara a
efecto, el compañero Domenzain, presidente de la Sociedad Mutualista en
embrión, citó a una junta privada para cambiar impresiones el 12 en la
Subestación de la Nana y convirtiendo la azotea de la referida Subestación en
Salón de sesiones, se discutió largamente por los 14 o 16 socios que asistieron
acerca del carácter que se daría a la agrupación prevaleciendo la iniciativa
presentada a favor de transformar en Sindicato la tantas veces citada Sociedad
Mutualista.
Así las cosas verificóse la asamblea del día
14, la concurrencia escaseó por parte del personal de la Compañía de Luz, no
así el elemento obrero-electricista de otras compañías y electricistas que
trabajaban por su cuenta. Hizo notar el Presidente la necesidad de definir de
una vez por todas la índole que debería darse a la agrupación, exponiendo que
por lo observado parecía que la opinión estaba dividida, pues mientras unos
sancionaban el sistema mutualista, otros, renuentes con estas ideas, proponían
la fundación de un Sindicato, indicando la conveniencia de poner a votación las
proposiciones que había, resultando de ella que por mayoría quedó aprobada la
fundación del Sindicato. Sólo que por razones más o menos fundadas se tomó el
acuerdo de que sería independiente de la Federación de Empleados y Obreros de
la Compañía de Tranvías.
Fue en aquella memorable asamblea donde por
primera vez escuchamos absortos el verbo rojo, la frase libertaria que templó
los espíritus y conmovió los corazones. El compañero Joisé Colado, director
interino del Departamento de Trabajo en aquella época, dio a conocer a los
novicios sindicalistas la doctrina salvadora, y su palabra fue el toque de
atención que despertó las conciencias dormidas, la tea incendiaria que hizo
explotar en los cerebros tumefactos del hombre esclavo, de la bestia humana, la
mole inmensa del perjuicio moral y de la resignación absurda, dando paso a la
verdad, hija del raciocinio y de la conciencia.
Jamás podré olvidar lo que se dijo y la
impresión tremenda que causáronme los conceptos vertidos. Fue algo desconocido,
algo sublime que conmovió a la falange obrera, que despertó del marasmo en que
yacía, y, ávida de luz, de verdad, de justicia, alzóse altiva, rebelde e
irresistible para buscar reivindicaciones no comprendidas y pagar su deuda de
odio, de atavismos innúmeros a los que trafican con sus energía. También el
compañero Huitrón y algunos otros miembros de la Casa del Obrero Mundial
reforzaron con su palabra vehemente y con su fe de convencidos las ideas
emitidas e invitaron al nuevo Sindicato a formar parte de la Confederación
Obrera.
Procedióse enseguida a nombrar al comité
ejecutivo por escrutinio secreto, quedando integrado en la forma siguiente:
Secretario
general, Luis R. Ochoa,
Secretario
del interior, Ernesto Velasco,
Secretario
del exterior, Antonio Arceo,
Tesorero,
Toribio Torres, y
Subtesorero,
Jorge Castro,
Consejero,
José Colado
Nombráronse
también a los compañeros Salvador F. Dolmenzain, Antonio Arceo y José E.
Backler delegados a la Confederación de Sindicatos.
Así terminó la asamblea del día 14, que fue
el prólogo de los sucesos que se han desarrollado con rapidez vertiginosa y que
en muchas ocasiones han despertado el interés público.
Jamás se imaginaron los capitalistas
insensibles, los pulpos insaciables de energías humanas, que el inmenso
entusiasmo, que el aplauso delirante que estalló al proclamarse la fundación
del nuevo Sindicato, sería el principio de una era nueva de reivindicación y de
justicia, y que la fuerza irresistible y avasalladora de la unión había de
hacer inclinar con la resignación de la impotencia muchas frentes altivas,
muchos ojos feroces que hasta entonces habían mirado indiferentes, agitarse
desesperado y hambriento al hombre-máquina. El gesto desdeñoso y el irónico
comentario con que seguramente fue acogida por la burguesía la noticia de la
formación del nuevo Sindicato no duró mucho tiempo porque los hechos
posteriores han puesto en los rostros y en los labios de esos mismos hombres el
gesto del temor y la palabra suplicante.
Luis N.
Morones.[1]
No
dudo que una buena parte de los habitantes de la ciudad de México olvidaran tan
fácilmente un hecho ocurrido apenas unos días atrás. Me refiero a la entrada
triunfal del Ejército Constitucionalista con Felipe Ángeles, “Pancho” Villa y
Emiliano Zapata al frente de 53 mil hombres armados que los acompañaban. Aquel
suceso, trascendente y emotivo como los que han venido ocurriendo recientemente
en la misma ciudad con motivo de la desaparición de los 43 estudiantes de la
escuela rural “Raúl Isidro Burgos” en Iguala, Guerrero, y que han movilizado a
miles, deben ser vistos como dos grandes cajas de resonancia. Pero aquella, con
ese espíritu revolucionario a tope, en algo pudo influir para empujar a estos
hombres con objeto de materializar sus aspiraciones: Crear un Sindicato. En
aquel grupo, el que dio un paso adelante en el techo de la “Nana” convencidos
de que al darlo forjaban un futuro mejor. Entre los nombres que destacan, nos
encontramos con los que siguen:
Ernesto Velasco
Salvador F. Domenzain
Luis R. Ochoa
Carlos de la Peña Gil
José Colado
Luis Harris
Toribio Torres
Antonio Arceo
Carlos Butt
Manuel Leduc
(…) Tresaire
Enrique Sánchez
(…) Revilla
José Rosales de la Vega
José Calvillo Guerra
Francisco Orta
Danilo Soto Nava
Rafael de Ávila
Enrique Guzmán
Roberto Pérez
Las imágenes fueron obtenidas por el autor de
estas notas.
José E. Backler
(…) Matías
(…) Arroyo
Conrado Castro Chavert
(…) Cortés
Encarnación Ampudia
Manuel Laris Ontiveros
(…) Trejo
(…) Domínguez
(…) Quevedo.
Salvador Célis Gutiérrez
Gonzalo Cervantes
Joaquín González
Ángel Frutos
(…) Porrás
(…) Barrientos
(…) Mendoza
(…) Silva
Francisco de Célis Vèrtiz.
Espero que la lección anterior haya servido como un importante registro,
por medio del cual, personas como Lucina Jiménez o Rocío García, responsables
de la “Nana” sepan hasta qué grado de importancia se eleva un acontecimiento
como el narrado aquí.
La
lamentable respuesta de que “este asunto no se corresponde con las actividades
del centro cultural” me parece absolutamente patética. Se olvidaron de la
memoria.
Los
electricistas, como muchos mexicanos, tenemos memoria.
¡Viva
el Sindicato Mexicano de Electricistas!
¡Viva
Ernesto Velasco!
¡Viva
Antonio Arceo!
¡Viva
Salvador F. Domenzain!
¡Viva
Luis R. Ochoa!
¡Por
el derecho y la justicia del trabajador!
México,
14 de diciembre de 2014.
En
el centenario de la creación del S.M.E.
[1] Rojo y Negro. Periódico Socialista
Independiente. 1915-1916. Presentación de Víctor Snahcez. México, Sindicato
Mexicano de Electricistas, 2004. 196 p. , p. 47-54.
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