LUZ
y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA y SUS AUTORES INVITADOS.
SELECCIÓN DE: JOSÉ
FRANCISCO COELLO UGALDE.
EL RESPLANDOR AZUL,
HÉCTOR DE MAULEÓN.
El resplandor azul
Héctor
de Mauleón
El Universal
Domingo
2 de octubre de 2005.
Cada noche, en las ventanas de la ciudad de
México cintila un resplandor azul. Significa familias congregadas y gente que
muere a solas frente a un televisor que le habla.
Manuel Payno expresó en el siglo XIX que las
casas de México debían encerrar secretos que sólo la literatura podía revelar.
Hoy, el mundo es menos misterioso. Los condominios, las casas de interés social
y las residencias de lujo encierran tras sus muros una televisión encendida.
Facsímil
de la Portada del Reglamento expedido por el Conde de Revillagigedo en materia
de alumbrado público…, allá por 1790.
Los secretos, ahora, acaso deben ser
buscados en la calle: el resplandor parpadeante indica el final del mundo de
Payno, la estandarización de la personalidad y de eso que un día se llamó
"cuadros de costumbres". Terminaron los misterios.
La historia de la noche en la ciudad de
México es, de algún modo, la historia del color que la ha iluminado.
Tras su refundación en 1521, la antigua
Tenochtitlán hubo de pasar más de dos siglos a oscuras: como no se había
inventado el alumbrado público, la capital de la Nueva España era una
suma de corredores oscuros, bocas de lobo que de acuerdo con el cronista Arturo
Sotomayor, debieron poner a los caminantes nocturnos en riesgo de caer en las
acequias o de "dar con el pecho a la barriga en bardas
semiconstruidas". La ciudad era entonces de color negro. Un puñado de
antorchas, que ardían de trecho en trecho, provocaba un levísimo resplandor
rojizo, como el fuego de las rajas de ocote que hacía del ambiente general
"un terciopelo negro bordado de luciérnagas movedizas".
¿Qué podía hacer la gente bajo ese color?
Artemio de Valle-Arizpe dice que sólo tres cosas: dormir, rezar o contar
historias de espantos. La cuarta cosa posible no la menciona el cronista, pero
a ella debemos atribuir el rápido crecimiento demográfico que, pese a las
continuas y diezmantes epidemias, ayudó una y otra vez al repoblamiento de la
capital.
INAH,
Sistema nacional de Fototecas. N° catálogo: 4477
En 1790, el virrey Revillagigedo iluminó las
calles con lámparas de aceite, y creó un ejército de serenos que las
alimentaran. La ciudad se volvió amarilla: la gente durmió menos (se había abierto,
por cierto, la primera cafetería), rezó infatigablemente (pero con miras ya de
abolir la Inquisición ),
contó leyendas y tradiciones de cuando la ciudad era oscura, y luego siguió
repoblando la capital, porque ahora era menos peligroso que los amantes
salieran a la calle en busca de su amada.
Cien años después Porfirio Díaz introdujo
las lámparas de gas, y luego la bombilla eléctrica. La ciudad se volvió blanca:
comenzó a brillar a mitad de la noche como una joya pulida. Manuel Gutiérrez
Nájera se quejó porque la luz eléctrica permitía descubrir las arrugas en el
rostro de las mujeres, pero gracias a ésta la noche dejó de ser, por primera
vez, un territorio extraño. En los salones y los bares porfiristas fue posible
atravesar las sombras, seguir directo hasta el alba. Una blanca luz, encendida
en la madrugada, quería decir que la vida continuaba; que a la noche se llegaba
con insomnio, o con furia, o con danzas de Ernesto Elorduy.
¿Fue Salvador Novo el que dijo que la
invención del neón pintó la ciudad de rojo y de morado? En todo caso, lo que sí
dijo es que el neón creó una nueva escritura. Promovió la palabra
"Hotel", difundió la palabra "Cabaret", acreditó el término
"Salón de baile", e hizo nacer el mito de La Vida Nocturna : los
usos de una ciudad que dormía menos, había dejado de rezar, y definitivamente
comenzaba a olvidar las viejas historias de espantos.
Mas héte aquí que vinieron los años 50, y el
ingeniero González Camarena, y la inauguración de Televicentro, y el
descubrimiento de que a la noche no era necesario llegar con insomnio, ni
furia, ni danzas (pues existía ya el programa Noches tapatías). Había comenzado el resplandor azul: ese parpadeo
uniformador, como de novela de Huxley; omnipresente, como de novela de
Bradbury, que en menos de 50 años invadió por completo los espacios íntimos de
la ciudad, asesinó sus secretos, y nos llevó a morir frente al televisor que
ilumina el sitio más destacado de nuestras casas.
INAH,
Sistema nacional de Fototecas. N° catálogo: 2352
Por cierto, esta fotografía nocturna fue
tomada por Manuel Ramos, la que nos parece un trabajo a contraluz y de
contraste simplemente hermoso, donde se incluye un efecto en el retardo de la
captura, lo que se deja apreciar en esa tenue estela que aparece poco más debajo
de la palmera que se encuentra a la derecha.
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