EDITORIAL.
POR: JOSÉ FRANCISCO
COELLO UGALDE.
Hace apenas unos días, el Grupo
Intergubernamental del Cambio Climático (por sus siglas, IPCC), creado por las
Naciones Unidas entregó un informe que tiene contenidos verdaderamente
catastróficos, sí y sólo sí la humanidad puede seguir siendo indiferente e
incapaz de hacer algo en su conjunto para detener esa pesadilla que es la
alteración de la naturaleza en grado extremo.
He aquí el informe que presentó EL PAÍS, en su edición del 28 de
septiembre de 2013:
Si existiera un código recientemente
descubierto por la humanidad, y luego de incesantes esfuerzos hechos por todos
quienes la integran, se encontrara sensible y conscientemente la solución de
todos los problemas que la aquejan, ésta sería la fórmula exacta para emprender
tan importante reto que enfrentamos todos los habitantes de este peculiar
planeta, único por ahora, en el espacio sideral; en el universo, capaz de haber
generado registros de vida. Y a la vida misma se le unen todos aquellos
procesos en que el hombre ha alcanzado la modernidad en medio de todas las
batallas por la supervivencia, una capacidad que se relaciona con su contacto
con otros hombres, con la naturaleza y todas las especies animales o vegetales
que se han integrado perfectamente en diversos ciclos que desde hace un tiempo
se mantienen bajo la amenaza de perder su control o desaparecer si no aplicamos
la ecuación “Salvemos al mundo” como única opción para perpetuarnos en cuanto
raza y todos sus elementos con los cuales debemos convivir en un equilibrio
perfecto.
“El 2 de febrero de 2007 pasará a la
historia como el día en que desaparecieron las dudas acerca de si la actividad
humana está provocando el cambio climático; y cualquiera que, con este informe
en la mano, no haga algo al respecto, pasará a la historia como un
irresponsable”. Así de tajante pero contundente fue la afirmación hecha por los
comisionados del programa de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente quienes
presentaron en París un informe lleno de profundas consideraciones que revelan
el desquiciamiento total de la naturaleza, mismo que ocurrirá no en siglos ni
en milenios. Será una realidad dentro de 60 años. Los datos duros que se
manejaron nos obligan a tomar decisiones radicales, por lo que la generación
que hoy predomina y las que fungirán ese papel dentro de dos o tres ciclos más
adelante, tenemos en conjunto la responsabilidad de tomar en nuestras manos la
salvación de procesos ecológicos de vital importancia así como defender
diversas razas animales que hoy se encuentran amenazadas bajo la realidad del
cambio climático.
Hace tiempo, y con respecto al surgimiento
de una nueva “revolución industrial”, Carlos Fuentes apuntaba sobre esta “…transformación
técnico-informativa que impulsa y refleja lo que podemos considerar una tercera
revolución de la modernidad. La primera fue la revolución de la tierra
(Magallanes) y de los cielos (Copérnico). La segunda, la revolución industrial
de los siglos XIX y XX. Y la tercera, la creciente globalización de la
información, la ciencia y la tecnología como motores del desarrollo.
“Sujetos de la primera revolución (descubrimiento, conquista y
colonización), objetos de la segunda (reserva de materias primas y mano de obra
barata), debemos ahora prepararnos para ser actores, partícipes plenos y no ya
ancilares, de esta nueva y tercera revolución”.[1]
Dióxido de carbono parece ser la emisión de
gas más peligrosa que hoy por hoy amenaza los ya de por sí desquiciados
sistemas del equilibrio ecológico que responden con dureza a la humanidad misma
en condiciones atípicas como nunca antes se habían registrado. Y mientras se
espera más sensibilidad de los hombres que gobiernan el mundo, se han puesto en
marcha diversas empresas, como aquella de convertir el círculo polar ártico en la
versión actualizada de un “arca de Noé”, espacio que resguardará los cultivos
de alimentos que habrán de proporcionar un último suspiro en la lucha contra el
calentamiento global. Asimismo ha surgido la convocatoria para el premio Earth Challenge con una atractiva bolsa
de 25 millones de dólares para quien proporcione la solución más apropiada a
este reto, bajo la consigna de que “La tierra no puede esperar 60 años. Quiero
un futuro para mis hijos y para los hijos de mis hijos. El reloj sigue
corriendo”.
Si ese reloj dejara de correr nos
enfrentaremos a situaciones poco convencionales. Es preciso sumar esfuerzos,
permitirnos una mejor condición de vida, apoyar los mejores proyectos que
buscan dar un respiro a la naturaleza en su conjunto. 60 años son una mínima
porción de tiempo que le queda a la humanidad para resolver tan relevante
conflicto. Demostremos la capacidad de discernir como nunca antes lo habíamos hecho.
El hombre, a lo largo de muchas etapas que lo han traído hasta donde hoy somos
esa parte que nos corresponde, se ha enfrentado consigo mismo en luchas
fraticidas y de las que ha salido para continuar y continuar. Pero sentir la
amenaza de que cuanto forma parte de nuestros alrededores en el sentido de
mares, bosques, campos de cultivo y la presencia de una variedad inimaginable
de especies animales, mismas que se encuentran a punto de desaparecer y que no
portan un arma; ni son mensajeras de ninguna voz de guerra nos parece tremendo,
difícil de entender. Lo que falta es asumir una conciencia plena de lo que
somos, lo que tenemos y lo que podemos perder si no emprendemos la iniciativa,
mágica iniciativa de aplicarnos de lleno en la solución perfecta: Salvemos al
mundo.
Así, seguiremos gozando de los más bellos
significados que la naturaleza nos ofrece desinteresadamente, y es que la
naturaleza en ese sentido es única, insustituible. Si logramos mantenerla nos
quedará la satisfacción de haber hecho un esfuerzo donde debemos mover
conciencias, mejorar los sistemas industriales que hoy son motivo de encuentros
realizados por los máximos dirigentes de este planeta quienes al firmar el
“Tratado de Kyoto” están más que comprometidas a dar un golpe de timón, el
necesario y contundente para traer consigo un respiro. Y más que un respiro, el
respiro de todos para sentir que ese aire que nos llega a nutrir sea un aire
limpio. Aire que se una a las más empeñosas tareas que significa renovarlo todo
si no queremos perderlo todo. Y nada de triunfalismos, pero tampoco de
pesimismos. Estamos ante la más concreta de las realidades que la humanidad ha
enfrentado en toda su existencia: Salvemos al mundo.
Si como frase también funcionara como
oración, nos uniríamos en una sola religión, en un solo credo que además tiene
razones terrenables: Salvemos al mundo.
No heredemos a quienes vendrán más adelante
un mundo enfermo. Salvémoslo aquí y ahora.
Nada mejor que el disfrute de la naturaleza
y todas sus encantos, todos sus misterios.
En ese sentido, México como país, goza de un
privilegio sin igual. Playas, lagunas, bosques, campos de cultivo, todo, tiene
todo para sentirse dispuesto a participar en esta gran tarea que es salvar el
mundo.
LO APACIBLE DE LA NATURALEZA , SU HERMOSO EQUILIBRIO EN SEIS
IMÁGENES.
[1] Carlos Fuentes: “Juan Ramón de la Fuente en la
Cátedra Julio Cortázar”. En Revista de la Universidad de México,
nueva época, Nº 26, abril de 2006, p. 82.
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