LUZ… A LOS POETAS.
FUERZA… A LOS POETAS.
SELECCIÓN DE: JOSÉ
FRANCISCO COELLO UGALDE.
EL DESPERTAR DEL ÁGUILA.
Después de que tus
manos, con incansable anhelo,
movieron los talleres
y rasgaron el suelo
durante muchas
décadas de infamia y opresión,
sacudiendo tus
músculos de águila voladora,
de todos los
suplicios te levantas ahora
al poderoso empuje de
la Revolución.
Ya no con las
angustias de un titán oprimido,
luchas bajo las moles
del espantable olvido
que arrojó a tus
espaldas el prócer necio y vil;
hoy, rompiendo la
roca que asfixiaba tu pecho,
apareces en plena
cúspide del Derecho,
esgrimiendo en tus
manos la escopla y el buril.
Ya no eres en tu
patria un obscuro extranjero
a quien,
imbécilmente, flagelaba el negrero
robándole el esfuerzo
de su virilidad…
sin comprender los
sueños de tu alma solitaria,
quisieron verte
hundido en la abyección del paria,
a ti, que fuiste
báculo de toda libertad.
Para mayor tortura de
los acerbos días
en que la enorme roca
dantesca sostenías,
te dieron un harapo
de obscura religión;
de religión exótica,
que, en vez de ser tu abrigo,
jugó con tus miserias
y traficó contigo,
ahogando con su mano
la luz de tu razón.
No tenías el derecho
de levantar tu escudo
contra el golpe de
muerte que te asestaba, rudo,
el burlador inicuo de
tu hambre y de tu afán;
y tras de las fatigas
de tu ser agotado,
no hallabas, en tu
triste hogar desmantelado,
un pedazo de leña ni
un pedazo de pan.
En el fecundo tálamo
de tus dulces amores,
tus inocentes hijos
eran pálidas flores
de fiebre y de
miseria, sin agua y sin vergel;
mientras de tus
afanes nunca veías el fruto
y a la ambición le
dabas inconsciente tributo
rompiendo la montaña
y enderezando el riel.
Mas hoy que ya se
anuncia tu gran advenimiento
al taller y a la
escuela, al vigor y al talento
con una clarinada de
noble redención,
como los paladines de
las viejas batallas,
ye levantas titánico
envuelto en férreas mallas,
al poderoso empuje de
la Revolución.
Ya la tierra fecunda,
que labraste otras veces,
te va a volver los
frutos que en justicia mereces;
los frutos, que tus
lágrimas pudieron sazonar:
hoy tienes, con
derecho, al par que con fortuna,
un asilo apacible
donde mecer la cuna
y un palmo de terreno
donde poner tu altar.
Y tomas parte activa
en el concierto humano
de la igualdad, que
borra con justiciera mano
todas las
distinciones del oro y del poder;
hoy no eres la
molécula, sino el enhiesto bloque,
eres una campana cuyo
vibrante toque
para todos los
pueblos es grato amanecer.
¡Obrero de mi patria!
que eres fecundo y bueno,
hoy que las
tempestades se alejan de tu seno
y apartas tu mirada
de todo lo servil;
hoy que eres como
siempre, tan potente y sencillo,
enciende los fogones
y sacude el martillo
y redobla en los
yunques tu apoteosis viril.
Que el fulgor de la
fragua que incendia el bronce yerto,
te contemple el
pasado con sus ojos de muerto,
romper las aras
frívolas de una vieja deidad…
¡es preciso que
surjas después de largo viaje,
con la fe en el espíritu
y el hollín en el traje,
dándole nuevo culto a
nueva libertad!
Ya ni altares ni
tronos se alzan en tu camino;
tus opresiones todas
las ha roto el destino
y, de pie junto al
yunque, alto y potente estás;
todos los huracanes
chocaron en tu frente;
fuiste arroyo, y la
pena te convirtió en terrente,
hoy eres un apóstol y
con la patria vas.
Hoy eres tú quien
vences y eres el que perduras;
tus músculos de
atleta trazaron las roturas
de la tierra, que a
todos nos brinda pan y amor;
tú talaste los montes
y ajaste la maleza,
tú levantaste al
mundo en andas de riqueza
y en todos los
hogares derramaste calor.
Tu fuerza prodigiosa
no comprendió el tirano,
ni supo que tú eras
espiga en el verano,
calor en el invierno
y en la miseria afán;
el consumió tu
fuerza, tu amor y tu destino,
como consume el
prócer las piedras del molino
cuando tritura el
trigo para volverlo pan.
Mas hoy no te
acobarde la suerte venidera:
la ley te da su
apoyo, la patria te venera,
porque eres más que
obrero, soldado y religión;
hoy te mira el
pasado, con sus ojos de muerto,
al pie del férreo
yunque y con el libro abierto,
al poderoso empuje de
la Revolución.
Fernando Celada.
LUX. La revista de
los trabajadores, año
XIX, N° 10-11, octubre-noviembre de 1946, p. 37.
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