POR: JOSÉ FRANCISCO
COELLO UGALDE.
Con vientos atípicos, días de contingencia
ambiental, basura en extremo, contaminación industrial, falta de lluvias,
desforestación, 4.7 millones de autos que solo circulan en la ciudad de México…
¿qué queríamos? ¿El paraíso? No.
Esta es la nueva realidad de un escenario
real que ha tocado fondo en nuestro país, por lo que o nos adaptamos, o se
establecen estándares y normas rigurosas para recuperar y reparar en parte todo
aquello que deberíamos tener.
A lo anterior, hay que agregar esa voraz
demostración de constructoras que levantan en el que fue espacio para una casa,
por ejemplo edificios para 10, 20 o más departamentos que demandan nuevos
servicios.
Las distintas reacciones defensivas que ha
mostrado la naturaleza en estos últimos años, son una grave, gravísima señal se
advertencia ante el colapso que podría desatarse si no detenemos la desbocada
carrera que ha venido perjudicando sus últimas condiciones de equilibrio.
Ante los elevados niveles de CO2,
la desforestación y desertificación desmedidas. Ante el deshielo de los
glaciares y el crecimiento de los niveles en las aguas marítimas. Ante la
exacerbación o alteración del “niño” o la “niña”; ¿no estaremos presenciando
los últimos estertores de una naturaleza que defiende el resto de su atrevida
propuesta?
El uso de fuentes de energía, dirigidos a
los grandes espacios urbanos, a las zonas industriales y a otras necesidades
vitales de que se vale el hombre a través de este medio, con lo que hace
posible su vida diaria, tendrían que cambiar. Nos dirigimos irreversiblemente a
un escenario catastrófico, aquel que nos planteaba la vieja película de Cuando el destino nos alcance. Pues parece
que ya lo es, en realidad.
Uno de los elementos fundamentales que
participan en esta demanda mundial de servicios es el de la energía eléctrica,
por lo que la tecnología ya tiene claro desde un buen número de años el
concepto de la generación a través de fuente eólicas o la aplicación y uso de
celdas solares. Incluso de aquel efecto que produce el oleaje marítimo. Pues bien,
ante el riesgo de que se agoten las fuentes naturales de uso permanente,
conviene poner los ojos en aquellos elementos, y si a todo lo anterior se eleva
el grado de concientización en el uso prudente del agua, la reforestación
apropiada, correcta, programada y constante. El destino de desechos orgánicos,
inorgánicos, industriales o de alta peligrosidad, tendremos generaciones a las
que se garantice un futuro conveniente. La severa amenaza del aumento en la
temperatura global ha puesto en alerta a todo el “concierto de las naciones”. Pero
esto no basta. Entendemos que los profundos intereses políticos, económicos que
sostienen las grandes potencias, rebasan la posibilidad de aquellos otros
países dispuestos a participar. No podemos esperar más. El tiempo nos gana,
marca su paso indefectiblemente y no hay forma de detenerse en unos momentos
clave para la humanidad. No solo se trata de México, pero a nuestro país lo que
le sobra es entusiasmo. Le faltan políticos comprometidos, instituciones que
orienten y erradiquen el problema de fondo. También está ausente una cultura
sensible en torno a todo lo que el cambio climático está produciendo, y parece
que no nos enteramos del todo.
Muchos de nosotros estamos esperando que se
tomen cartas en el asunto, y si así fuere, si viéramos el signo de voluntad que
ponga el estado para la solución de ese grave problema, muchos de nosotros
estaremos dispuestos a participar. Por ahora, una voluntad que parece la de ese
pequeño ejército de hormigas, no parece tener efecto ni reflejo, pues en
condiciones “micro”, necesitan sumarse tantas que alcancen el nivel “macro” que
se necesita.
Lamentablemente
si el estado –como ya lo hemos visto en muchos aspectos de nuestros días:
Ayotzinapa, Atenco, narcotráfico, ataque frontal contra los trabajadores,
entusiastas creyentes de las distintas reformas aplicadas en este sexenio,
lujos, dispendios y otras circunstancias que caracterizan al presente sexenio-,
no veo claro que esto vaya a seguir por buen camino.
Es una labor conjunta, como la de un
ejército combatiendo contra el enemigo. Me queda claro que si la
concientización comienza desde que los niños que van a la escuela permea en sus
conciencias, tendremos generaciones futuras absolutamente conscientes de lo que
tendrán por delante. No queda mucho tiempo, insisto –y disculpas por tanta
terquedad-, pero la naturaleza ya nos dio muchas oportunidades para regenerar
de alguna manera su estado vulnerable. Es ella la que ahora responde con los
síntomas y comportamientos más atípicos, que nos asustan, nos sorprenden. No queremos
más desgracias en ese sentido. En la energía eléctrica producida por medios que
no son necesariamente convencionales, se encontrará una enorme posibilidad. Espero
no equivocarme.
24
de abril de 2016.
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