LA LUZ y LA FUERZA DE UNA FOTOGRAFÍA. IMÁGENES HISTÓRICAS PUBLICADAS EN EL
BLOG: LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA.
POR:
JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Antonio
García Cubas dejó entre su gran legado Escritos
diversos de 1870 a 1874, mismos que forman parte de sus impresiones de
viaje por diversos puntos del país, con objeto de integrar su “Estadística
general de la República Mexicana”. Uno de ellos fue indudablemente la zona de
la Sierra de Huauchinango, en Puebla, la cual incluye entre sus extensiones a
Necaxa. De sus Impresiones de un viaje a
la Sierra de Huauchinango, que luego dedicó a su querido amigo Ignacio
Manuel Altamirano, dejó escrito que:
Existen en la República Mexicana
lugares muy notables y dignos de un estudio especial, ya sea que se les
considere como sitios en donde la naturaleza se manifiesta pródiga y rica, ya
sea que se les estudie con respecto a la importancia de la población que
contienen. Uno de esos lugares es, sin duda, la parte Norte del Estado de
Puebla, ocupado por la Sierra
de Huauchinango. Aquellas montabas elevadas y cubiertas de una exuberante
vegetación; aquellos ríos que en tiempo de crecientes corren con impetuosidad,
ora abriéndose paso por entre los riscos que se han despeñado de las montañas,
ora precipitándose de alturas considerables y formando bellas cascadas como el
salto del Necaxa; aquellos bosques enmarañados, en donde la multitud de bejucos
pendientes de las frondosas copas de los árboles oponen grandes obstáculos al
paso del atrevido viajero; aquellas aves que con su armonioso canto ahuyentan
la tristeza que las soledades infunden; y en fin, aquellas risueñas aldeas,
habitadas por indígenas oriundos de la verdadera raza azteca, todo convida a la
meditación en tan pintorescos sitios.
Comienza
la Sierra de
Huauchinango a ocho o diez kilómetros al Noreste de Tulancingo (Estado de
Hidalgo); desde ese punto el camino, atravesando por una serie de eminencias de
suaves pendientes, conduce al pueblo de Acaxochitlán (cañaveral florido). Las
poblaciones desde este lugar adquieren ese aspecto nuevo, ese carácter peculiar
a todas las demás de la Sierra ,
así por su situación como por la forma y orden de su caserío. Situadas en un
terreno accidentado, las casas se hallan edificadas con irregularidad; y a
causa de las nevadas, que son tan frecuentes en el invierno, los techos
inclinados que las cubren son muy elevados. La vegetación que en todo y por
todas partes se manifiesta, hace desaparecer el feo y triste aspecto que en lo
general presentan los otros pueblos indígenas que no gozan de iguales favores
de la naturaleza. De Acaxochitlán el camino se dirige a Huauchinango,
atravesando terrenos sucesivamente más accidentados, los cuales ofrecen siempre
al viajero objetos dignos de admiración.
Huauchinango,
que según algunos viene de la palabra Houachinamil (Casa de caña de
amilpa) y según otros de Cuatchinamil (Palo para flechas), puede
considerarse como un inmenso ramillete de flores, pues abundan tantas en aquel
bello recinto, que el verde follaje de los arbustos y plantas desaparece casi
por completo, bajo sus matices y colores. Situada como las demás poblaciones de
la Sierra en
terrenos fragosos, sus calles o avenidas no se encuentran en un mismo plano. La
parte principal de la población ocupa la más baja del suelo; en tanto que la
avenida de las carreras, formada por dos hileras de casas y jardines, descuella
en la superior. Desde esta avenida se ve, por una parte, la población con su
caserío de techos elevados, sus calles y jardines; y por la otra, una tan
profunda barranca, que la vista apenas puede penetrar al fondo. Esta población,
que tanto sufrió en la última guerra extranjera, se halla rodeada de ásperas y
elevadas montañas, a las que domina por la parte S. E., la cumbre del Zempoala.
Desde
Huauchinango el camino desciende hacia el río Necaxa, que más adelante forma el
Tecolutla. Las montañas que a uno y otro lado del camino se encuentran, y la
vigorosa vegetación, encubren los objetos distantes; la impetuosa corriente de
las aguas, produce un ruido monótono, que a veces se aleja y a veces se escucha
más cercano, según es la fuerza y dirección de las brisas; solamente esos ecos
armoniosos de las selvas anuncian la proximidad de algún torrente. El viajero
no descubre el río de Necaxa sino hasta el momento casi en que toca con el pie
la cristalina linfa de su corriente. Indeciso delante de tantos primores
reunidos a la vez en aquel pintoresco sitio, el viajero no sabe qué admirar
antes, si las montañas que forman el valle, revestidas de una vegetación lozana,
o las vegas del río con sus plantas y flores; si la impetuosidad de la
corriente que en su curso nada respeta, o el atrevido y esbelto puente de
bejuco, que sirve allí de medio de comunicación. Este puente endeble, si bien
de una forma graciosa, no es colgante como se observa en otros lugares; y
particularmente en la América
del Sur; es un gran arco formado de troncos y ramas gruesas de árbol, ligados
con bejucos; apóyanse en ambas márgenes del río las extremidades del arco, y
dos árboles corpulentos las afirman; sus barandillas, que alejan todo temor de
peligro, están formadas de ramas y bejucos entrelazados. Pasado el río, el
camino asciende de nuevo por el cerro de Necaxa, que es un importante punto
fortificado; el río por el Sur y Oriente rodea este cerro y algunas montañas
más elevadas que él, y precipicios y desfiladeros lo limitan por Occidente y
Norte; por esta parte son tan considerables los desfiladeros, que el río,
perdiendo su nivel, se precipita a una profundidad de más de 130 metros , y forma la
bellísima cascada o salto de Necaxa, que algunos conocen con el nombre de
Huauchinango. En este sitio son más notables los contrastes que el suelo de la República ofrece en
otros muchos lugares. El río Necaxa, después de despeñarse en tan profunda
barranca, se abre camino en el fondo de ella, por entre una vegetación
enteramente tropical, en tanto que en la elevada mesa, cuya base baña el mismo
río, se cultivan las gramíneas propias de las regiones templadas.
En
la cumbre del Necaxa existe una fortificación con almacenes y depósitos de
agua, y en las montañas inmediatas hay caminos cubiertos; circunstancias todas
que convierten en un lugar inexpugnable este punto fortificado; nada extraño
es, por tanto, que la historia de la intervención le consagre algunas páginas.
El
camino se convierte en un sendero abierto en las fuertes pendientes de las
montañas. Desde allí se contempla en toda su grandeza el famoso salto de
Necaxa, y los accidentes y detalles de un suelo bello y feraz. El camino desde
donde se observa la cascada, es extraordinariamente más elevado que el lugar en
que el agua se precipita para formarla. El observador puede contemplar desde
allí, la corriente del río antes de precipitarse en el abismo, perder su nivel
y despeñarse con grande estruendo, dividiendo sus aguas en tres ramales; seguir
con la vista y contar las ondulaciones que éstas forman en su caída, y ver
desprenderse de lo más profundo de la barranca con un movimiento ascensional el
agua en forma de vapor, que envuelve y descubre alternativamente como con una
gasa el follaje de las plantas. Si se aparta la vista de aquel espectáculo
sorprendente, encuentra, cualquiera que sea el punto a que se dirija, otros tan
dignos de admiración, porque en aquellos lugares reina por completo la armonía
de la naturaleza; eminencias casi verticales, cuyo pie bañan las aguas, y en
cuyas cumbres se extienden fértiles praderas; grietas profundas, y valles en
cuyo fondo cruzan las aguas, unas veces tranquilas, y otras en impetuosos torrentes;
y en fin, la vegetación tan abundante y espesa que apenas deja entrever los
precipicios. Algunas veces el viajero ve formarse las tempestades bajo sus
pies, extenderse las nubes y ocultar como con un velo los primores de la
naturaleza, con los que está engalanada aquella cuenca prodigiosa, al mismo
tiempo que sobre su cabeza se extiende un cielo puro, límpido y sereno.
La sola
descripción de García Cubas (1832-1912) sirve como indudable marco de
referencia a la presentación de la siguiente imagen, que corresponde a la
visión que tuvieron pobladores, viajeros y luego, todo aquel equipo de técnicos
que estuvieron in situ en Necaxa,
antes de que comenzaran los trabajos que luego dieron vida a una obra de
ingeniería y arquitectura que se consideró en su tiempo como de las más
ambiciosas e impresionantes por su magnitud y extensión.
Col. del autor.
Lo que puede contemplarse es una vista hacia
el sitio de la represa más baja en Necaxa, desde el lado de la corriente
arriba, mostrando los promontorios entre los cuales se construiría la presa, a
partir de 1903. ¿Quién iba a imaginar que luego, este mismo sitio quedaría
cubierto por las aguas del río Tenango?
Por tanto,
la hermosa fotografía es un onírico vistazo por las tierras de la Necaxa hacia
finales del siglo XIX o principios del XX.
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