POR: JOSÉ FRANCISCO
COELLO UGALDE.
la mirada de Mario Fabio Beltrones es de
desazón, preocupación o cansancio, o todo junto. No lo sé. Adivínelo usted,
amable lector y navegante de este blog, cuando se observa la imagen que
acompaña estas notas:
La Jornada, D.F., del 21 de octubre
de 2013, p. 18.
¿En qué estaba pensando el legislador en
esos momentos en que fue sorprendido por la cámara fotográfica?
¿En el destino del país?
¿En la irreparable pérdida de los valores
que nuestra sociedad ya tiene a partir de la aprobación de las reformas
laboral, energética y demás menudencias?
Su mirada se parece a la de cualquier
mexicano común y corriente que, como él cargan con una profunda preocupación,
la de cómo resolver la vida a partir de estos momentos en que no queda nada por
hacer, que no sea prepararse para lo que viene, que no es otra cosa que un
destino impredecible, pero también lo suficientemente predecible y oscuro, para
no decir que nefasto y real como lo que parecen anunciar las fanfarrias del
desasosiego.
Su rostro angustiado no anuncia nada bueno
para nadie. El pesimismo nos invade, y parece ser que la fuerza del
neoliberalismo, de la globalización y la modernidad, ingredientes perversos de
lo que parece ser un escenario donde domina la alteridad, esa condición de ser
otro, y que no es uno, ni ese país que es México, ni uno como cada uno de los
mexicanos, no parece ser el mejor resultado de una condición dominante que
amenaza con borrar del mapa todo aquello que se niegue aceptar los dictados de
esa nueva condición impuesta por los tiempos que corren.
Con las terribles condiciones de un país con
bajos índices de crecimiento, y altos valores de desempleo, y donde además la
fórmula aplicada por los grupos en el poder no está funcionando como estaba
previsto, el abismo es la siguiente etapa, donde podrían marcarse brechas
difíciles de reponer en el corto plazo, con medidas políticas y económicas de
suyo erráticas, equivocadas que nada bueno están dejando a su paso por países
que, como el nuestro, se encuentran en proceso permanente de desarrollo, pero
que, a falta de otros elementos o componentes de primera necesidad, hacen que
el funcionamiento siga mostrando altos niveles de subdesarrollo. Todo lo
anterior lo percibimos quienes tenemos que soportar medidas que afectan nuestra
economía, nuestra condición laboral, sea esta estable o irregular. Pero nada
que no sea el equilibrio se augura por el momento. Se plantean largos, muy
largos plazos para encontrar una condición ideal de las cosas y ese ha sido una
de los anhelos largamente esperado por la nación mexicana, sujeta desde su
emancipación a condiciones que no han traído consigo el mejor porvenir posible.
Levantar su brazo izquierdo en forma
mecánica le da un sello de conformidad a la votación, pero también de profunda
responsabilidad, o irresponsabilidad según sea el caso a la toma de decisiones
que, como las que se presentan en la Cámara de Diputados, definen el destino de
México. No lo sé, pero su actitud me preocupa, como es de preocupar lo que
afecta nuestro diario acontecer, el de 122 millones de mexicanos que no tenemos
garantías de un futuro mejor.
Y luego todavía más, en ese rostro no priva
ni un rasgo de certeza, pues en efecto, lo gestual del ser humano puede ser tan
contundente como lo que pueda apreciarse en su propia faz. Si lo sorpresivo de
la imagen captó además, esa terrible condición de que lo suyo no fue votar o aprobar
una decisión absolutamente convencido de lo que se refleja, todo ello podría
indicar un profundo grado de complicidad para con los dictados de los intereses
del poder, no de la conciencia para la soberanía de un pueblo.
La imagen da para más. Suficiente hasta aquí
para entender que un rostro político de tal dureza no dice nada bueno para
nadie, salvo para los que resulten beneficiados con medidas que, como las que
se discuten en las cámaras, los ponen a buen resguardo, aunque sean unos
cuantos, pero no el todo de la sociedad que conforma a este país.
22 de octubre de
2013.
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